Crítica de la película 'Cazando salvajes'

Cazando salvajesRicky es un rebelde chico de ciudad de doce años al que no encuentran hogar de acogida para él, salvo una granja en medio de la nada con una pareja; ella encantadora, él, arisco y solitario. 

Ficha técnica
Año: 2016
Duración: 1 hr. 43 min.
País: Nueva Zelanda
Director: Taika Waititi
Guion: Taika Waititi
Música: Lukasz Pawel Buda, Samuel Scott, Conrad Wedde
Fotografía: Lachlan Milne
Reparto: Sam Neill, Julian Dennison, Rachel House, Rima Te Wiata,

Crítica de la película


Todavía estoy tratando de comprender cómo a estas alturas sigo vivo después de haber muerto de la risa mirando a Hunt for the Wilderpeople. He salido llorando de tanto reírme. Me he reído tanto que podría hasta llenar una cubeta de lágrimas. Para ser una comedia de aventura ha sido una sorpresa gratificante, encantadora, inteligente. Y gracias a eso ahora confiamos plenamente en el cine del director neozelandés Taika Waititi.

Lo digo porque hace dos años atrás Waititi me propició un maratón de bostezos con la comedia What We do in the Shadows. Pero ahora con Hunt for the Wilderpeople me ha callado mi malcriada boca ejecutando una comedia que resulta fabulesca contando las aventuras de un Ricky Baker (Julian Dennison), un delincuente juvenil que se ha extraviado en los bosques de Nueva Zelanda con su tío Héctor (Sam Neill).
 
La historia de estos dos personajes se siente afectiva por la solidez con la que desarrollan la simpatía durante el viaje y por los ricos diálogos de ironía con los que se expresan. Por supuesto, están tremendamente interpretados por el chiquillo Julian Dennison y por el resucitado Sam Neill (tenía siglos sin verlo en una buena película).
 
El protagonista, Ricky Baker, es un chico de ciudad de 12 años que ha sido un rebelde sin causa desde que nació. Es gordito, de rostro ancho, de etnia maorí, se viste como un rapero y usa un lenguaje irreverente. Como es huérfano, su aparente desobediencia impide que el ministerio de protección infantil de Nueva Zelanda, dirigido por la malvada Paula (Rachel House), le consiga un hogar de acogida.
 
Tal parece que nadie lo quiere en la ciudad, salvo una pareja que vive en aislada en una granja perdida entre cordilleras en la inmensidad de la selva. La encantadora tía Bella (Rima te Wiata) lo ampara con gusto, pero Héctor, su arisco y solitario esposo, le da igual. A pesar de eso, deciden criar al bobalicón. Pero cuando Ricky comienza a sentirse a gusto con su nueva familia, un problema imprevisto dará inicio a una cacería humana por el campo neozelandés.
 
Es casi imposible no sentir empatía hacia el personaje de Ricky. Este muchacho, Julian Dennison, lo interpreta con un carisma verdaderamente irresistible. Hace lo que regularmente un niño de esa edad haría: ser insolente para anhelar una libertad que parece amistosa. Sus ánimos de rebeldía esconden una clara necesidad de cuidado paternal, algo que precisamente percibe con la figura del tío Hec, ya que es el típico viejo gruñón que garantiza protección.
 
La química entre Denninson y Neill es maravillosa, porque los actores capturan las situaciones con sortilegio, asegurando diversión en cada plano. Y Waititi, quien también escribió el guion, consigue lo mejor de sus actores sin desarticular el aparato narrativo de la trama. Y cuenta los sucesos con entusiasmo. Aunque sea una comedia del absurdo, forja su mensaje de mayoría de edad con profundidad, diciéndonos el papel que juega el cuidado patriarcal a la hora de orientar al niño.
 
Asimismo, nos habla de la relación del hombre con la naturaleza y del comentario social del anarquismo causado por la rigidez de la organizada sociedad neozelandesa. Y lo logra con un marcado estilo naturalista que asombra visualmente con la belleza de los paisajes de las montañas y de las grandes praderas.
 
Quizá lo más importante de la película es la reiteración de que la unión familiar es lo que ayuda a superar los percances que se presentan en la vida. Y Waititi lo prueba manteniendo un tono caricaturesco que balancea muy bien el drama, la comedia y un sentimentalismo por el cual vale la pena emocionarse.




8/10

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