Crítica de 'Manchester junto al mar': el duelo que nunca se supera

Manchester junto al marLee Chandler (Casey Affleck) es un fontanero que se ve obligado a regresar a su pequeño pueblo natal tras enterarse de que su hermano ha fallecido debe hacerse cargo de su sobrino de 16 años.

Ficha técnica
Año: 2016
Duración: 2 hr. 16 min.
País: Estados Unidos
Director: Kenneth Lonergan
Guion: Kenneth Lonergan
Música: Lesley Barber
Fotografía: Jody Lee Lipes
Reparto: Casey Affleck, Michelle Williams, Kyle Chandler, Lucas Hedges

Crítica de la película


Podemos afirmar que esta película, Manchester By the Sea, es un excelente drama que nos habla de algo muy serio: el duelo que nunca se supera. Trata la historia de un plomero que le hiede la vida porque en el presente se halla encerrado en la cárcel de la culpabilidad a causa del tormentoso pasado. Pero también es un drama que se niega a ser condescendiente para mesurar el tratamiento del protagonista interpretado magníficamente por Casey Affleck.
 
Ya conocíamos el cine de su director, Kenneth Lonergan, con la pesada You Can Count on Me. Y quizá por eso no contábamos con que su nueva película fuera tan interesante. Pero ahora que la hemos visto, nos ha mandado a callar con un eficaz ejercicio de dirección. Consigue que la narración se mantenga sin prisa, a paso de tortuga, para que el ritmo se tome el tiempo necesario para revelar todo lo que le ha sucedido a Lee Chandler (Casey Affleck).
 
Hay que destacar que no es una película donde el personaje principal se libra de su situación, no es una película con un melodrama barato de pretensiones lacrimógenas (aunque si usted llora es problema suyo), no es una película que tenga un mensaje específico, no es una película que tenga subterfugios convencionales con finales felices. Nada de eso. Esta es una película que sabe muy bien cuándo ser dramática para que los personajes se sientan genuinos, imperfectos, humanos. Esto es algo que le puede pasar a cualquiera.
 
El filme comienza presentando a Lee Chandler arreglando las cloacas, los inodoros nauseabundos y los desagües de varias casas. Es un tipo reservado, irascible, introspectivo, que tiene serios problemas de actitud. Vive solo en una pequeña habitación. Y un pesimismo desconcertante juega con su inestable estado de ánimo. Trabaja como fontanero para que uno se pregunte, ¿qué le pasó para tener esa inestabilidad emocional? Algunas escenas de flashbacks tienen la respuesta.
 
Cuando Lee se entera de que ha fallecido su hermano, Joseph Chandler (Kyle Chandler), se ve obligado a regresar al pequeño pueblo de Manchester-by-the-Sea en el que creció hace un par de años atrás. Allí se entera de que tiene que hacerse cargo de su sobrino de 16 años, Patrick Chandler (Lucas Hedges), el hijo de Joseph. Pero en el trayecto se ve afecto por los recuerdos, esos flashbacks que consistentemente nos revelan que en el pasado sufrió la peor de las desdichas cuando vivía con su esposa, Randi (Michelle Williams).
 
Hay instantes que definen nuestras vidas para siempre. En el caso de Lee, vemos que lo que ha definido el irreversible curso de sus acciones es el profundo sentimiento de duelo que lo tiene estacando en la forma con la que percibe el mundo. Es el retrato de un hombre que ha reprimido sus emociones hasta acumularlas en un huracán interno que no ve otra salida que no sea la depresión ni la culpa. No puede salir del evento traumático que marcó su vida aunque el presente le diga lo contrario.
 
Notamos también que todos los personajes de la película se sienten empáticos por la naturalidad con la que los actores interpretan sus partes. En cada escena le otorgan profundidad dramática a lo que atestiguamos, como Casey Affleck como Lee. Affleck logra, quizás, la mejor actuación de su carrera como el padre atormentado por el pasado. Créditos al desconocido Lucas Hedges como Patrick, el muchacho inadaptado e incomprendido proveniente de una familia disfuncional. También a Michelle Williams como la cónyuge de Lee, quien se roba el show en una sola escena con un lenguaje corporal muy bien articulado.
 
Lonergan, quien también escribe el sólido guion, ajusta el fondo melancólico de la película con una autoría cautelosa que, aunque parezca simple, es impúdicamente profunda. Nos describe escenarios implícitamente sin recurrir al diálogo. Y a pesar de ser un drama afectivo sobre el sufrimiento de una persona, por momentos reímos y casi lloramos. Es un cine sincero y conmovedor que es alérgico a la tragedia fácil.



8/10

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