Los Roses

Los Roses es una película en la que Jay Roach recupera las claves de la comedia romántica con la finalidad, supongo, de adaptar la novela de Warren Adler que, a la vez, ya había sido previamente adaptada en La guerra de los Roses (DeVito, 1989). Al margen de su homenaje que busca la reinvención, el metraje de más de una hora y cuarenta minutos me dejan con la sensación de que, a pesar de contar con interpretaciones decentes de Benedict Cumberbatch y Olivia Colman, es una comedia negra que simplemente carece de chispa y mordacidad en su trama predecible sobre crisis matrimonial, donde a menudo todo permanece bajo el tono inconsistente de un guión débil de Tony McNamara que nunca permite que el asunto de parejas sea divertido. Su argumento sigue las vicisitudes de Ivy y Theo Rose, una pareja británica que lleva una vida aparentemente feliz con sus dos hijos en California, pero cuya relación idílica se debilita cuando el esposo pierde su trabajo como arquitecto y la esposa, por el contrario, se vuelve exitosa como dueña de una cadena de restaurantes. En términos generales, la narrativa tiene un comienzo que me resulta interesante, en principio, cuando arregla el caso de la desintegración matrimonial sobre las bases de la comedia negra. El problema fundamental, no obstante, es que el guión descuida el desarrollo de los personajes de una manera apresurada y opta por mostrar sus miserias, más bien, sobre una superficie rebuscada que mantiene sus acciones estacionadas en una circularidad de facilismos y clichés, frecuentando una serie de lugares comunes que conducen a situaciones rutinarias que carecen de gancho. En este sentido, no me queda más remedio que permanecer abúlico al observar las inquietudes de Theo cuando asume el papel de un padre ejemplar y desempleado que desempeña las labores de crianza de los hijos mientras la esposa trabaja; la carrera exitosa en ascenso de Ivy como chef emprendedora de un negocio culinario; las discusiones constantes de Theo y Ivy que los obliga a competir para satisfacer sus ambiciones profesionales antes de firmar los papeles del divorcio. Los diálogos, que intentan ser irónicos, a veces caen en lo caricaturesco, con líneas que parecen sacadas de una sitcom barata. Y la falta de sutileza hace que las interacciones entre los personajes resulten pretenciosas porque, entre otras cosas, Roach solo utiliza la disputa para edificar un comentario sobre los roles de género, las relaciones de pareja y la tolerancia matrimonial, pero entendido como la ausencia de reconciliación de unos cónyuges que, por el egoísmo y la obsesión por el éxito, son conducidos a una espiral de resentimiento mutuo que los coloca en una balanza desequilibrada de irrespeto, incomunicación y prejuicios personales. Esta síntesis discursiva, además, trata de interrogar los roles de género al invertir los comportamientos socialmente estereotipados del hombre y la mujer dentro de la cultura del matrimonio, pero, en general, se conforma con reciclar fórmulas sobre matrimonios disfuncionales sin añadir una perspectiva fresca al contexto posmoderno de las dinámicas de poder en la era digital o las presiones del éxito profesional, dejando todo en un refrito de obviedades que, a fin de cuentas, no dice nada relevante en sus afanes progresistas. Colman y Cumberbatch demuestran cierta química con unas actuaciones aceptables. Colman interpreta a Ivy como una mujer decidida, ambiciosa, segura de sí misma, aunque está escrita de manera unidimensional, oscilando entre la ambición facilona y la mezquindad sin matices. Cumberbatch, por su parte, interpreta a Theo con una mezcla de arrogancia y fragilidad, pero muchas veces no se le da el espacio necesario para explorar la complejidad de un arquitecto caído en desgracia. Básicamente, Roach trata de encuadrarlos a ambos en una película quiere ser a la vez una sátira social, un melodrama y una comedia negra, pero cuyas intenciones, por desgracia, los deja solo como adornos cosméticos. Me parece, en última instancia, una comedia olvidable del director de La familia de mi novia.



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Ficha técnica
Título original: The Roses
Año: 2025
Duración: 1 hr. 45 min.
País: Reino Unido
Director: Jay Roach
Guion: Tony McNamara
Música: Theodore Shapiro
Fotografía: Florian Hoffmeister
Reparto: Benedict Cumberbatch, Olivia Colman, Kate McKinnon, Andy Samberg, Ncuti Gatwa, Sunita Mani, Allison Janney
Calificación: 5/10
La fuente de la vida

La fuente de la vida es una película en la que Darren Aronofsky recurre otra vez a su poética del sufrimiento, supongo, con el propósito de interrogar las cuestiones filosóficas que atormentan al ser humano desde tiempos ancestrales y de las que, por desgracia, todavía no encuentra respuesta. Los 97 minutos que dura me invitan razonar lo suficiente como para saber que ni siquiera Aronofsky sabía lo que quería contar porque, a pesar de su ambición por el lado visual, tengo la sensación de que es una película hueca que, dentro de sus limitaciones, cae en el abismo narrativo con una ejecución que no logra sostener sus pretensiones sobre la mortalidad, el amor y la trascendencia, desperdiciando incluso el talento actoral de Hugh Jackman y Rachel Weisz en unas cuantas escenas. La trama se disuelve sobre tres líneas temporales que se cruzan entre sí. El primer relato sigue a Tomás Creo, un conquistador español del siglo XVI que, por orden de su reina y las profecías de un sacerdote franciscano, es enviado a una selva centroamericana para encontrar un árbol mitológico que concede la inmortalidad. El segundo trata sobre Tommy Creo, un cirujano del siglo XXI que, con las muestras de un extraño árbol guatemalteco, experimenta con monos en su laboratorio para fabricar una cura medicinal para revertir el envejecimiento y las enfermedades cerebrales, poco antes de intentar salvar a su amada esposa de un tumor cerebral. El tercero involucra a Tom, un viajero de un futuro lejano que custodia un árbol en una biosfera mientras viaja por el espacio en una cúpula de cristal hacia una nebulosa y tiene visiones de una mujer. En términos generales, la narrativa de Aronofsky conjunta los tres relatos sobre la base de una estructura no lineal que, en su preámbulo, me resulta interesante por las preguntas que se introducen de su híbrido de géneros entre el drama romántico, la fantasía épica y la ciencia ficción. El problema central, sin embargo, es que los personajes del guion de Aronofsky carecen desarrollo porque, entre otras cosas, solo ocupan un relleno de descripciones anodinas para impulsar la trama inútilmente y, a menudo, quedan suspendidos en una abanico de situaciones predecibles en las que no sucede nada sustancioso más allá de las conversaciones sobre árboles, espiritualidad y fábulas milenarias que abandonan todo registro cohesivo. Esta falta de cohesión narrativa se debe, en efecto, a que Aronofsky sólo utiliza a los personajes como unos autómatas que le sirven para colgar en la superficie un comentario filosófico sobre la ontología del amor y la naturaleza metafísica de la muerte, entendido como la agonía de un hombre en estado de negación que se niega a aceptar la inevitabilidad de la muerte de la mujer que ama. Esto es especialmente cierto porque Tom es un ser inmortal que, a lo largo del tiempo, se obsesiona con buscar una forma revivir a la esposa fallecida como alternativa al fin de la muerte, mientras estudia una forma de meditación que le permite percibir e interactuar con el pasado, llegando a comprender que el ciclo de reencarnación es el renacer del espíritu en un cuerpo nuevo en cada vida. Esta síntesis discursiva, en su núcleo dialecto y religioso, explora la naturaleza del amor como un principio fundamental de la realidad y fuerza motora que dota de sentido la existencia mediante la otredad; pero además, examina la metafísica de la muerte como una transformación cósmica de la conciencia que pone límites a la esencia del ser más allá de lo biológico. Dicho esto, Aronofsky pone estas ideas en marcha con una estética que suele emplear el primer plano, la iluminación artificial, el plano simbólico y tono atmosférico de colores cálidos que goza de un robusto trabajo fotográfico de Matthew Libatique. Pero el resultado es una película plana y demasiado pretenciosa que, en última instancia, no consigue transmitir la profundidad que pretende y se pierde en un laberinto de ideas sin resolver.



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Ficha técnica
Título original: The Fountain
Año: 2006
Duración: 1 hr. 37 min.
País: Estados Unidos
Director: Darren Aronofsky
Guion: Darren Aronofsky, Ari Handel
Música: Clint Mansell
Fotografía: Matthew Libatique
Reparto: Hugh Jackman, Rachel Weisz, Ellen Burstyn, Cliff Curtis, Mark Margolis
Calificación: 5/10
Nadie 2

Nadie 2 es una película de Timo Tjahjanto que, dentro de las limitaciones del cine de acción, trata de capitalizar el inesperado éxito de Nadie (Naishuller, 2021), repitiendo la fórmula que coloca a Bob Odenkirk como el exasesino y padre que intenta vivir tranquilo con su familia antes de ser arrastrado por la violencia que activa su lado violento. La hora y media que paso viéndola me induce a razonar lo necesario como para saber que, como continuación, se queda corta en casi todos los aspectos, convirtiéndose en un ejercicio de acción aburrido y redundante que choca de golpe con clichés que le suelen quitar la sorpresa a su trama sobre vacaciones, familia y violencia gratuita, quedando incluso por debajo de su predecesora. Su argumento, situado luego de los sucesos de la antecesora, sigue a Hutch Mansell en los días en que busca mantener una vida tranquila y se va de vacaciones con su familia para fortalecer el vínculo distanciado que tiene con su esposa Becca, pero cuya tranquilidad se desvanece cuando se deja arrastrar nuevamente a los impulsos violentos tras un incidente en un parque de diversiones administrado por la líder de organización criminal. En general, su narrativa se ensambla sobre las fórmulas convencionales del thriller de acción, pero su premisa incorpora ahora algunos de los elementos característicos de esa comedia negra sobre vacaciones en familia. Sin embargo, siento que el asunto se vuelve reiterativo porque frecuenta lugares comunes y, a menudo, su guión se limita a reciclar la misma fórmula sin añadir profundidad, además de que los personajes carecen de desarrollo más allá de las descripciones banales que reducen sus acciones a encontronazos y discusiones superfluas que no aportan nada sustancioso a la presunta dinámica familiar. En este sentido, simplemente me canso de ver la dualidad de Hutch como el hombre común con el pasado letal que mata a los tipos malos solo cuando se desata su parte violenta provocada por alguna acción moral; la subtrama innecesaria de un narcotraficante que busca rescatar a su hijo secuestrado; los instantes de Hutch con su familia para recuperar el lazo roto con su esposa Becca y disfrutar de las vacaciones con sus hijos en el pueblo de Plummerville; la malevolencia de una villana estereotipada que interpreta una olvidable Sharon Stone como la caricatura de "jefa final". Además, los intentos de humor negro se sienten forzados, y la abundancia de diálogos triviales no es suficiente para equilibrar la brutalidad. Las secuencias de acción son, en efecto, bastante flojas en términos de coreografías, pero reflejan, por lo menos, la pericia de los dobles riesgo ante el peligro y el compromiso físico de Odenkirk para realizar combates cuerpo a cuerpo con 62 años en los distintos escenarios. La dirección de Tjahjanto, conocido por su estilo visceral en La noche nos persigue, se inclina demasiado hacia lo exagerado con un alcance que es menor al de la anterior, y apenas me resulta visualmente competente al dimensionar algunas secuencias de acción sobre los escenarios inusuales de un parque acuático que se satura de explosiones, tiroteos, acrobacias y peleas que, por lo regular, no poseen para mí ningún tipo de tensión o algún impacto que me abra la quijada. Hay, desde luego, algo de ritmo en su metraje de 89 minutos que pasa volando, pero, por desgracia, es una secuela que luce algo apresurada y no logra justificar su existencia entre tanta gratuidad de acción, como si los creadores tuvieran prisa por llegar al próximo golpe sin detenerse a construir un mundo creíble, de ese donnadie que se mete en conflictos con matones para saldar una deuda millonaria que, a estas alturas, ya me importa muy poco. En pocas palabras, es una secuela que hace que esta vez el aburrimiento sea violento.



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Ficha técnica
Título original: Nobody 2
Año: 2025
Duración: 1 hr. 29 min.
País: Estados Unidos
Director: Timo Tjahjanto
Guion: Derek Kolstad, Aaron Rabin
Música: Dominic Lewis
Fotografía: Callan Green
Reparto: Bob Odenkirk, Connie Nielsen, Sharon Stone, John Ortiz, Gage Munroe
Calificación: 5/10
Salvar el planeta Tierra

Salvar el planeta Tierra es una película del director surcoreano Jang Joon-hwan que, dentro de sus limitaciones, se presenta como un extraño híbrido de géneros cinematográficos. Lo que veo en su metraje me induce a pensar lo suficiente como para saber que Jang, en su afán por la mezcla genérica, trata de mimetizar algunos rasgos de la poética de Bong Joon-ho. Se puede decir que la premisa de mezclar géneros funciona hasta cierto punto, pero, en general, termina tropezando en su propia ambición y carece de sorpresa en su trama predecible sobre extraterrestres, asesinos y policías, donde en varias escenas soy asaltado por la sensación de que no me están contando nada que no haya visto antes con mejores resultados en géneros separados. Su argumento sigue a Byeong-gu, un hombre con trastornos mentales que secuestra a un empresario farmacéutico, convencido de que es un extraterrestre de alto rango que proviene de Andrómeda y planea atacar a la Tierra para acabar con el planeta, donde suele ser ayudado por una novia suya que juega con muñecas y también disfruta torturar al espécimen en una silla eléctrica para tratar de que revele información sobre la futura invasión que permita organizar un encuentro con el líder antes del próximo eclipse lunar. En términos generales, la originalidad de su narrativa tiene un arranque que me atrapa, en principio, por la forma radical en que opera su intersección de géneros entre el cine policial, el thriller psicológico, la comedia absurda, el terror de serie B y la ciencia-ficción más convencional. El problema principal, no obstante, es que el guión descuida el desarrollo de los personajes y opta por mostrarlos, más bien, como estereotipos que solo responden a fórmulas genéricas preconcebidas lejos de rellenar descripciones baladíes para impulsar la trama, a menudo atrapados en una circularidad de situaciones predecibles que reduce sus acciones a encuentros cercanos del primer tipo y dosis de violencia extrema a la hora pautada. En este sentido, simplemente permanezco impávido al observar con detenimiento los planes del psicópata clínicamente loco y lleno de odio que tortura al ejecutivo para vengarse por lo que le hicieron a su madre; los intentos de escapar del empresario secuestrado que no se cansa de soportar todo tipo de métodos tortuosos en la sala oscura; la típica misión del detective desacreditado que investiga el caso de las desapariciones por cuenta propia; los instantes de presunta comicidad que surgen de las conversaciones infantiloides entre el psicópata y su novia gorda que es acróbata. Su incapacidad para equilibrar los múltiples géneros que aborda estropea la capa de intriga y humor porque, dicho sea de paso, se desvía por rutas apresuradas que no tienen tanta cohesión, quedando en un agujero negro de facilismos y gratuidad que no agrega ninguna dimensión de profundidad discursiva al asunto. Por esta razón, encuentro un poco maniqueo el comentario social que esquematiza sobre la supuesta desigualdad sistémica del capitalismo y los límites de la crueldad humana, sobre todo cuando se interroga con metáforas obvias como la lucha de un sujeto de la clase obrera que odia la gestión empresarial por ser la responsable del fallecimiento de sus padres y de la corrupción moral de los individuos de la sociedad. Su lectura solo plantea un lado de la problemática. Pero, al margen de este discurso, por lo menos hallo creíble la actuación de Shin Ha-kyun como un hombre psicológicamente traumatizado por el sufrimiento y las heridas del paso. También la de Baek Yoon-sik como el empresario sinuoso y retorcido que se transforma en un perfecto masoquista. Con ellos, Jang encuadra una estética que es consistente adoptando elementos como el vestuario, el primer plano, la iluminación, el encuadre móvil, el montaje frenético y las atmósferas lóbregas que se gestan sobre escenarios especialmente siniestros. Nada de esto evita, sin embargo, que su sátira disparatada se escape de la zona de los clichés. Francamente, es más fácil salvarse de una invasión alienígena que de este desastre fílmico.



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Ficha técnica
Título original: Save The Green Planet! (Jigureul jikyeora!)
Año: 2003
Duración: 1 hr. 58 min
País: Corea del Sur
Director: Jang Joon-hwan
Guion: Jang Joon-hwan
Música: Lee Dong-jun
Fotografía: Hong Kyung-pyo
Reparto: Shin Ha-kyun, Baek Yoon-sik, Hwang Jung-min, Lee Jae-Yong, Ki Joo-bong
Calificación: 5/10

Un pasaje de ida

Un pasaje de ida, ópera prima de Agliberto Meléndez es una película que, dentro de su relevancia histórica, tiene la distinción de ser uno de los primeros largometrajes de ficción del cine dominicano moderno. Está basada en la tragedia del barco Regina Express ocurrida el 5 de septiembre de 1980, donde 22 polizones dominicanos murieron asfixiados y otros 12 resultaron heridos al permanecer escondidos en el tanque de lastre de la embarcación en la que pretendían viajar ilegalmente hacia los Estados Unidos. En este sentido, me parece un drama aceptable en el que Meléndez busca retratar, con realismo y tono atmosférico, las realidades sociales de la migración clandestina, pero, por desgracia, presenta tropiezos narrativos y limitaciones que afectan su impacto general, quedando en un terreno irregular en el que su ejecución no siempre está a la altura de sus ambiciones. Su argumento, ubicado en 1981 después de un prólogo que ilustra las actividades de unos polizones, sigue a unos obreros que tratan de emigrar para alcanzar el sueño americano y escapar de la pobreza de los barrios marginados que trae la falta de oportunidades, donde una noche abordan el barco clandestinamente sin levantar la sospecha de las autoridades portuarias y con total complicidad de la tripulación, pero poco antes de zarpar son encerrados en el tanque de lastre por los delincuentes para evitar ser descubiertos por los inspectores. En términos generales, la narrativa me resulta decente, en principio, por la manera en que se ensambla a partir de las fórmulas del drama social para mostrar el calvario que surge de un dilema ético-moral. El problema fundamental, sin embargo, es que la narrativa adolece de una estructura desigual que no logra mantener un desarrollo consistente sobre la construcción de los personajes y, a menudo, las motivaciones detrás de sus acciones se sienten forzadas o poco desarrolladas porque, dicho sea de paso, permanecen estacionados sobre una serie de situaciones previsibles que se reducen a diálogos expositivos que carecen de naturalidad, algo que le resta organicidad a las interacciones y hace que algunos momentos dramáticos me resulten irremediablemente cutres, incluso en las escenas retrospectivas que sirven para sustentar los motivos de algunos de ellos. La narración parece más centrada en subrayar la injusticia de la situación que en explorar la complejidad de los personajes o las dinámicas sociales de manera matizada. Y, por esta razón, sospecho que su afán situacionista por ser un testimonio social a veces cae en un lapso excesivamente didáctico y hasta maniqueo cuando Meléndez utiliza a los personajes solo como víctimas de un sistema injusto para sintetizar un comentario sobre la corrupción burocrática, la desigualdad social y la inmigración ilegal, entendida como la condición socioeconómica de unos polizones que deciden poner su destino en manos de las redes oscuras del tráfico de personas con el único propósito de perseguir el dinero fácil y la ambición inducida por la codicia que proviene presuntamente del capitalismo. Al margen de esta síntesis discursiva colectivista, por lo menos encuentro que la actuación de Miguel Ángel Muñiz es orgánica cuando interpreta con sus gestos histriónicos a un polizón desesperado que está dispuesto a lo que sea para salir de la miseria. El resto del reparto muestra su compromiso hasta cierto punto, pero la inexperiencia como intérpretes se hace evidente en ciertas escenas en las que sobreactúan. Por otro lado, la estética de Meléndez dota el encuadre de cierta autenticidad para narrar la odisea de los polizones a través del uso del primer plano, los entornos marginales, el encuadre móvil, la elipsis, el fuera de campo y las atmósferas opresivas dentro del barco, producto de un luminoso trabajo de fotografía de Peyi Guzmán. La edición de sonido es cuestionable, al igual que la partitura de Rafael Solano. Estas decisiones estéticas acentúan el grado de pánico de unos personajes que experimentan el confinamiento, la oscuridad, el calor y la humedad. Pero, desafortunadamente, nada de esto corrige la ausencia de profundidad emocional del viaje sin retorno.



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Ficha técnica
Título original: Pasaje de ida
Año: 1988
Duración: 1 hr. 30 min
País: República Dominicana
Director: Agliberto Meléndez
Guion: Adelso Cass, Danilo Taveras, Agliberto Meléndez
Música: Rafael Solano
Fotografía: Pedro "Peyi" Guzmán
Reparto: Horacio Veloz, Ángel Muñiz, Miguel Buccarelly, Carlos Alfredo Fatule, Ángel Haché, Rafael Villalona, Félix Germán, Víctor Checo, Juan María Almonte, Pepito Guerra
Calificación: 6/10

Tron

Tron es una película de Steven Lisberger que tiene la distinción de ser una de las primeras películas de Hollywood en utilizar imágenes generadas por ordenador —CGI— para crear la historia de un mundo completamente digitalizado. La hora y media que dura me invita a reflexionar los suficiente como para saber que su premisa es algo original, si se toma en cuenta el contexto de la popularidad de los videojuegos y las tendencias del cine de ciencia-ficción de principios de los 80. A pesar de sus innovadores efectos especiales, tengo la sensación de que es una cinta aburrida de ciencia-ficción, que termina en la papelera de reciclaje con su narrativa de personajes planos y trama previsible, donde todo ocurre de una manera apresurada que la convierte, más bien, en un extraño experimento inacabado en su fase de beta. Luego de un prólogo en el que se presenta el mundo de los programas como una realidad alternativa, la trama sigue las desventuras de Kevin Flynn, un ingeniero de software y desarrollador de videojuegos que, poco después de infiltrarse en la compañía que lo despidió junto a unos colegas, es transportado al ciberespacio por una computadora central, donde interactúa con programas informáticos sintientes que se asemejan a los "Usuarios" (programadores) que los crearon y, a la vez, emplea sus habilidades para escapar de un régimen totalitario que es controlado por un megalómano. En términos generales, su narrativa se programa sobre la base de las fórmulas básicas del cine de aventura y ciencia-ficción de carácter spielbergiano, donde un hombre ordinario descubre cosas extraordinarias de la noche a la mañana, en este caso un programador que accede al ciberespacio adoptando la forma de un avatar virtual. El problema fundamental, no obstante, es que la narrativa carece de profundidad porque, entre otras cosas, desarrolla el conflicto sobre una serie de situaciones predecibles que se resuelven desafiando la lógica más torpe de los clichés, con un repertorio de personajes acartonados a los que le falta una cuota decente de desarrollo y que solo funcionan como unos autómatas para ocupar el espacio de las descripciones más banales del guión. Cuando esto sucede siento una fatiga que se prolonga al ver la misión de Flynn para intentar sabotear el Programa de Control Maestro (MCP) que impone su dominio en ENCOM como un virus informático al eliminar a otros programas para aumentar sus capacidades; la ayuda que recibe Flynn de Yori, un programa de información, y de Tron, un programa que sirve como una medida de seguridad autónoma diseñada para proteger el sistema; las persecuciones de Flynn en los juegos mortíferos de motocicletas lumínicas en los espacios tridimensionales; la autoridad del villano estereotipado que sigue las órdenes de su líder desde la nave de mando. La estructura narrativa, en su barullo, salta entre realidades alternativas sin ni siquiera detenerse a interrogar las motivaciones de los personajes o a explicar las reglas del universo virtualizado que condiciona sus acciones con los diálogos expositivos. En este sentido, los personajes constituyen el punto más débil de todo. Flynn, interpretado por Jeff Bridges aporta su carisma, aunque se ve limitado por un material que lo reduce al héroe audaz que resuelve todos los problemas con facilismos. Los personajes secundarios que interpretan Bruce Boxleitner y Cindy Morgan son meros arquetipos sin desarrollo, sirviendo como figuras decorativas. Lo único que rescato, dicho sea de paso, es la estética visual que Lisberger se encarga de dimensionar sobre cada escena a través de los efectos especiales que combinan la animación retroiluminada con la animación en CGI y la acción en vivo. Estos efectos visuales, pioneros para su época, crean una atmósfera cyberpunk de neón que es consistente y que, en efecto, alcanza su mayor grado en las secuencias de las carreras de motos de luz. Todo lo demás, incluyendo su ritmo errático, me parece un videojuego estirado a película, donde los píxeles son más interesantes que los personajes y el guión es un error 404.



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Ficha técnica
Título original: Tron
Año: 1982
Duración: 1 hr. 36 min
País: Estados Unidos
Director: Steven Lisberger
Guion: Steven Lisberger
Música: Wendy Carlos
Fotografía: Bruce Logan
Reparto: Jeff Bridges, Bruce Boxleitner, David Warner, Cindy Morgan
Calificación: 4/10
¿Y dónde está el policía?

The Naked Gun, también conocida en Hispanoamérica con el título de ¿Y dónde está el policía?, es una película de Akiva Schaffer que intenta funcionar como una secuela directa de la trilogía cómica original protagonizada por Leslie Nielsen desde La pistola desnuda (Zucker, 1988), bajo las fórmulas de esa comedia absurda que pretende aplicar un tono subversivo a cada escena para que la comicidad tenga algo de gracia. Aunque Schaffer trata de evocar el encanto absurdo de la saga, lo que veo en apenas hora y media me induce a razonar lo suficiente como para saber que se queda corta y, en los peores momentos, es una comedia absurda de policías que solo dispara chistes predecibles y carece de la chispa ingeniosa que hizo de la película original un clásico de la parodia, donde siento que el humor slapstick que arroja Liam Neeson con un par de one-liners pide a gritos que uno se ría por la fuerza en su afán de pretensiones. La trama, ubicada varios años después de la última entrega, sigue a Frank Drebin Jr., un teniente del Departamento de Policía de Los Ángeles que, en medio de la investigación del caso de homicidio de un ingeniero de software vinculado a una novelista llamada Beth Davenport, se dispone a investigar por su cuenta a un poderoso magnate de una compañía tecnológica que tiene el plan de manipular y eliminar a los humanos con un dispositivo electrónico antes de ocultarse en un búnker con sus compañeros multimillonarios. En general, la narrativa adopta algunos de los elementos de la fórmula mostrada en la trilogía anterior a través de la mezcla de diálogos irónicos, humor slapstick y los tropos más básicos de la comedia absurda de policías en pareja. El mayor problema que encuentro, sin embargo, radica en la forma rebuscada en que el guión cuelga los gags previsibles sobre el conflicto del detective que investiga el crimen, en una serie de situaciones forzadas que opta por un humor burdo que solo se ajusta a los clichés sin ningún rastro de sutileza. Logro reírme entre otras cosas, en la secuencia de la cita de Frank y Beth en el apartamento, y también en la secuencia de la jornada policial en la que Frank se desayuna hot dogs que le causan diarrea. Pero siento que su argumento es incapaz de mostrarme algo que sea divertido o sorpresivo cuando observo la misión secreta de Frank para luchar contra muchos matones en el club nocturno; el romance ochentero entre Frank y Beth durante un fin de semana en una cabaña alpina; los planes del villano estereotipado que busca destruir la sociedad con su tecnología. Todo luce demasiado colocado en su ejercicio de gratuidad, como si nada de lo que se muestra puede integrarse orgánicamente en la trama superficial. El protagonista, interpretado ahora por Neeson, me parece que no encaja adecuadamente en el género cómico con su rostro inexpresivo de héroe de acción y permanece reducido, más bien, a un personaje serio que no tiene el carisma ni el timing de Nielsen para las ocurrencias desenfadadas de Drebin como policía en aprietos. A pesar de todo, Neeson tiene una química palpable al lado de Pamela Anderson como la rubia fatal del vestido rojo, en un par de escenas que reflejan por qué en la actualidad son una pareja. El resto de los secundarios, que deberían complementar el humor excéntrico, se sienten como caricaturas genéricas sin profundidad ni propósito. Solo me atrevo a rescatar, dicho sea de paso, los escenarios urbanos que sirven para parodiar algunas de las convenciones del cine policíaco, además de la banda sonora de Joel McNeely que incluye de leitmotiv el tema musical de jazz y blues de las predecesoras. Todo lo demás, en última instancia, supone para mí una secuela legado aburrida, olvidable, que no justifica su existencia entre tantos facilismos y falta de ingenio paródico.



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Ficha técnica
Título original: The Naked Gun
Año: 2025
Duración: 1 hr. 25 min
País: Estados Unidos
Director: Akiva Schaffer
Guion: Jim Abrahams, Dan Gregor, Mark Hentemann, Doug Mand, Akiva Schaffer, Alec Sulkin, David Zucker, Jerry Zucker
Música: Joel McNeely
Fotografía: Brandon Trost
Reparto: Liam Neeson, Pamela Anderson, Paul Walter Hauser, Danny Huston, CCH Pounder, Kevin Durand
Calificación: 5/10