Crítica de la película
Mientras veía El abrazo de la serpiente de Ciro Guerra (La sombra del caminante, Los viajes del viento), se despertó en mí calva cabeza una emoción de asombro que es inolvidable; porque lo cierto es que es un drama alucinante que ofrece una visión casi hipnótica de los efectos del colonialismo en la región amazónica de Colombia, donde los rasponazos del período se desangraban sin poder suturarse.
“La ficción de la legalidad amparaba al indio; la explotación de la realidad lo desangraba”, decía Eduardo Galeano en el libro Las venas abiertas de América Latina. Y eso es exactamente lo que vemos aquí. Y lo notamos en dos épocas distintas a través de los ojos de Karamakate; un chamán del Amazonas que vive aislado de las tragedias de las tribus del territorio. Su relato, como el de muchos en su condición, ha sido el de una víctima de la colonización. Él es el último superviviente de su casta.
La película cuenta las dos historias saltando en el tiempo una y otra vez, pero desde el punto de vista de un joven Karamakate (interpretado por Nilbio Torres) y de uno adulto (interpretado por Antonio Bolívar). La primera sucede en el año 1909 y la segunda en el año 1940. En ambas crónicas, se halla invadido por dos científicos que buscan la yakruna, una planta medicinal (y sagrada para los aborígenes) que tiene poderes mágicos.
En un principio, Karamakate se muestra hostil cuando se encuentra con el etnólogo y fotógrafo Theodor Koch-Grunber (Jan Bijvoet) y su ayudante Manduca (Yauenkü Migue), pero luego decide guiarlos por el río para dar con la flor en las profundidades de la selva. Lo mismo sucede en su adultez cuando conoce a Richard Evans Schultes (Brionne Davis), un etnobotánico americano que busca la yakruna.
El argumento de Karamakate es uno muy trágico, pero a la vez interesante. Vive los días por inercia, atrapado por los fantasmas del pasado. En sus días fue un poderoso chamán. Llevaba un collar de colmillos, un pequeño arete de palo incrustado en su oreja izquierda y un taparrabo cercano a la desnudez. Era hábil, corpulento y tenía un juicio agudo sobre las costumbres de su pueblo. Asimismo, su hostilidad hacia el hombre blanco era palpable, probablemente por atestiguar el genocidio étnico de su raza. Luego de varios años vive en un aislamiento voluntario en lo más impenetrable de la floresta. Sus reflejos son lentos, su cuerpo está achacado y su mente es más sabia. Todos esos años de soledad lo han convertido en un chullachaqui, un ser vacío privado de emociones y de recuerdos. Y carga consigo los últimos remanentes de su cultura. Quizá por eso decide ayudar a Evans para redimirse por lo que ha vivido y transferir su conocimiento ancestral que estaba destinado a perderse para siempre.
Guerra usa a estos personajes perdidos en la jungla de una manera muy similar a lo que pasa en Apocalipsis ahora de Coppola y en Aguirre, la ira de Dios de Herzog. Muestra un grupo de hombres que navegan en una canoa por el río en una misión y en el trayecto descubren los horrores del entorno como el canibalismo, las enfermedades, el catolicismo, los choques étnicos, los rituales, las alucinaciones, la muerte. Vemos todo los corolarios negativos de la colonización. Y casi siempre tropiezan con la desolación.
Pero la intención de Guerra también es hacernos sentir la inmensidad del paisaje para compararlo con la enormidad del universo. Provoca todo tipo de reflexiones en un ambiente extraño donde el tiempo parece que se ha detenido. Sus planos evocan poesía visual con un precioso blanco y negro. Y no se apresura en contar las cosas con los diálogos para dejar que la belleza de las imágenes transmite las metáforas del ocaso de una cultura.
El film completo fue filmado en locaciones en la selva amazónica de Colombia. Y ese estilo naturalista es lo que le da la verosimilitud cuando recrea las duras condiciones de un periodo donde los indígenas del continente fueron exterminados por todas partes a punta de pistola. Lo peor del caso es que todavía hoy en día las heridas de América Latina no han cicatrizado, pero con esta película Ciro Guerra nos dice que aún hay esperanza.
Ficha técnica
Año: 2015
Duración: 2 hr. 15 min.
País: Colombia
Director: Ciro Guerra
Guión: Jacques Toulemonde, Ciro Guerra
Música: Nascuy Linares
Fotografía: David Gallego (B&W)
Reparto: Brionne Davis, Nilbio Torres, Antonio Bolívar, Jan Bijvoet
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