Crítica de 'The Other Side of Hope': el otro lado de la solidaridad

Sinopsis: El joven Khaled llega a Finlandia oculto en un barco de carga procedente de Siria. El sueño del chico es encontrar a su hermana, que también huyó de Siria.

Ficha técnica
Título original: Toivon tuolla puolen
Año: 2017
Duración: 1 hr 40 min
País: Finlandia
Director: Aki Kaurismäki
Guion: Aki Kaurismäki
Fotografía: Timo Salminen
Reparto: Sakari Kuosmanen, Sherwan Hajit, Kati Outinen, 


Crítica de la película


El cine del realizador finlandés Aki Kaurismäki, es uno de los más originales que ha parido el continente europeo. Para la puesta en escena, su estética proyecta un controlado uso del color, encuadres estáticos y una música [diegética] que sale de algunas bandas que se ganan la vida tocando en bares. Los personajes, quienes muestran pocos signos de emoción, son muy humanos y parecen perdidos en un aparato de injusticia social. Además de que, la ironía empleada para los diálogos puede hacer reír a cualquiera que no tenga el cerebro de vacaciones.

La nueva película de Kaurismäki, The Other Side of Hope, similar a la antecesora Le Havre, nos da una probada de todo su estilo. Posee una buena dosis de melancolía y humor lacónico. La otra cara de su humanismo elabora un discurso de la crisis migratoria en Europa con la historia de Khaled (Sherwan Haji), un joven sirio que ha huido de su país en busca de una mejor calidad de vida, pero lo que lo espera es la rigidez de un sistema burocrático que caza a los inmigrantes como los ratones que buscan queso.

Khaled llega a la ciudad de Helsinki, Finlandia, oculto en un barco de carga procedente de Siria. La inexpresividad que adorna su cara comunica que intenta divorciarse de la tragedia del pasado. Es un hombre reservado, vulnerable, pero está decidido a moverse por las calles de la modélica capital para resolver su escenario de expatriado. Y tiene el objetivo de hallar viva a una hermana desaparecida. Pero intenta sobrevivir a pandillas nacionalistas y a delincuentes racistas sedientos de refugiados.

Cuando Khaled solicita asilo para solventar su situación diplomática, es rechazado por las autoridades finlandesas de forma unánime. Sin embargo, a pesar de todo, Khaled no pierde la esperanza ante los anclajes del destino. Decide quedarse. En el trayecto hace amistad con otros exiliados que escaparon. Y un día, durmiendo en un zafacón, conoce a Wikström (Sakari Kuosmanen), un empresario cincuentón que recientemente ha abierto un restaurante en decadencia. Gracias a la determinación de Khaled, el señor Wikström se solidariza con él ofreciéndole comida y trabajo.

Estos personajes son los mismos perdedores que siempre han atiborrado el mundo de Kaurismäki. Se sienten como seres impasibles, tragicómicos, pintorescos, que se expresan como si fueran robots en un vertedero de chatarra. Aunque nunca se ríen, son profundos; gente que viene de abajo y que anhela escapar de las peripecias sociopolíticas. Y sus acciones están conectadas por la causalidad: Khaled quiere cambiar su vida y encontrar a su hermana, mientras Wikhström ha abandonado a su esposa y quiere rehacer su vida abriendo un restaurante con dinero del póker. Aún sin conocerse, en las primeras escenas, sus caminos se cruzan por las calles de Helsinki.

La simplicidad de Kaurismäki nos ha hecho sentir empatía por lo que les pasa a estos personajes, pero lo importante es que la trama no se apresura, se toma el tiempo necesario para desarrollarlos. Se mueve por los silencios y los giros inesperados. Y se agradece, especialmente con la gratificante actuación de Sherwan Haji como Khaled.

El director finlandés, quien ha reiterado en el Festival Internacional de Cine de Berlín que esta será su última película, nos ha contagiado con una fábula crítica que en ningún momento deja de ser honesta. Ilumina con optimismo las zonas más oscuras de la crisis migratoria. El resultado puede ser risible, pero es muy conmovedor.


7/10




0 comments:

Publicar un comentario