No me causa ni frío ni calor esta película de Ozon, pero distingo la sólida actuación de Charlotte Rampling como una mujer que pierde repentinamente a su marido en una playa tan distante como el matrimonio que se presenta. Todas las escenas le pertenecen. Con la protagonista que ella interpreta, la película construye un estudio psicológico sobre el duelo que no se supera, la negación impertinente, el miedo a la vejez, la necesidad de cubrir los deseos reprimidos más eróticos, el sentimiento de culpa producido por un matrimonio infeliz, la más absoluta soledad; revelados casi siempre con un manejo correcto del encuadre y una subjetividad interna muy engañosa que comunica su estado de ánimo y lo que piensa. El misterio que supone la desaparición del marido resquebraja la psiquis de esa mujer, dejándola atrapada en un espejismo de dudas (simbolizado con el sobreencuadre del espejo) y en un aparente estado desesperación. Y al rato me aburro. La vida de esa protagonista no me conmueve, a pesar de que Rampling le otorga tres dimensiones. Por momentos presiento que se está quemando metraje cuando ella va de aquí para allá exponiendo su dolor en medio de los días más grisáceos. Veo poco sutil el uso simbólico del color rojo. La música se resiste a mis oídos. Es una cinta algo irregular en la filmografía del director francés.
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Calificación: 6/10
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