Admito que esta película de cine de negro, dirigida por Tay Garnett y adaptada de la novela del mismo título de James M. Cain, me atrapa en la primera mitad con la trama de los amantes que planean asesinar al típico marido ingenuo para quedarse con todo. La necesidad de crimen de esos protagonistas es inmediata y están correctamente interpretados por la siempre deslumbrante Lana Turner como Cora, la rubia que desea ser alguien, y, por John Garfield como Frank, el tipo duro y trotamundos que se queda hipnotizado por la belleza de esa femme fatale. Hay un tercer elemento, el marido, interpretado por Cecil Kellaway, el cual no me convence, está colocado con una ingenuidad que lastra su aparente rol de víctima. En ese tiempo, atestiguo las marañas del trío y veo cómo la fatalidad que los acecha construye una lectura sobre la infidelidad, la incredulidad, las traiciones, las trampas judiciales y el usual castigo moralista impuesto por el código. Y me comienzo a cansar del asunto cuando llega el patetismo en la segunda mitad, donde el ritmo se desliza por un barranco que adormece la narración con el drama judicial de cabecera, en el que aparecen personajes secundarios tan innecesarios como la falta de intriga. La forzosa urgencia de quemar metraje le resta claridad al argumento, haciendo que sea más previsible de la cuenta. Es, a mi juicio, una cinta muy irregular de cine negro.
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Calificación: 6/10
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