En esta película de Hosoda veo una animación preciosa, expuesta con un estilismo sutil que adorna los escenarios de detalles y movimientos. Se construye como una fábula de la cotidianidad. Cuenta la historia de un niño consentido que se refugia en un mundo imaginativo y fantasioso para elaborar una interesante radiografía sobre los dilemas morales de la infancia temprana, la nostalgia, la importancia de la hermandad, la trascendencia de la familia y el significado de los vínculos parentales, simbolizado con ese árbol de la vida que difumina la barrera entre la fantasía, la imaginación y el sueño. El mecanismo de acción es presentado desde el punto de vista del niño cuando aprende a manejar los celos y comprende cosas tan valiosas como la compasión y la aceptación. Y ese niño, Kun, está bien desarrollado. Pero no me hechiza ni me contagia, aunque por momentos me identifico con el pequeño. Me olvido rápido del padre, la madre y su hermana. Cuando la trama recurre a la misma estructura del viaje en el tiempo, tengo la sensación de que se repite y me aburro hasta quedar indiferente ante lo que sucede. La reincidencia es lo pretencioso. La música de Takagi Masakatsu tampoco toca la fibra de mis tejidos auditivos en las escenas de mayor expresividad. Es, me parece, una película mediana en la filmografía de este maestro de la animación japonesa.
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Calificación: 6/10
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