Esta comedia criminal, dirigida por Alexander Mackendrick y producida por los estudios Ealing, me parece algo bobalicona e insípida, pero reconozco inmediatamente un tema interesante con el cual me identifico. Ambientada en un pequeño pueblo en una isla remota, trata la historia de unos pueblerinos muy peculiares que tienen una predilección por ese líquido tan preciado que llaman alcohol. Para ellos, el whisky es el agua y tienen un tiempo sin tomar ni una sola gota. Como golpe de suerte (o de efecto), cuando un barco cargado de whisky encalla en las costas, ellos comienzan a idear toda clase de artimañas para burlarse de las autoridades y obtener la anhelada carga. Esas acciones corresponden a un soterrado componente textual sobre los sacrificios del pueblo británico para subsistir y cubrir sus necesidades básicas en tiempos difíciles. En efecto, con la apología del alcoholismo Mackendrick teje un discurso social sobre la hambruna, la miseria, la desigualdad, de gente que vive en desdicha y no tiene más remedio que rebelarse. El problema, sin embargo, es que los personajes son desechables y me olvido de ellos al rato. El humor británico que tanto me agrada lo percibo blandengue y la ironía no llega hasta mis días. Y la trama, aunque recupera parte del ritmo perdido cerca del clímax, pierde brío lentamente. Es una película aceptable.
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Calificación: 6/10
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