La película de Zemeckis, basada en un hecho verídico, es un poco condescendiente con el protagonista que calza muy bien en los zapatos de Steve Carrell, pero carece de sustancia y del componente sorpresivo que a veces caracteriza su estilo formal (aunque la autorreferencia está presente). Desde la óptica de ese protagonista interpretado por Carrell, trata una historia interesante sobre la culpa, la vergüenza, la frustración, el dolor y la soledad, de un hombre que no puede vencer sus miedos internos a causa de un pasado maldito atiborrado de alcoholismo y de relaciones tóxicas. Su nombre es Mark Hogancamp. Fue golpeado en la cabeza en una noche de borrachera. Y la amnesia le ha robado los recuerdos. Lo único que le queda es el arte de sus figuras de acción, una especie de refugio emocional e imaginativo que no le permite relacionarse adecuadamente con los demás y lo mantiene aislado del pueblo, aunque es querido y respetado por todos, especialmente por unas mujeres que se sienten atraídas por su tímida personalidad. En esos momentos observo una sólida interpretación de Carrell como ese hombre tan desgarrado que necesita de la fuerza de una mujer para apaciguar su trauma y que ha sido víctima de la homofobia y de los prejuicios más barbáricos, así como también un estupendo trabajo de animación y una banda sonora de Alan Silvestri que resulta agradable para mis oídos. Su problema radica, no obstante, en la distribución de ritmo entre las secuencias animadas y las de imagen real, en la superficialidad recalcitrante, en la inserción desatinada de los villanos nazi para justificar un discurso que, en ocasiones, adquiere un sentido políticamente correcto. El conjunto se siente disparejo y algo irregular.
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Calificación: 6/10
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