Crítica de 'La mula': la redención del anciano Clint Eastwood

La mula


Han pasado más de diez años desde la última vez que el legendario Clint Eastwood se dirigía a sí mismo. Esa película es Gran Torino, en la que interpreta a un veterano de la guerra de Corea que habita una solitaria vivienda en un vecindario atestado de pandilleros surcoreanos a los que odia con el disgusto más aberrante. Como protagonista es un señor malhumorado, sarcástico, sincero y un racista profesado, la viva imagen de un misántropo en estado latente. Es el auténtico vetusto conservador que resalta los ideales de su país y lidia con cosas como la soledad, la desdicha familiar, la pérdida de su amada pareja, fantasmas del pasado que regresan a él cuando se queda dormido en su sofá frente al televisor luego de una noche de cervezas. Pero aprende una lección moral que deshace su arbitrariedad para siempre. Y la película es tan desgarradora como emotiva, porque lo retrata como el héroe de acción caído, el tipo duro que por primera vez afronta la inevitable fragilidad producida por los achaques. Algo similar a esa película concibe con su más reciente producción, The Mule, que lo pone una vez más como el anciano afanoso y huraño que se enfrenta a la incertidumbre de lo moral.  

Con esta película Eastwood prueba, con casi 90 años, que todavía puede dirigir y protagonizar un drama criminal ligero, sin artilugios exagerados, conciso en su planteamiento, en el que impera el relato familiar de antaño, la crónica policial más genérica y la peculiar historia de un octogenario endeudado que se convierte en la mula de un cartel mexicano de drogas. Aunque no está a la altura de sus grandes trabajos, su tono es tragicómico, placentero y muy emocionante cuando lo veo en una camioneta negra paseándose por varios rincones de los Estados Unidos para buscar una redención que lo ha abandonado. Se apresura en el arranque, pero la narrativa está rodeada de una densa capa de ironía que me ayuda a olvidar las coincidencias. En esas vías por las que él transita, el argumento registra soterrados discursos políticos sobre la discriminación y los prejuicios sociales hacia la figura del hispanoamericano, de un país que está perdido en la disgregación social y económica. También la culpa provocada por un pasado agridulce, como si se tratara de un viaje personal del mismo Eastwood para hacer una revisión toda su trayectoria, mostrando su vulnerabilidad y sus defectos como padre cuando se queda atrapado en la vorágine de unos dilemas morales que, en ocasiones, se resuelven fuera de campo. 

El guion de la película lo firma Nick Schenk, el guionista de la estupenda "Gran Torino". Y es por eso que las similitudes son inevitables. Lo adapta de un artículo escrito en The New York Times sobre el hecho verídico de Leo Sharp, un veterano de guerra que a sus ochenta años se convirtió en traficante de drogas del Cártel de Sinaloa. Aquí es nombrado Earl Stone. Y cuenta la historia de Earl Stone (Clint Eastwood), un veterano de la guerra de Corea que ronda los 88 años, horticultor profesado, amante de los lirios, cuando atraviesa dificultades económicas y lo persigue un agudo remordimiento por haber descuidado a su familia. Stone tiene mucho tiempo que no habla con su hija, Iris (Alice Eastwood). Tampoco se lleva muy bien con su ex esposa, Mary (Dianne Wiest). La única que parece comprenderlo es su nieta, Ginny (Taissa Farmiga), que lo ve como su modelo a seguir. Cuando le embargan su casa ya no sabe ni a quién acudir, por lo que regresa a la casa de su familia, que no lo reciben con la mejor acogida. Inflexible y con una voluntad inquebrantable, Earl vive en un mundo en perpetuo cambio al que no se adapta. Para salir de las deudas, comienza a trabajar inadvertidamente como transportador de cocaína (una mula) para unos narcotraficantes mexicanos que lo utilizan porque saben que el papel de senil, con la cara de inocencia y de ciudadano modélico, facilita el tráfico por los recorridos interestatales sin levantar la sospecha de la policía. 

La figura de Earl Stone encaja perfectamente en ese símbolo de la masculinidad que Eastwood viene personificando desde hace años como el hombre carismático, difícil, honesto, que oculta su afabilidad debajo de la dureza y que no confía en nadie, aunque su actitud se haya ablandado con los años. Puede ser amable por fuera y peligroso por dentro, algo que le permite escapar de las situaciones de mayor aprieto (la policía ni siquiera lo detiene solo por ser un hombre blanco) y salirse con la suya cuando uno menos lo espera. Hay signos que revalidan su rudeza disimulada y su lado más violento (los planos en los que está ensangrentado en la camioneta). Recurre a la astucia para lograr lo que desea. Es un personaje interesante que desmitifica la imagen del ochentón debilucho y los tabúes diseminados en la sociedad sobre este. Por eso se le ve disfrutando de la vida y de los placeres efímeros que le provee el dinero aun con la edad que tiene, teniendo sexo gratuito con prostitutas, aprendiendo a usar teléfonos inteligentes, cayéndole bien a toda la gente que conoce en el camino, manejando kilómetros con su carga de cocaína sin mostrar rastro alguno de cansancio y haciendo el trabajo con una eficiencia que despertaría la envidia de cualquier camionero más joven.

Con el empleo del montaje paralelo y de la elipsis, Eastwood logra que la trama de Earl muestre ambos lados de la moneda cuando transita una delgada línea moral que lo pone al margen de los agentes de la DEA y de los narcos; ganándose, con su aparente rostro de bondad, la confianza y el respeto de los dos bandos. Por una parte el de los policías liderados por los agentes de la DEA, Colin Bates (Bradley Cooper) y Trevino (Michael Peña), que buscan a la famosa mula, Tata (como los narcos apodan a Earl), y lo que menos piensan es que se trata de un hombre blanco de la tercera edad. Por otra, la de los narcos organizados por Latón (Andy García) y Julio (Ignacio Serricchio), quienes en un corto periodo lo admiran por sus hazañas en la carretera. Una tercera involucra los sacrificios de Earl para restablecer los lazos familiares que se marchitan como las flores a causa de su individualismo. 

Si bien es cierto que la película está basada en la vida Leon Sharp, Eastwood se toma libertades para hacerla suya, otorgándole a la narración la forma de un retrato muy personal, el homenaje autocrítico a su carrera. Su cinta habla de él mismo, en una especie de revisión tanto del mito cinematográfico como el hombre de familia que ha dedicado toda su vida a sacrificar momentos familiares para dedicarle la mayor parte del tiempo a su pasión, que es el cine (aquí simbolizada por los lirios), su cárcel personal, en la que encuentra la paz consigo mismo, pero sin descuidar en ningún momento la responsabilidad por sus seres queridos, que para él es lo más importante. Habla de la angustia, del perdón, de los vínculos familiares. Lo filma con paisajes hermosos y una música que representa su identidad como norteamericano (el jazz, el country). El ritmo es parsimonioso, aunque sirve para preservar la cohesión interna de la narrativa. La atmósfera que evoca es grisácea. Puede que se trate de su última película como actor protagónico, y de ser así es una despedida gratificante y disfrutable. Es una película cautivante, tensa, impredecible. El último testamento de un ícono viviente del cine.

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Ficha técnica
Año: 2018
Duración: 1 hr 56 min
País: Estados Unidos
Director: Clint Eastwood
Guion: Nick Schenk
Música: Arturo Sandoval
Fotografía: Yves Bélanger
Reparto: Clint Eastwood, Bradley Cooper, Dianne Wiest, Michael Peña, Taissa Farmiga, Laurence Fishburne, Ignacio Serricchio,  Alison Eastwood, Andy García
Calificación: 7/10



Tráiler de la película 

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