En un principio esta película de Schlesinger, perteneciente al movimiento de la Nueva ola británica y al subgénero denominado como retrato de la clase obrera ('kitchen sink realism' ), se roba mi interés y me atrapa momentáneamente con la historia del muchacho, llamado Billy, que es un holgazán de primer orden y que recurre a su impertinente imaginación y a las mentiras para olvidarse de las responsabilidades que le impone la vida cotidiana en la localidad de Yorkshire. Para ese protagonista que todavía vive con sus padres y se rehúsa a madurar, los sueños son importantes, a pesar de que la realidad social, impresa en la esclavitud del trabajo y en la cultura del salario, le impide pensar adecuadamente en su futuro como guionista y lo mantiene acorralado en una cárcel de inseguridad, cosa que manifiesta frente a sus padres y a sus prometidas con un gesto de rebeldía. La falacia representa el escape de la presión ejercida por la cotidianidad de la sociedad moderna, y se metaforiza a plenitud con el recurso intrusivo de la falsa prolepsis cuando Billy imagina eventos para calmar su enfado y su decepción. Y el personaje está estupendamente interpretado por un joven Tom Courtenay. Pero noto que el realismo social enmascarado de comedia dramática no es suficiente para engancharme y pronto me canso de ver al protagonista enfrascado en la discusiones domésticas o dando vueltas en las calles discutiendo con las muchachas que le gustan y que engaña con gran placer. El discurso de las vicisitudes de la clase trabajadora es correcto, pero el argumento se vuelve muy reiterativo para desarrollarlo. Es un drama aceptable.
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Calificación: 6/10
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