Esta secuela tiene propiedades estéticas que la acercan al mítico clásico de Disney de 1964, sobre todo en el apartado musical, en las coreografías de danza y en los coloridos escenarios londinenses por los que se pasea la estrambótica niñera voladora que ahora interpreta Emily Blunt. Se ambienta durante los años de la gran depresión y hay personajes conocidos que vienen de la antecesora y otros que son relativamente nuevos. Trata la historia de Mary Poppins cuando arriba nuevamente en Londres para encargarse del cuidado de los niños y ayudar a la nueva generación de la familia Banks, quienes pasan por una situación económica muy grisácea. Lo insólito es que, a pesar de lo hermoso que es su tratamiento visual y de algunas interpretaciones correctas, como la de la irregular Emily Blunt como Mary Poppins y la de una efímera Meryl Streep (nuevamente mostrando su destreza para los acentos), no me contagia lo que veo, siento que la narración es poco imaginativa y pierde el encanto cuando sus personajes transitan los lugares consabidos de la fábula optimista y esperanzadora producida en los almacenes del género. Su magia se esfuma para favorecer una temática repetitiva sobre las responsabilidades parentales y la imaginación de los niños. La dirige el director Rob Marshall (cuyas películas aborrezco y esta es otra más en el catálogo), el cual parece tan desesperado en reproducir la cinta de Stevenson y la memorable Julie Andrews, que se olvida de otorgarle algún tipo de emotividad al asunto. Es melindrosa, aburrida y por momentos excesivamente ingenua.
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Calificación: 6/10
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