Esta película de cine negro, basada en la novela "Thieves Like Us" de Edward Anderson, supone el debut como director de Nicholas Ray. Cuenta la historia de un joven fugitivo de la ley que, luego de escaparse de la prisión junto a otros dos reclusos como él, se enamora de una candorosa chica que habita la guarida de los rufianes. El arranque del argumento es sólido y me topo con momentos que me transmiten la tensión de los protagonistas, como los diálogos que mantienen para planificar el asalto del banco, la idílica y esperanzadora atracción entre Bowie y Keechie, la secuencia del robo del banco en el que las cosa comienzan a salir mal (con una interesante elipsis simbólica encuadrada en un reloj que anuncia el declive del protagonista) , el accidente de tránsito por las vías de lo inesperado que complica la situación con los oficiales de la ley y el orden. Su puesta en escena está estilizada y utiliza mecanismos interesantes para describir sensaciones diversas: el primer plano que encuadra los sentimientos honestos de Bowie y Keechie, picados aéreos que muestran el grado de debilidad de los maleantes (de los primeros en usar el encuadre móvil desde un helicóptero), la iluminación que golpea los rostros de los personajes y delata intenciones. Sin embargo, no logra mantener ese ritmo y en la segunda mitad se desgasta. Y cuando Bowie y Keechie deciden casarse, la trama se siente reiterativa y muy previsible, como si se tratara de un vehículo que quema combustible sin propósito alguno. Me parecen muy blandos los protagonistas interpretados por Farley Granger y Cathy O'Donnell. El clímax fatalista es una tontería, hasta con los ojos cerrados anticipo el resultado.
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Calificación: 6/10
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