La película del joven director Brady Corbet le pertenece, sin lugar a dudas, a Natalie Portman, quien con su interpretación como la diva del pop caprichosa, ciclotímica y arrogante, complementa un alegato sobre la decadencia moral de la cultura del espectáculo y de los vicios de las celebridades, muchos de los cuales engendran un inusitado círculo de violencia que parece repetirse como una ruleta de la suerte en cada rincón del país. Presentado durante tres actos, el camino incierto de Celeste (la protagonista de Portman y de Raffey Cassidy) al transitar por el túnel de la incertidumbre representa el de toda una sociedad sumergida en la tragedia, el sufrimiento y la victimización. Se recurre a un montaje que por momentos luce trepidante y a una banda sonora muy atmosférica para suplantar las heridas internas de la protagonista por la catarsis del estrellato. Hay planos acelerados como una bala y rodados con un estilo visual noventero (filmada en 35mm), como si una persona más capturara el instante con una videocámara casera. Aunque todo eso suene muy interesante o revelador, no constituye para mi ninguna sorpresa lo que veo en la segunda mitad cuando los personajes son tratados con cierta trivialidad por un guion que no tiene muchas intenciones ni de explorar los conflictos de los personajes ni de dar algún golpe de efecto que sea dramático. Ni siquiera la sólida actuación de Portman como la diva del pop puede sostener la narrativa desequilibrada. Me doy cuenta de inmediato que las escenas solo buscan satisfacer un discurso a través de la exposición de la protagonista, cosa que se debilita totalmente en el concierto final en el que la Celeste de Portman canta muy entusiasmada y yo me quedo del otro lado de la pantalla sin emocionarme en lo más mínimo.
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Calificación: 6/10
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