En mi crítica de esta semana comento la película Midsommar de Ari Aster.
Las sectas, como se define el concepto en las últimas décadas, son organizaciones de carácter religioso que están estructuradas para propagar doctrinas ideológicas y una especie de fundamentalismo perverso. Se componen de personas que, usualmente, se congregan para compartir ideas y creencias similares. Las comunidades formadas, en su mayoría minoritarias, operan en una clandestinidad que es impenetrable para el resto de la sociedad, instaladas en lugares aislados, teñidas de secretismo, donde realizan episodios siniestros, actitudes de índole amoral y actos dañinos orquestados por los seguidores bajo el mandato irrevocable de líderes enfermos que no están muy bien de la cabeza. En algunos casos las prácticas resultan fatales para los integrantes como en los del Templo del Pueblo o la Puerta del Cielo, en otros suceden con menos agudeza, pero con el mismo nivel de fanatismo como pasa con la Cienciología y los Niños de Dios.
La naturaleza destructiva de las sectas y la manera en que adoctrina a sus simpatizantes parece ser, a mi juicio, el punto de partida de Midsommar, la segunda película del director Ari Aster tras la irregular Hereditary. Aster, quien está catalogado como el nuevo profeta del género del terror (algunos ya lo consideran un autor de primer orden), le confiere a la película componentes estéticos que logran cristalizar, con muchos significados impresos en el encuadre, las costumbres macabras en las entrañas de un culto pagano, mostrando el horror visceral a plena luz del día, en unos campos en los que predomina el vestuario y un decorado extravagante, a partir de una tragedia familiar que resquebraja la psicología de la joven Dani que interpreta Florence Pugh. Aunque percibo que es interesante la idea con la que se narra la historia, no puedo de decir lo mismo de la ejecución, pues retratando los problemas de Dani se vuelve reiterativa, baladí, poco emocional al desarrollar a unos personajes acartonados sin textura psicológica y las situaciones colocadas de antemano para producir provocaciones con las que, dicho sea de paso, permanezco indiferente.
Fotograma cortesía de A24. |
Christian (Jack Reynor) y Dani (Florence Pugh). Imagen cortesía de A24. |
Cuando Dani y Christian se instalan en el círculo de los hårga, Aster despliega mecanismos narrativos y visuales que construyen el sectarismo terrorífico por el que transitan. El efectismo funciona por momentos, sobre todo al describir la llegada de ellos por la carretera con un desencuadre meticuloso que enuncia lo retorcido, el uso del plano general y del plano medio para corroborar la incomunicación que los rodea, la sobreimpresión de los períodos alucinatorios y de desrealización, la profundidad de campo para presentar diversos semblantes de las festividades (casi siempre acontece algo en segundo plano), la iluminación que suplanta las tinieblas, la utilización discreta del color azul y del blanco para comunicar la rigidez de los sacrificados y la pureza de los iniciados, la violencia dosificada en los ceremoniales desatados por el gerontocidio más salvaje y las hogueras humanas, los gritos emitidos por los pueblerinos al presenciar los sucesos brutales, el simbolismo esotérico que acentúa la autarquía de la mujer a través de pictografías. Sin embargo, las escenas carecen de brío y terminan siendo previsibles, los personajes son víctimas de una sobrecarga de exposición que solo los exhibe para justificar un discurso ideológico y el metraje es, en mi opinión, excesivamente largo para relatar una premisa tan simple.
Florence Pugh como Dani. Fotograma de A24. |
La película, firmada con un guion de Aster, presenta a Dani (interpretada correctamente por Florence Pugh) como la chica final, la víctima a tiempo completo a la que todo le sale bien. Desde el principio, es palpable que su relación sentimental atraviesa un lapso de lejanía cuando su cónyuge, Christian, se muestra insensible y egocéntrico hacía ella. La condescendencia es más evidente cuando los miembros de la colectividad la tratan con compasión y bondad, a pesar de la desconfianza que les tienen a los invitados. Los traumas psicológicos ocasionados por el infortunio familiar la mantienen en un estado de duelo perpetuo que se amplifica cuando ella se acostumbra a las tradiciones horrendas de los hårga. Su descenso a la locura es visible al rodearse de mujeres que, aparentemente, sienten su dolor intrínseco y la acompañan emitiendo bramidos extraños. Asume la monstruosidad como algo natural. Y todas las heridas del pasado se transforman en venganza. Es por eso que, a modo de alegorías, cuando Dani está con su nueva familia de adoradores asciende al trono redimida como una reina por el “poder del solsticio” y ordena la incineración del prometido impasible que le ha sido infiel junto con los cadáveres de los turistas irrespetuosos y misóginos, imponiéndose la luminosidad frente a la oscuridad, adornando su rostro de una sonrisa ambigua que la independiza de las ataduras emocionales y de la ausencia de amor.
Dani (Florence Pugh). Fotograma de A24. |
Con ese relato pesadillesco en el cisma del desamor, Aster fabrica una metáfora sobre la emancipación de la mujer y los acaecimientos de las relaciones de pareja, además de criticar la escasez de empatía humana presente en los vínculos disfuncionales, simbolizado por la congregación pagana. Un lugar donde la doncella victimizada se encuentra atrapada por espejos que le impiden saber la verdad de las cosas. El problema fundamental radica en que la narrativa abandona cualquier intención de coherencia para repetir la prédica durante dos horas y media que se hacen eternas. La insistencia superflua lastra cualquier rastro de sorpresa.
Florence Pugh como Dani. Imagen de A24. |
Puede que Midsommar se trate de una película de folk horror “diferente” por utilizar como resorte la perturbación en praderas resplandecientes, contrastando pesadamente con las convenciones genéricas de antaño en la que los elegidos destinados a morir siempre andan de noche a merced de lo umbroso. Para lograr el objetivo se sustenta en una banda sonora muy tenebrosa de Bobby Krlic y en un estilo visual, encuadrado por la lente atmosférica de Pawel Pogorzelski, que resulta novedoso (al igual que la dirección de arte) cuando adorna la ignominia más infernal con una fuerte imaginería simbólica vinculada a ceremonias joviales, rituales depravados y el gregarismo ominoso del que no tengo más remedio que sentirme aburrido. No obstante, el trato formalista no es suficiente. A medida que avanza pierde fuerza hasta caer en una repetición que roza lo fútil, exterioriza huecos irreparables en un argumento en el que prima una insustancialidad que tiene efectos letárgicos. Es una película que no queda del todo iluminada.
Ficha técnica
Título original: Midsommar
Año: 2019
Duración: 2 hr 27 min
País: Estados Unidos
Director: Ari Aster
Guion: Ari Aster
Música: Bobby Krlic
Fotografía: Pawel Pogorzelski
Reparto: Florence Pugh, Jack Reynor, Will Poulter, William Jackson Harper, Ellora Torchia,
Calificación: 5/10
Tráiler de la película
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