Esta semana hago una reflexión de la crítica social que establece la película Parásitos, del director surcoreano Bong Joon-ho.
Un parásito, según la definición estandarizada, es un organismo que reside dentro de un cuerpo determinado para su beneficio propio. Son seres microscópicos que se alimentan de otro organismo a los que comúnmente se les denominan como “huésped” y terminan debilitándolo lentamente, aunque, por lo general, durante la interacción biológica jamás llega a matarlo. El único propósito del parásito es habitar las profundidades del hospedador para depauperar sus funciones biológicas y garantizar, a través de la adaptabilidad, una mejora considerable de su propia capacidad de supervivencia. En el lenguaje coloquial, por el contrario, el término no varía mucho. Se suele calificar como parásito a una persona vividora que recurre al engaño para vivir a costa de otro individuo, en el mayor de los casos adinerado. Es como hallarse en un lujoso de un hotel de cinco estrellas con todos los gastos pagos sin la mínima intención de salir. En ambos escenarios prima el individualismo y la conservación. En pocas palabras, no hay mucha diferencia entre un parásito y una persona.
Ese concepto me parece considerablemente indagador, porque lo relaciono de inmediato a la nueva película del director surcoreano Bong Joon-ho titulada, precisamente, Parasite. Su película, convertida en la primera de Corea del Sur en ganar la Palma de Oro en el Festival de Cine en Cannes, se vale de ese significado para establecer una parábola insólita sobre las dicotomías en los sistemas de clases sociales, contando la historia de una familia en condiciones de carencia que, para ganarse la vida y poder escapar de la desdicha laminada en el desempleo, recurren al arte de saber fingir para engañar a una familia rica que es ingenua por naturaleza. Viendo sus enredos me río, me quedo impactado y reflexiono profundamente. Es original en potencia, virtuosa en todas las escenas. Está ejecutada con una puesta en escena que me resulta impresionante en cada plano donde se encuadran los rastros de los personajes que integran a esa familia tan infrecuente.
Choi Woo-sik, Song Kang-ho, Jang Hye-jin y Park So-dam. Imagen cortesía de CJ Entertainment. |
Esto se refleja cuando la película introduce el estilo de vida de la familia protagónica encabezada por Kim Ki-taek (Song Kang-ho), un hombre desempleado que vive con su esposa Kim Chung-sook (Jang Hye-jin) y sus dos hijos, Kim ki-woo (Choi Woo-shik) y Kim Ki-jung (Park So-dam). Todos ellos sostienen conversaciones que resaltan el estado de desdicha en el que se encuentran, buscando robarse las señales de wifi de sus generosos vecinos para usar WhatsApp en sus celulares, confeccionando cajas plegables de pizza para recibir una paga y comprar algo de comida, respirando el humo de la fumigación callejera que entra a la casa. El infortunio es parte de su día a día. Son los denominados banjihas, los surcoreanos que viven abajo, en los semisótanos, amenazados por el moho y la humedad. En el interior de su vivienda, hundida en una especie de subterráneo que por las ventanas apunta a la calle, todo está es sucio y desordenado, las paredes están adornadas de trastos y ropas, huele a marginalidad en cada rincón por el que caminan. Un día su fortuna cambia cuando un amigo de Ki-woo, a punto de marcharse hacia el extranjero, le propone reemplazarlo como tutor de Park Da-hye (Jung Ji-so), la hija joven de la adinerada familia Park que vive en una residencia muy organizada.
Choi Woo-sik, Jo Yeo-jeong y Lee Jeong-eun. Imagen cortesía de CJ Entertainment. |
A partir de ese momento detonante, las acciones de los personajes principales están encaminadas a la dirección de la trápala planificada y, por consiguiente, los secundarios conformados por la familia Park solo funcionan de resorte narrativo para que la exposición las distribuya adecuadamente. Kin-woo consigue el trabajo de maestro a base de una falacia al ser entrevistado por la señora Park (Cho Yeo-jeong), porque para ella es más importante la recomendación que las notas de un currículo. La señora Park, guiándose de la sugerencia de Kin-woo, contrata a Ki-jung (cambiando su nombre a Jessica) como una profesora de pintura para su hiperactivo hijo Da-song (Jung Hyun-joon). Los otros miembros de su familia también siguen el mismo esquema de embuste, engañando a los integrantes de la familia Park para conseguir algún puesto de trabajo dentro de la mansión, llegando incluso a perjudicar a los vasallos que ya trabajan ahí. Así el padre, Ki-taek, termina convirtiéndose en el chófer de la familia y, Chung-sook, pasa a reemplazar a la actual ama de llaves, Moon-gwang (Lee Jeong-eun), después de que hicieran pasar su alergia al durazno como síntomas de tuberculosis.
Los personajes protagónicos están interpretados de forma espléndida por Song Kang-ho (repitiendo con Bong desde Memorias de un asesino, The Host y El expreso del miedo) como el padre haragán y dependiente, Jang Hye-jin como la dura madre, Park So-dam como la intrépida hija y el revelador Choi Woo-shik como el carismático hijo. Observo que son actuaciones orgánicas y muy meticulosas a la hora de comunicar las emociones de esa familia unida encerrada en la pobredumbre. Ellos añaden una simbiosis escueta entre el humor negro y el drama que es contagiosa en cualquier escena, sobre todo cuando transmiten con mucha autenticidad estados de ánimo potenciados por el cinismo, la frustración, la impotencia, el dolor, la desconfianza y el miedo. Destaco también los roles de reparto de Cho Yeo-jeong y Lee Sun-kyun, como las confiadas cabezas de la familia Park, quienes aportan cierta sencillez a los frívolos personajes que interpretan.
Lee Sun-kyun y Jo Yeo-jeong. Imagen cortesía de CJ Entertainment. |
Con las idiosincrasias de esos personajes, Bong erige una metáfora inusitada sobre la realidad social del mundo capitalista en el que la regla de la competitividad es salvarse como sea para huir de la desigualdad. Son los claroscuros que dividen a la pobreza de la riqueza. Lo simboliza con las similitudes de ambas familias, mostrándolos como “parásitos” en ambos lados del espectro social. Retrata con sutileza las artimañas empleadas por la familia Kim, quienes viviendo en un entorno marginal y siendo maltratados constantemente por la miseria extirpada de una prolongada crisis socioeconómica, abusan de la aparente ingenuidad de la familia Park y se instalan en la casona como parásitos del engaño porque anhelan desesperadamente el bienestar social, cosa que logran abandonando la ética y la moral. Aunque calman sus quimeras estando juntos y subsistiendo como “ricos” momentáneamente, pero sin abandonar los viejos hábitos, se dan cuenta de que la felicidad no dura para siempre. En cambio, la familia Park es presentada como huéspedes artificiales, cuya fortuna posiblemente es el producto de negocios oscuros (como se revela en los diálogos), que piensan que el dinero les resuelve todos sus problemas y no tienen tiempo para pensar en segundas intenciones.
Choi Woo-sik, Song Kang-ho, Jang Hye-jin y Park So-dam. Imagen cortesía de CJ Entertainment. |
El formalismo de Bong construye la puesta en escena desplegando elementos visuales y sonoros que terminan sorprendiéndome mucho cuando encuadra el puente psicológico que conecta a las dos familias, valiéndose del diseño de producción de Lee Ha-jun y de una fotografía luminosa de Hong Kyung-pyo para resaltar el contraste urbano entre ricos y pobres con un enriquecedor sentido figurado del espacio, de planos muy arriesgados para manifestar significados diversos en cada composición, de la elipsis que anuncia el trágico declive (los sonidos de los truenos y la presencia de la lluvia), de los golpes de efecto del guion para agudizar las sorpresas que imposibilitan que los dilemas de la familia sean previsibles, de un montaje que distribuye el ritmo inteligentemente para preservar la cohesión narrativa, de un color verde omnipresente en cada plano que metaforiza, no solo el crecimiento, el optimismo, la jovialidad y la buena suerte, sino también, la envidia, el conformismo, la manipulación y la muerte; factores visibles en ambas familias.
Choi Woo-sik, Song Kang-ho, Jang Hye-jin y Park So-dam. Foto de CJ Entertainment. |
La película, que supone el regreso a Bong al cine surcoreano desde Madre, es una sátira asombrosa que rompe las convenciones de géneros como la comedia negra, el thriller y el drama sin dejar de ser entretenida en ningún momento, dejando cabida para un comentario político y sociológico muy estremecedor sobre los vicios del capitalismo presenciado con gran fuerza, primero, en la secuencia retorcida en el sótano del palacio donde se descubre el bosquejo fraudulento de los Kim, y, segundo, en la violenta confrontación del clímax en el que, en medio de celebraciones burguesas, los demonios menos esperados salen cobrar las viejas deudas a plena luz del día, donde los pobres pelean entre sí y los ricos quedan impunes. Aunque en ocasiones presagio lo que sucede, siempre me parece inquietante, divertida y muy sorpresiva. No es la obra maestra que muchos afirman, pero puedo decir, sin temor a equivocarme, que se trata de una de las mejores películas del año.
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Ficha técnica
Título original: Parasite (Gisaengchung)
Año: 2019
Duración: 2 hr 12 min
País: Corea del Sur
Director: Bong Joon-ho
Guion: Kim Dae-hwan, Bong Joon-ho, Jin Won Han
Música: Jaeil Jung
Fotografía: Kyung-Pyo Hong
Reparto: Song Kang-ho, Lee Seon-gyun, Jang Hye-jin, Cho Yeo-jeong,
Calificación: 8/10
Tráiler de la película
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