Esta película de la directora So Yong Kim tiene, en mi opinión, cualidades estéticas que me ponen a reflexionar sobre el significado de la familia y las tragedias de la infancia, pero carece de brío emocional al contar la historia de dos chiquillas que son abandonadas por una madre que, fuera de campo, es golpeada lentamente por los problemas maritales y por una precaria situación socioeconómica. La madre las deja al cuidado de su cuñada, la hermana del esposo irresponsable. La despedida evoca una sensiblería que me deja impasible, pero me quedo para ver qué pasa. Las dos hermanitas, una grande y la otra pequeña, se quedan allí en la nueva vivienda y se asoman cada mañana a una montañita en espera de la mamá que, por cuestiones discursivas, sé de inmediato que no regresará nunca. Merodean el vecindario, conociendo el valor del dinero para cubrir las necesidades básicas, haciendo amistades con los niños de los alrededores y sintiendo la evidente insensibilidad de la tía. Con el retrato de esas niñas, Kim conjunta textos como la soledad, el dolor y la terrible desolación producida por la falta de afecto en los niños desamparados. Lo narra con sutileza y con cierto naturalismo para subrayar los pensamientos intrínsecos de las nenas, valiéndose del encuadre para simbolizar las quimeras familiares con objetos de la naturaleza, como el plano metafórico de los tres saltamontes que se queman, la siembra del pequeño árbol sin hojas en el árido montículo de tierra, las grisáceas nubes que eclipsan la luminosidad del sol (algo que representa a la madre) y la abundancia del primer plano que busca transmitir una empatía insistente. El ritmo es sosegado, pero siento que se concentra tanto en la incertidumbre de las protagonistas, que de pronto me harto de tanta indulgencia. Es una película redundante y poco emotiva.
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Calificación: 6/10
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