En mi crítica de esta semana hago una reflexión de 'Cafarnaúm', película libanesa dirigida por la directora Nadine Labaki.
Un niño es examinado cuidadosamente por un médico forense que toma sus medidas en el interior de una oficina. No posee documentos legales y por su apariencia el doctor deduce que tiene unos 12 o 13 años de edad. Su rostro lleva impreso el sello de la indigencia, del abandono, del estándar absoluto de la marginalidad. Le ha pasado algo muy serio. Para olvidarlo el chico se hunde en sus pensamientos, recordando los días en que se la pasaba jugando con sus amigos en el entorno completamente marginal de una prisión para jóvenes. De vuelta a la realidad se ve rodeado de camarógrafos y de una multitud de periodistas que buscan respuesta a lo sucedido. El niño es custodiado por la policía que lo ha esposado y lo lleva a la corte. De lejos, lo observa una mujer sin papeles de etnia etíope. No muestra arrepentimiento alguno por el crimen que ha cometido. Cuando se inicia la sesión, me doy cuenta de inmediato de que los acusados son sus padres. El niño quiere demandar a sus papás. El juez le pregunta: "¿Por qué has denunciado a tus padres?". El chiquillo, con toda la sinceridad y el pesimismo que uno se pueda imaginar, le responde: "Porque me trajeron al mundo".
Con esas palabras tan estremecedoras comienza Cafarnaúm, la película libanesa premiada en el Festival de Cine de Cannes dirigida por Nadine Labaki. Una película magnífica que toca mi tejido sensible con la historia de Zain, un muchachito que vive sumido en el infierno de la desdicha. Me compadezco de su posición, siento que su sufrimiento me pertenece. Lo interpreta, con una convicción tridimensional, el joven novicio Zain Al Rafeea, quien en la vida real ha sido refugiado y sabe mejor que nadie lo que es estar allí. Con el conmovedor relato de Zain, Labaki narra verdades universales que iluminan mi conciencia y me ponen a reflexionar sobre la sociedad al enunciar una relación intertextual existente entre la desigualdad social y la condición de los refugiados ilegales, comunicando que ambos grupos son víctimas de una pobredumbre los mantiene en el mismo estado de deshumanización. Está realizada con una pulsación dramática, cercana al documental, que en pocas escenas abandona el realismo social cuando aborda las vicisitudes de los niños de la calle que han sido entregados al desamparo por unos padres irresponsables.
Zain Al Rafeea como Zain junto a sus hermanas. Imagen cortesía de Sony Pictures Classics. |
La película relata la existencia de Zain al haber sido condenado a cinco años en prisión por apuñalar a un hombre. Se narra a través de escenas retrospectivas que describen la experiencia de Zain (Zain Al Rafeea) paralelamente a los testimonios que ofrece durante el juicio. Zain es un muchacho astuto, expresivo, franco y algo irreverente, con un sentido de lealtad y de ética muy por encima de los adultos que lo rodean. Vive con sus padres y con sus pequeñas hermanas en unos suburbios marginados en Beirut, donde se regodean con la desgracia y con el desorden, en los interiores de un apartamento sucio que se cae a pedazos. De día, transita las calles junto a su hermana Sahar (Cedra Izzam) recogiendo basura, robando alimentos en los supermercados y falsificando recetas para comprar pastillas de tramadol en varias farmacias con las cuales, luego de un meticuloso proceso, su madre vende a los drogadictos. También trabaja como repartidor para ganarse el salario en el mercadito de un tal Assad. Un día, Zain intenta huir con su hermanita Sahar para protegerla del peligro de un casamiento temprano arreglado por sus padres con Assad para escapar de su lamentable etapa socioeconómica, pero no puede impedirlo y huye enfadado en un autobús dejando su angustiosa subsistencia por detrás.
Zain Al Rafeea como Zain. Imagen pertenece a Sony Pictures Classics. |
A partir de ese instante, la narrativa de la película coloca a Zain en una delicada balanza moral que endurece su conducta, casi como la de un adulto, al desempeñar un rol patriarcal cuando conoce a una mujer indocumentada de origen etíope llamada Rahil (Yordanos Shiferaw) que empleada como conserje en un parque de diversiones y que tiene una hija de un año llamada Yonas (Boluwatife Treasure Bankole). Sucede cuando Zain anda buscando trabajo y Rahil lo acoge en su humilde vivienda a cambio de cuidar a su hija cuando se va a laborar. Como la identificación falsificada de Rahil ha expirado es encarcelada por las autoridades libanesas para ser deportada, permitiéndole a Zain cuidar a Yonas, como si fuera el padre que ni él ni la bebé han tenido, en unas escenas que me rompen el corazón iniciando con el sacrificio de Zain para mantener a la inocente Yonas alejada de los peligros del hambre, la impotencia de Rahil al no poder hacer nada para remediar su situación migratoria, la intervención del manipulador villano Aspro (Alaa Chouchnieh) que falsifica pasaportes y se dedica a actividades muy oscuras que amenaza a los chiquillos indefensos, la introducción de Zain en la venta de drogas para ganar dinero, la supervivencia en las circunstancias más duras por los callejones de la penuria, el penoso intercambio de Yonas por un sueño efímero, el regreso a casa de Zain para escuchar la revelación de la muerte de su hermana Sahar a causa del embarazo, el intento de homicidio que envía a Zain a la cárcel y el proceso penal en el cual demanda a sus padres por su carencia de responsabilidad.
Zain Al Rafeea y Boluwatife Treasure Bankole. Imagen cortesía de Sony Pictures Classics. |
Labaki consigue que sus actores, en su mayoría no profesionales, se sientan orgánicos interpretando a los olvidados del sistema que viven a la intemperie. Se destaca Yordanos Shiferaw como la madre que por las precariedades es obligada a abandonar a su hija, Alaa Chouchnieh como el malvado de mirada amenazante, Kawthar Al Haddad como la mamá de Zain y, especialmente, Zain Al Rafeea como el protagonista que encarna la efigie de la injusticia, de la honradez y de la dignidad. El naturalismo de ese crío logra contagiarme en todos los planos cuando denuncia la miseria a través de sus ojos, cuando solloza por la ausencia de cariño de los padres que nunca tuvo, cuando se frustra por las arduas condiciones en las que se encuentra, cuando es solidario con los más débiles, cuando sonríe frente a la luz esperanzadora de la cámara que le devuelve la voluntad de vivir. Es una actuación formidable.
Nadine Labaki y Zain Al Rafeea. Foto de Sony Pictures Classics. |
Se me hace imposible no subrayar la importancia que tiene el título de la película con los textos que presenta. El epígrafe Capernaum, traducido al español como Cafarnaúm, significa ‘caos’ en árabe. Señala también aquella localidad bíblica que fue condenada por Jesús por el hecho de que se negaron a arrepentirse por sus pecados, a pesar de los "milagros" que practicó allí. En este caso, la metáfora de Labaki suplanta Cafarnaúm por una ciudad olvidada de Beirut (aunque fácilmente aplica a cualquier nación del mundo) para condenar los males vigentes impuestos por la pobreza, las consecuencias nefastas del matrimonio infantil, el tráfico humano, los efectos colaterales de la inmigración ilegal, los corolarios de la explotación infantil y las secuelas de la irresponsabilidad paternal, cartografiando el desconcierto y el dolor insostenible al que se someten esos pobres niños todos los días. Dado el contexto social, el material se puede abordar desde ópticas diversas.
Zain Al Rafeea como Zain. Foto de Sony Pictures Classics. |
Puede que la película de Labaki sea ficción, pero lo que documenta con la tragedia del chaval desfavorecido tiene, en mi opinión, un ojo crítico que se sale de la pantalla. Para lograrlo se vale de algunos elementos estéticos destacables, como el gran plano general de los barrios rodado con la panorámica lente de los drones, la psicología de los colores azul y rojo en el vestuario de Zain y Yonas para enfatizar el choque entre la inocencia y la contingencia, la cámara en mano que encuadra a Zain en un plano medio por todos los rincones del distrito, el diseño de producción que recurre a locaciones reales para construir el desbarajuste del arrabal, la música empática que perfora mi sensibilidad creada por la banda sonora Khaled Mouzanar, la mezcla sutil entre el drama judicial y el cine de autor de carácter sociológico, el montaje que preserva la coherencia interna sin perder el ritmo en ninguna escena. Todo luce afinadamente sincronizado. Se me hace muy difícil observar el plano final en el que Zain pretende sonreír sin que se me escapen las lágrimas, es poderosísimo y esperanzador. Es un retrato impresionante, crudo y muy agridulce sobre los más vulnerables. Pocas películas del año me han conmovido como esta.
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Ficha técnica
Título original: Capernaum (Capharnaüm)
Año: 2018
Duración: 2 hr 06 min
País: Líbano
Director: Nadine Labaki
Guion: Nadine Labaki
Música: Khaled Mouzanar
Fotografía: Christopher Aoun
Reparto: Zain Al Rafeea, Yordanos Shiferaw, Boluwatife Treasure Bankole, Kawthar Al Haddad, Fadi Kamel Youssef,
Calificación: 8/10
Tráiler de la película
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