Crítica breve de la película El último hombre negro en San Francisco (2019)

El debut como director de Joe Talbot, estrenado en el festival de cine de Sundance, no me suscita grandes emociones; de hecho me provoca somnolencia la historia de los dos amigos afroamericanos que viven en miseria en las afueras de San Francisco, aunque reconozco rápidamente una serie de planos bellamente compuestos que evocan poesía visual en mis ojos con los diseños arquitectónicos de las casas de San Francisco. El guion lo ha escrito el mismo Talbot junto a Jimmie Fails (uno de los protagonistas) y está basado parcialmente en la vida de Fails. Cuenta la historia de Jimmie Fails, un joven afroamericano que vive prácticamente en la calle y en condiciones de pobreza que sueña con regresar a la casa victoriana que su abuelo construyó en el corazón de San Francisco. Con el paso de los días, Jimmie hace labores comunitarias para ganarse la vida, y anda montando skateboard por todas partes con su único amigo, un aspirante a dramaturgo llamado Montgomery (Jonathan Majors). La casa representa para ellos una catarsis, un escape que les permite liberarse del lóbrego entorno social en el que viven. Es en ese momento, cuando inician el peregrinaje hacia la casa para tratar de conectar con sus raíces del pasado, que me doy cuenta de la indulgencia calculada y me harto de ver al muchacho y a su amigo siendo maltratado verbalmente por los malones del barrio, por los vecinos prejuiciosos y por los vampíricos agentes inmobiliarios. La narrativa carece de pulso dramático y me parece blanda desarrollando los problemas de los dos negros en el barrio. Quizá la única escena memorable es la de la obra teatral que refuerza el tratado sobre la identidad racial y la inequidad social generada por la dicotomía del proceso de gentrificación. Las actuaciones son correctas y la música casi no la siento. Pudo haber sido mejor.

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Calificación: 6/10



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