La cuarta entrega de los famosos juguetes de Pixar me deja tan frígido como un cubo de hielo recién sacado del congelador. Noto ausente la magia, el humor y el sentido de asombro que caracteriza a las tres películas pasadas, porque no hay que ser un tonto para darse cuenta de que esta nueva película animada en manos del debutante director Josh Cooley apunta a que habrá más secuelas. En esta ocasión, la aventura coloca a Woody, Buzz y sus amigos de plástico al cuidado de Bonnie, una niña timorata e imaginativa que disfruta jugar mucho con los juguetes que ha heredado. Un día en la escuela Bonnie utiliza su imaginación para crear a Forky, un tenedor que no anda bien de la cabeza (suponiendo que sus acciones se deben a la creatividad de la chiquilla). Cuando Forky se pierde, el leal Woody asume la responsabilidad de rescatarlo para impedir que la infelicidad y la decepción toquen la puerta de la pequeña Bonnie. En esos instantes comienzo a experimentar la sensación de que se trata de un capítulo innecesario que se repite, aunque reconozco el formidable tratamiento visual derivado de un trabajo de animación que conquista mis ojos, propenso a definir los detalles de la ambientación y la textura de los diseños de los personajes. El montaje es acertado distribuyendo los tiempos alternativos. Los secundarios de antaño apenas tienen presencia y se unen al problema de forma muy pasajera, quizá para darle el protagonismo a los nuevos secundarios de carácter políticamente correcto. La música empática deja indiferente a mis oídos. Es interesante su comentario sobre la amistad, el sacrificio, la lealtad y la independencia. Pero eso no me importa tanto. Al final no es tan conmovedora como andan diciendo por ahí. Es una película animada un poco aburrida.
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Calificación: 6/10
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