En mi crítica de esta semana comento, con un análisis breve y explicación del final, 'Había una vez en... Hollywood', la nueva película dirigida por Quentin Tarantino.
El día que Quentin Tarantino anunció su nueva película, Once Upon a Time in… Hollywood, cruzó por mi cabeza una idea que estaría firme hasta el momento del estreno. Tarantino había afirmado que estaría ambientada en la ciudad de Los Ángeles en el año 1969 y que se basaría parcialmente en los asesinatos de Sharon Tate y de sus colegas perpetrados por la familia Manson. También dijo que el guion que escribió durante cinco años sería lo más cercano en términos narrativos a Inglourious Basterds y a su obra maestra Pulp Fiction. La noticia implicó un choque emocional que me dejó pensativo, porque sigo religiosamente las cintas de este director como si estuviera asistiendo a un evento irrepetible de un profeta del cine. Su historial habla por sí solo. Me dio la sensación de que en su novena película reescribiría la historia de esos trágicos acontecimientos accediendo a una ficción revisionista como lo había gestado anteriormente (muchos hasta se refieren a un posible universo cinematográfico de Tarantino). Hoy me doy cuenta de que no me equivocaba.
Finalmente vi Érase una vez en… Hollywood y digo, con toda la confianza, que se trata de la película más madura, controlada y estéticamente depurada que ha realizado Tarantino en esta etapa de su carrera. Me asombro, todavía más, al haberla visto a estas alturas sin recibir ni una sola gota de spoiler. Es una película que reescribe un pedazo de la historia a través de una ucronía cautivadora sobre la naturaleza ficcional del cine y el ocaso de los actores, así como un magnífico homenaje al crepúsculo del cine clásico de Hollywood a finales de los años 60, lapso en el que se avecinaba una transformación hacia una nueva era que cambiaría la trayectoria de muchísimos intérpretes. Hay humor, suspenso y la típica violencia del realizador. Su estilo visual me resulta preciosísimo cuando el cuidado compositivo adorna de cada plano con una meticulosa reconstrucción de la época y con múltiples alusiones de la cultura popular del cine y las series de televisión. También la increíble música que se escucha mayormente en las emisoras que escuchan los personajes al recorrer las calles de Los Ángeles y el ritmo preservado por una ejecución de montaje que hace que disfrute cualquier escena (dura más de dos horas y media) en la que se encuentran esos personajes olvidados por la industria llamados Rick Dalton y Cliff Booth, interpretados poderosamente por Leonardo DiCaprio y Brad Pitt.
Cliff Booth (Brad Pitt), Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) y Marvin Schwarz (Al Pacino). Foto de Sony Pictures. |
El argumento de Había una vez en… Hollywood (como se titula aquí en hispanoamérica) comienza en un día soleado de febrero de 1969, donde el actor de Hollywood, Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), recuerda los instantes en los que era un popular actor de una serie western en blanco y negro titulada Bounty Law e intenta adaptarse a los cambios que enfrenta la industria del entretenimiento. Dalton es un actor establecido que pretende hacer una transición al mundo de las películas, pero el éxito que toca su puerta no es el que esperaba. Se ha quedado atrapado recordando su rol protagónico en The 14 Fists of McCluskey. De hecho, no ha sido tan afortunado. La inseguridad que manifiesta el tartamudo Dalton es producto de su declive actoral, de un trastorno bipolar con cambios de ánimo muy bruscos y de las secuelas producidas por el alcoholismo desenfrenado. Siempre anda acompañado de su inseparable amigo y doble de acción Cliff Booth (Brad Pitt), quien comparte circunstancias similares porque su profesión depende, en gran medida, de las decisiones de Dalton, razón por la cual le sirve como chofer mensajero en lo que encuentra trabajo.
Paralelamente a esto, se narra también la biografía de la actriz Sharon Tate (Margot Robbie) y su esposo, el director Roman Polanski (Rafał Zawierucha), quienes son los vecinos de Dalton en Cielo Drive y gozan del estilo de vida de las celebridades acudiendo a una fiesta en la mansión de PlayBoy a la que asisten Steve McQueen y Michelle Phillips.
Portando un cigarrillo en la mano y vistiendo una chaqueta de cuero como la de Steve McQueen, el atormentado Dalton se pasea por las carreteras de Los Ángeles en el Cadillac crema que maneja su compadre Booth. Aunque lo manifiesten pocas veces, Dalton y Booth le temen al amargo sabor del fracaso y andan esperando la oportunidad dorada para catapultar sus respectivas carreras. Para remediarlo, se reúnen con el agente de casting Marvin Schwarzs (Al Pacino), quien le aconseja a Dalton que haga spaghetti westerns en Italia, algo que no es de su agrado porque piensa que es un género mentecato. A pesar de que casi no consigue recordar sus diálogos, Dalton logra un papel de villano en el episodio piloto de la serie de vaqueros Lancer, aunque se siente muy insatisfecho. En cambio, Booth, que anhela regresar a la labor de actor de riesgo, lucha contra los prejuicios desatados por los rumores de que él asesinó a su esposa.
A mi juicio, estos personajes de Tarantino representan un punto medio entre el antiguo y el nuevo Hollywood. Dalton y Booth son los ignorados que están encarcelados por el pasado. Uno es el actor que desea la gloria que nunca llega; el otro es el que aspira a salir de las sombras para ser reconocido por sus habilidades. Por otra parte, Tate y Polanski, junto a Jay Sebring (Emile Hirsch) y sus allegados, son las celebridades que encarnan el futuro de Hollywood, siendo Tate la idealista e inocente estrella en ascenso que añade cierta honradez al cuento. Lo que tienen en común son las amenazas externas que pueden alterar el resultado de esa balanza, figurada por la secta de la familia Manson (en su mayoría adolescentes hippies) que preparan una ola de asesinatos de celebridades desde la guarida en el Rancho Spahn para satisfacer a su líder merodeador de mansiones llamado Charles Manson (Damon Herriman). Todos parecen muy ingenuos ante lo que está por pasar, con la excepción de Booth, que desempeña el rol de un detective cuando deja a la promiscua Pussycat (Margaret Qualley) en el rancho y sospecha de que algo anda mal en el domicilio del viejo George Spahn (Bruce Dern).
En esos momentos, la película me traslada a escenas estimulantes y profundamente sutiles que describen la cotidianidad de Dalton y Booth cuando ellos transitan por el Hollywood de 1969, como la vida sencilla de Booth en el remolque donde alimenta a su perra pit bull llamada Brandy en una escena antológica y ve las series de televisión de Dalton, la escena retrospectiva en la que Booth evoca el día que lo despidieron por tener una pelea con el arrogante Bruce Lee (Mike Moh) en el plató de ‘El avispón verde’, la rabieta de Dalton en los interiores de su tráiler, el diálogo que sostiene Dalton en el set de Lancer con una niña coprotagonista de ocho años que lo motiva para mejorar sus métodos interpretativos, la presencia omnipresente de las jóvenes hippie de Manson en las avenidas de Los Ángeles, el paseo de una fascinada Sharon Tate que termina en una sala de cine del Bruin Theater para ver su actuación en The Wrecking Crew.
El estilismo de Tarantino depura sobre el encuadre toda su proeza estética para revelar, una y otra vez, las idiosincrasias de los personajes, casi siempre apoyado de una espléndida fotografía de Robert Richardson y de un riguroso montaje paralelo de Fred Raskin que distribuye tiempos y preserva el ritmo de cada escena dentro de una estructura narrativa muy cohesiva.
En ocasiones, se vale de la analepsis abrupta que se instala en los pensamientos de los personajes, el plano de dos que enuncia el compañerismo, el plano-contraplano desencuadrado para comunicar desconcierto (la escena de Tate y la recepcionista en la entrada del cine), elegantísimos travellings laterales que encuadran el Cadillac de Dalton que conduce Booth en las autopistas de Los Ángeles, los planos medios a contraluz en los interiores del carro, la formidable música diegética puesta por los DJ de las emisoras que se oyen en el interior del vehículo, los formatos de relación de aspecto, la sublime colorización que añade clasicismo a la puesta en escena (parece filmada en los años 60), el maravilloso sobreencuadre encapsulado en los planos subjetivos que contienen una multitud de referencias a películas clásicas, el cine italiano y series de televisión sesenteras de acción y western. También el simbolismo del color amarillo, ya sea en el vestuario o sobre el escenario, para abarcar significados como la alegría, el poder, el optimismo y lealtad.
Quizá lo más interesante de la película es la manera en que desarrolla un comentario sobre los claroscuros de las celebridades cuando se exponen a las permutas socioculturales de una era específica, al tiempo en que también contextualiza las posibilidades metaficcionales del cine como medio de expresión. En la vida real el crimen de Sharon Tate en manos del clan Manson supuso una ruptura de la inocencia implantada por el hippismo en los años 60. Aquí sucede algo similar. Pero la narrativa permite que los personajes inventados puedan interactuar con los que existieron para invertir el curso de la historia conocida. Una ucronía en la que colisiona la crónica verídica y la invención.
Este revisionismo es visible en el tercer acto donde Tarantino reemplaza los hechos concretos por la leyenda para permitir que el infame homicidio de Sharon Tate se interrumpa por la intervención de Rick Dalton y Cliff Booth cuando los miembros de la familia Manson deciden ir primero a matar a Dalton en su residencia luego de un altercado con este en el parqueo y el incidente culmina en el exabrupto de violencia característico de Tarantino. Al final, el error ineludible de los asesinos es irrumpir en la morada de Dalton, sin contar con la intransigencia de Booth, su perra Brandy y el propio Dalton con su lanzallamas. La secuencia en sí es una metáfora del potencial que tiene el cine para denunciar a los psicópatas impunes de la vida real y honrar la memoria de las víctimas (especialmente de Sharon Tate), colocando a sus personajes como héroes que se redimen tomando la justicia en sus manos para proteger, dentro de los límites del relato cinematográfico, a los que no pudieron ser salvados en la realidad.
Aunque predije que esto sucedería, me sorprende la capacidad de Tarantino para que su película termine siendo impredecible. En ninguna escena deja de ser brillante, lúdica y vigorosamente sutil cuando diluye todas las obsesiones del cineasta para trazar, con elementos autorreferenciales de todas sus películas, una revisión de su propia filmografía. Tiene actuaciones formidables de Leonardo DiCaprio, Brad Pitt y la angelical Margot Robbie. Me conmueve mucho la conversación decisiva en la que Rick Dalton conversa con Jay Sebring (tras las líneas verticales de la verja de la casa que simboliza que ambos están confinados en los marcos de la ficción) y luego, marchando hacia un camino luminoso, es invitado al hogar de Sharon Tate y sus amigos, un lugar eterno en el que pueden convivir los actores que murieron y los que jamás existieron. El cine es un espejo de la verdad que pudo ser. Y esta deslumbrante fábula lo acaba de revalidar.
Ficha técnica
Título original: Once Upon a Time in... Hollywood
Año: 2019
Duración: 2 hr 41 min
País: Estados Unidos
Director: Quentin Tarantino
Guion: Quentin Tarantino
Música:
Fotografía: Robert Richardson
Reparto: Leonardo DiCaprio, Brad Pitt, Margot Robbie, Kurt Russell, Al Pacino
Calificación: 8/10
Tráiler de la película
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