'High Flying Bird', el drama deportivo de Soderbergh, es la primera de las dos películas del director estrenadas en el 2019 para la plataforma de Netflix. Supone otra proeza formal al filmarla con la cámara de un iPhone 8, luego de la perturbadora 'Unsane'. Y creo que solo se destaca por eso: los planos interesantes que consigue con semejante aparato, porque a decir verdad, no encuentro nada cautivador en la historia que presenta, ni en los personajes ni en las situaciones que atraviesan para solventar una crisis que, en mi opinión, carece de profundidad cuando parlotean sobre los problemas corporativos presentes en el mundo del baloncesto profesional de la NBA. Su argumento sitúa la acción durante el famoso 'lockout' de la NBA, en donde un agente deportivo, Ray Burke, propone a su cliente, el novato, Erick Scott, una oportunidad comercial que puede catapultar su carrera y cambiar el modelo de negocios con los jugadores novicios que ingresan a la liga. Ellos dialogan demasiado y al rato me canso de lo que dicen. Son unos protagonistas huecos, carentes de desarrollo, trazados para abordar un discurso político que se queda a medias retratando la fuerte barrera que separa a las superestrellas del baloncesto y los ejecutivos inescrupulosos que administran el negocio manipulando desde las sombras las decisiones financieras. Momentáneamente, ofrece también un estilo casi documental que sustenta el discurso con las anécdotas, muy personales, de atletas populares de la NBA como Karl-Anthony Towns y Donovan Mitchell, además de múltiples referencias sobre la historia del baloncesto que tanto amo. Tiene actuaciones aceptables de André Holland, Melvin Gregg y Zazie Beetz, aunque no hay ni una escena en la que se destacan por su registro dramático. Pero no veo más nada. Es una película con buenas intenciones, pero su sentido de urgencia se pierde como un balón fuera de la cancha.
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Calificación: 5/10
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