La segunda película como directora de Lulu Wang no me conmueve ni me parece divertida, pero no puedo negar que contiene cierto intimismo con el tratado intercultural que describe las vicisitudes de una familia china que intenta aligerar el desasosiego de la pérdida a través de una falacia piadosa. Con una simpleza argumental, relata la historia de una familia de inmigrantes chinos que viven en Nueva York y reciben la terrible noticia de que la querida matriarca, la abuela Nai Nai, padece un cáncer de pulmón terminal. La familia decide mantener el diagnóstico como un secreto y convocan una reunión en China con todos los miembros de la familia y la gente que ha conocido a la abuela durante toda su vida. La crisis es abrazada por Billi, la inflexible hija que se siente muy afectada por lo que le sucede a la abuela e intenta recomponer los vínculos familiares, a pesar de que en su interior batalla con la pesadumbre y una sensación de angustia irremediable. Esa muchacha está interpretada por Awkwafina con un registro dramático convincente que le añade una capa extra de jovialidad y melancolía al relato del colectivo familiar, aunque no es suficiente para olvidarme de los personajes secundarios colocados específicamente para generar una empatía que encuentro ausente en casi todas las escenas. Algunos planos resaltan los estados de ánimo con el uso de los colores. Quizás lo más interesante es la observación cultural resumida en las actividades de la familia entristecida y agobiada por la mentira, sobre todo cuando se delinea la cotidianidad y las costumbres del pueblo chino con textos como la familia, la solemnidad, la vejez y la muerte. También se subraya la occidentalización de esas tradiciones. Hay delicadeza y sinceridad en su exposición, pero le falta un poco de gracia.
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Calificación: 6/10
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