Encuentro algunas cosas interesantes en el tratamiento formal de
The Souvenir, el cuarto largometraje de la directora británica Joanna Hogg, aunque en el trayecto su aparato narrativo me produce una indiferencia que me aleja, lentamente, de las situaciones personales de la protagonista. Habla de las experiencias de una estudiante de cine llamada Julie. Julie conoce a un tipo misterioso que se llama Anthony, con el cual tiene una relaciona amorosa que, con el paso de los días, se vuelve tóxica y amenaza con desequilibrar sus límites de tolerancia y de sacrificio. Por momentos, tolero esas escenas en las que el uso adecuado de la elipsis presenta la cotidianidad de la pareja, cuando hacen el amor escuchando ópera, cuando respectivamente visitan a los suegros, cuando conversan sobre el cine y la política del thatcherismo en los restaurantes más lujosos que uno se pueda imaginar, o cuando atraviesan el período de tensión emocional. Pero luego agoto mi cuota de paciencia y deja de importarme en lo más mínimo la experiencia de esa muchacha aburguesada que tiene la vida resuelta. Todo le sale bien. Porque aparentemente en estos tiempos de corrección política es una orden sacerdotal colocar al hombre como un villano obsesionado para que la mujer, en su rol de víctima premeditada, se independice de las ataduras emocionales. Aunque el comentario de la independencia creativa de la mujer es acertado, me parece innecesario que sea la consecuencia de una relación afectuosa. Destaco la interpretación expresiva de Honor Swinton Byrne, la reconstrucción de la época de los ochenta, el metacine que describe el arduo proceso de la práctica cinematográfica, el meticuloso sobreencuadre presente casi siempre con el atrezo de los espejos (omnipresentes en casi todos los planos) que simboliza los estados de ánimo y la incomunicación afectiva de la falsa unión conyugal. Es una película de estética depurada, pero es indulgente y poco conmovedora.
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Calificación: 6/10
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