En mi crítica de esta semana hago un análisis breve que incluye la explicación del final de 'Jojo Rabbit', la nueva película de Taika Waititi.
Con el paso de los años, me doy cuenta de que el cine bélico todavía tiene muchas historias por contar de la Segunda Guerra Mundial. He visto muchísimas películas del género, pero particularmente las que logran conmoverme con mayor impacto emocional son las que retratan las vicisitudes de los niños indefensos atrapados por los horrores de la guerra iniciada por el Tercer Reich, los hijos de nadie que cargan con las consecuencias penosas de abandonar la inocencia bajo una lluvia de disparos y bombardeos, anhelando por encima de todo una pizca de humanización. Se me hace imposible borrarlas de mi memoria. Sus imágenes son tan poderosas que no consigo olvidarlas. Entre ellas se encuentran El tambor de hojalata, La balada de un soldado, Europa Europa, La infancia de Iván, La vida es bella, Alemania, año cero y la obra maestra Ven y mira. Son filmes que subrayan los eventos con un realismo descomunal y, a veces, con los semblantes genéricos de una tragicomedia, aunque lo cierto es que todas coinciden con el hilo conductor que refuerza la idea de que el odio puede destruirnos a todos.
A ese grupo se suma la nueva película del director neozelandés Taika Waititi (Hunt for the Wilderpeople, Thor: Ragnarok). Se titula Jojo Rabbit y está basada en Caging Skies, la novela de Christine Leunens. Es una sátira fabulesca sobre la Segunda Guerra Mundial que me conmueve cuando condena el odio y la deshumanización en tiempos de beligerancia para celebrar el amor, la amistad y el redescubrimiento, a través de un niño que se enfrenta dolorosamente a unas circunstancias que modifican su moral y su forma de pensar. Su fábula de mayoría de edad se equilibra entre el drama y la comedia negra. Es gratificante, edulcorada, mordaz y por momentos puede ser previsible en unas cuantas escenas. Pero no por eso deja de ser novedosa. Me hace reír y minúsculamente humedece mis ojos. Se presenta con una narración sutil que nunca abandona la jovialidad ni los personajes contagiosos, unas actuaciones placenteras, una dirección de arte que reconstruye meticulosamente los escenarios alemanes de la época, un diseño de vestuario satisfactorio, una banda sonora muy empática de Michael Giacchino, el colorido estilo visual de la fotografía de Mihai Mălaimare Jr. y los diálogos elocuentes que recurren a una ironía que me pone a reflexionar cuando su fondo sociopolítico se apoya en el niño para escarmentar las enajenaciones históricas del nazismo.
El argumento sitúa la acción en Alemania durante la etapa culminante de la Segunda Guerra Mundial y trata la historia de Jojo “Rabbit” Betzler (Roman Griffin Davis), un muchacho solitario de unos diez años de edad que asiste junto con su compinche Yorki (Archie Yates) al entrenamiento de las Juventudes Hitlerianas para demostrar la valentía y la admiración hacia la imagen de Adolf Hitler. Es un niño curioso, tímido y es muy sincero manifestando sus inseguridades frente a los colegas que se burlan de su ingenuidad en medio del ejercicio militar administrado por el complaciente capitán Klenzendorf (Sam Rockwell). Dice que ha perdido contacto con su padre porque este se encuentra sirviendo en el frente italiano, y su hermana mayor, Inge, murió a causa de la gripe.
Lo único que le queda a Jojo es su madre, Rosie (Scarlett Johansson), la cual siempre lo aconseja y oculta el hecho de que pertenece a la resistencia alemana, además de que esconde en el ático a una joven judía de nombre Elsa (Thomasin McKenzie), a quien protege para que los hombres de negro de la Gestapo no la capturen. A menudo, asimismo, habla con su colega irreal, Adolf Hitler (Taika Waititi), al que le confiesa todo lo que piensa.
A ese grupo se suma la nueva película del director neozelandés Taika Waititi (Hunt for the Wilderpeople, Thor: Ragnarok). Se titula Jojo Rabbit y está basada en Caging Skies, la novela de Christine Leunens. Es una sátira fabulesca sobre la Segunda Guerra Mundial que me conmueve cuando condena el odio y la deshumanización en tiempos de beligerancia para celebrar el amor, la amistad y el redescubrimiento, a través de un niño que se enfrenta dolorosamente a unas circunstancias que modifican su moral y su forma de pensar. Su fábula de mayoría de edad se equilibra entre el drama y la comedia negra. Es gratificante, edulcorada, mordaz y por momentos puede ser previsible en unas cuantas escenas. Pero no por eso deja de ser novedosa. Me hace reír y minúsculamente humedece mis ojos. Se presenta con una narración sutil que nunca abandona la jovialidad ni los personajes contagiosos, unas actuaciones placenteras, una dirección de arte que reconstruye meticulosamente los escenarios alemanes de la época, un diseño de vestuario satisfactorio, una banda sonora muy empática de Michael Giacchino, el colorido estilo visual de la fotografía de Mihai Mălaimare Jr. y los diálogos elocuentes que recurren a una ironía que me pone a reflexionar cuando su fondo sociopolítico se apoya en el niño para escarmentar las enajenaciones históricas del nazismo.
Taika Waititi como Adolf Hitler y Roman Griffin Davis como Jojo Rabbit. Imagen cortesía de Fox Searchlight. |
El argumento sitúa la acción en Alemania durante la etapa culminante de la Segunda Guerra Mundial y trata la historia de Jojo “Rabbit” Betzler (Roman Griffin Davis), un muchacho solitario de unos diez años de edad que asiste junto con su compinche Yorki (Archie Yates) al entrenamiento de las Juventudes Hitlerianas para demostrar la valentía y la admiración hacia la imagen de Adolf Hitler. Es un niño curioso, tímido y es muy sincero manifestando sus inseguridades frente a los colegas que se burlan de su ingenuidad en medio del ejercicio militar administrado por el complaciente capitán Klenzendorf (Sam Rockwell). Dice que ha perdido contacto con su padre porque este se encuentra sirviendo en el frente italiano, y su hermana mayor, Inge, murió a causa de la gripe.
Lo único que le queda a Jojo es su madre, Rosie (Scarlett Johansson), la cual siempre lo aconseja y oculta el hecho de que pertenece a la resistencia alemana, además de que esconde en el ático a una joven judía de nombre Elsa (Thomasin McKenzie), a quien protege para que los hombres de negro de la Gestapo no la capturen. A menudo, asimismo, habla con su colega irreal, Adolf Hitler (Taika Waititi), al que le confiesa todo lo que piensa.
Roman Griffin Davis, Taika Waititi y Scarlett Johansson. Foto de Fox Searchlight Pictures. |
Vestido con su uniforme de camisa parda y pantalón de pana negro, Jojo camina por las avenidas de la ciudad junto a su camarada inventado Adolf Hitler, permitiéndome ver escenas que describen su cotidianidad y que incluyen, modestamente, algunas muy plácidas, como en la que se niega a matar a un conejo indefenso frente a los superiores de las Juventudes Hitlerianas que se mofan de él y que luego lo apodan “Rabbit”, la conversación con Hitler que lo motiva a lanzar un stielhandgranate sin permiso que termina explotando en sus pies y dejándolo con cicatrices, la madre soltera que golpea al nazi machista y afeminado para pedir que le asignen tareas adecuadas a su maltratado hijo, los recorridos de Jojo disfrazado de robot rojizo difundiendo folletos de propaganda nazi por las calles del poblado, las poéticas conversaciones entre Elsa y Jojo en la que comparten las características de los judíos, la dramática escena de la madre que se disculpa con el hijo enojado por encubrir a una muchacha judía para simbolizar sus sacrificios como silueta materna, el tenso episodio de casi diez minutos en los interiores de la casa en el Jojo confronta a los miembros de la Gestapo del capitán Deertz (Stephen Merchant) que buscan a la adolescente judía.
Taika Waititi, Sam Rockwell y Roman Griffin Davis. Foto de Fox Searchlight Pictures. |
El relato está estructurado desde la óptica subjetiva de Jojo, por lo que el aparente infantilismo de los personajes adultos que lo rodean tiene cierta coherencia narrativa. Se destacan grandemente los coloquios que sostiene con la versión de Adolf Hitler que adorna su conciencia y le sirven para reemplazar, en cierta medida, al padre que evidentemente perdió fuera de campo en la guerra, aunque ignora la generosidad de la madre que se sacrifica, Rosie, quien es la auténtica estampa paternal del hogar. Como es víctima de la manipulación ideológica y el lavado psicológico del nazismo, en su imaginación ve a Hitler como la figura patriarcal que necesita su núcleo familiar y su patria germana, pero como no lo conoce en vida real lo ve como un consejero. Después de atestiguar el ahorcamiento público de su madre en la plaza del pueblo en la que metafóricamente todas las viviendas lo miran guardando el silencio, rechaza gradualmente los discursos del Hitler ilusorio porque se siente engañado por sus ideas.
Thomasin McKenzie, Roman Griffin Davis y Taika Waititi. Imagen de Fox Searchlight Pictures. |
A partir de ese momento el tono de la película se vuelve más lóbrego, dejando de lado el estilismo pintoresco y cómico para pasar a la tragedia que endurece la psicología del pequeño Jojo, colocándolo en primera fila como testigo del hundimiento de Alemania, donde ve a Fraulein Rahm (Rebel Wilson) sacrificando niños armados en la contienda. También exterioriza su decepción cuando se entera del suicidio del Hitler que anhelaba conocer. Por primera vez observa el costo humano de la conflagración, en una secuencia ralentizada y con una música sensible que lo pone a ver a los soldados heridos, las aceras emponzoñadas de cadáveres, el estruendo de las explosiones. Vive el infierno sobre la tierra. Pero al final de todo transita hacia la pubertad, reconociendo el valor de los seres queridos que se sacrificaron por él, como su madre Rosie y su amor platónico, Elsa. También el capitán Klenzendorf, que lo salva de un fusilamiento seguro del ejército aliado.
Las interpretaciones de la película me parecen maravillosas y añaden cierta autenticidad a lo que se describe con la gestualidad y los diálogos de sus personajes. Destaco la de Roman Griffin Davis como el niño inocente manipulado por las doctrinas políticas del período, la de Scarlett Johansson como la madre optimista que cuida a su hijo de la moralidad corrompida del nacionalismo y la de Sam Rockwell como el capitán honesto que oculta su bondad. Me convencen en cualquier escena.
Roman Griffin Davis como Jojo "Rabbit". Imagen de Fox Searchlight Pictures. |
No podía esperar menos de la atrevida estética de Waititi. Su película consigue hacerme reír y entristecerme con los personajes caricaturescos que presentan el afecto como la única solución disponible para disipar los efectos de la antipatía (simbolizado en el clímax con el plano-contraplano de Jojo y Elsa), un montaje muy correcto de Tom Eagles que preserva adecuadamente el ritmo y la cohesión de las escenas. Lo que más me intriga son las pláticas entre el niño y el amigo imaginario llamado Adolf Hitler, con las que de algún modo se elabora un poderoso discurso sobre los horrores de la guerra, el proceso de madurez de un chiquillo y los corolarios del fanatismo fecundado por los extremos de las ideologías fascistas. Aunque tolero el discreto patriotismo que acentúa a los héroes, no deja de ser una sátira revisionista muy agradable. Es una película muy entretenida.
Título original: Jojo Rabbit
Año: 2019
Duración: 1 hr 48 min
País: Estados Unidos
Director: Taika Waititi
Guion: Taika Waititi
Música: Michael Giacchino
Fotografía: Mihai Malaimare Jr.
Reparto: Roman Griffin Davis, Taika Waititi, Scarlett Johansson, Thomasin McKenzie, Sam Rockwell,
Calificación: 7/10
Tráiler de la película
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