En mi crítica de esta semana hago un análisis breve que incluye la explicación del final de 'Diamantes en bruto', la nueva película de los hermanos Safdie.
Hace unos años descubrí el cine de los hermanos Benny y Josh Safdie. Hubo una aclamación universal de una de sus películas estrenada en Cannes, festival al que supuestamente solo llegan obras cinematográficas de un prestigio intachable. Los tildaban como la nueva revelación del cine independiente norteamericano. Fue viendo Good Time, una película de robos en la que ponían a Robert Pattinson en la piel de un ladrón que intenta sacar a su hermano de la cárcel luego del atraco fallido a un banco. Aunque contaba con un ornamento visual que me parecía vistoso, no me convenció para nada y hasta el día de hoy la sigo considerando una película sin muchas luces. Sus películas, al parecer, se sostienen con una estructura circular, reiterativa, que tiene la única finalidad de contar la cotidianidad de unos personajes acuciados, maltratados por las adicciones, que están al límite de una autodestrucción segura en una jungla de asfalto, construidos a partir de una elipsis muy brusca y de unos planos (en especial el primer plano) que buscan señalar la tensión a la que se exponen. Más allá de sus virtudes estéticas, supongo que ese es su estilo y que no lo van a cambiar por nada del mundo. Allá ellos. Sus películas me dejan indiferente, aburrido en el peor de los casos.
La película más reciente de estos jóvenes directores se titula Diamantes en bruto, estrenada recientemente en la plataforma de streaming de Netflix. La veo entusiasmado, deseando no repetir la experiencia vivida con su película anterior. Y ¿adivina qué? No me emociona. Puede ser lo que sea, menos una joya. Los realizadores, presumo, se esmeran en narrar nuevamente la historia de un derrotista en la ciudad de Nueva York. Ahora su protagonista es un judío adicto al juego que administra una joyería en la metrópoli. Para contarlo, recurren a una fotografía de Darius Khondji que añade estilismo a la puesta en escena, y a una banda sonora electrónica elaborada con los sintetizadores de Daniel Lopatin para subrayar estados de ánimo. Pero no puedo decir lo mismo de la narración. Me fatiga la histeria. Siento que la trama es episódica y, por momentos, errática describiendo la odisea del estafador neoyorquino que solo le interesa vender una piedra importada de una mina de diamantes en Etiopía.
La película más reciente de estos jóvenes directores se titula Diamantes en bruto, estrenada recientemente en la plataforma de streaming de Netflix. La veo entusiasmado, deseando no repetir la experiencia vivida con su película anterior. Y ¿adivina qué? No me emociona. Puede ser lo que sea, menos una joya. Los realizadores, presumo, se esmeran en narrar nuevamente la historia de un derrotista en la ciudad de Nueva York. Ahora su protagonista es un judío adicto al juego que administra una joyería en la metrópoli. Para contarlo, recurren a una fotografía de Darius Khondji que añade estilismo a la puesta en escena, y a una banda sonora electrónica elaborada con los sintetizadores de Daniel Lopatin para subrayar estados de ánimo. Pero no puedo decir lo mismo de la narración. Me fatiga la histeria. Siento que la trama es episódica y, por momentos, errática describiendo la odisea del estafador neoyorquino que solo le interesa vender una piedra importada de una mina de diamantes en Etiopía.
Adam Sandler como Howard Ratner. Fotograma cortesía de A24. |
El guion de la película lo firman los hermanos Safdie junto a su colaborador Ronald Bronstein, y describe las circunstancias de ese judío adicto a los juegos de apuesta llamado Howard Ratner (Adam Sandler). Ratner dirige una joyería clandestina con su asistente Demany (Lakeith Stanfield) en el distrito de Diamond de Nueva York. Viste completamente de negro, comenzando con una chaqueta de cuero, unas gafas de sol, una correa Gucci que adorna su cintura y varias cadenas de lujo que rodean su cuello de para lucir lo más gánster posible. Según cuentan es carismático. Busca convencer a todos los clientes con palabrerías. Pero no está en su mejor momento. Está endeudado hasta los dientes. Le debe una enorme suma de dinero a su cuñado prestamista, Arno (Eric Bogosian). Ha acordado divorciarse de su esposa, Dinah (Idina Menzel), después de las pascuas. Y tiene que satisfacer las exigencias de su bella amante, Julia (Julia Fox), que trabaja en su tienda. Los problemas que tiene piensa resolverlos vendiendo un ópalo muy raro que le ha llegado de una mina en África en la que laboran unos mineros judíos etíopes.
Kevin Garnett, LaKeith Stanfield y Adam Sandler. Foto de Netflix. |
Aunque en la superficie las acciones de Howard poseen cierto carisma y emulan a esos estafadores carismáticos que se encuentran en el cine criminal de los años 70 y 80, lentamente abandono mi interés por lo que le pasa cuando trata de recuperar la piedra preciosa. Mi presión sanguínea se mantiene estable cuando lo observo paseando por las calles de Nueva York y hablando por su móvil con gente muy turbia. No hay nada chocante. La intensidad no llega hasta mí. La única razón por la que le entrega el ópalo a Garnett es porque tiene planificado de antemano un esquema maestro para cobrar más dinero de la cuenta. Es víctima de una avaricia enfermiza, de los vicios del egoísmo, de las falacias calculadas. Y, a mi juicio, me sorprende que esté bien interpretado por Adam Sandler cuando meticulosamente cambia el acento, conjetura el lenguaje corporal y modula las expresiones del judío ludópata que escupe monedas de oro al abrir la boca. Pero pienso que la motivación de su personaje es insustancial.
Adam Sandler, Eric Bogosian y Tommy Kominik. Foto cortesía de Netflix. |
Casi siempre su provocación comienza con un encontronazo baladí, como en la escena en que es emboscado por Arno y sus guardaespaldas en el parqueo de la escuela de su hija y es hallado desnudo en el baúl del carro por su cónyuge, la pelea iniciada por celos y la decepción en la fiesta organizada por The Weeknd en una discoteca cuando va para pedirle el ópalo a Demany, la anticipada escena de la subasta en la que convence a su suegro para que oferte por la gema un precio superior al que ofrece Garnett, o la anticlimática confrontación cuando distrae a los matones de Arno para que Julia escape con el dinero de la venta del ópalo para apostarlo todo.
Adam Sandler y Julia Fox. Imagen de A24 Productions. |
Todo el barullo del ópalo se formula para componer un texto visible sobre las consecuencias de la ludopatía, representado en la escena en que Howard se enfrenta a los cobradores de deuda con sus trampas retóricas y termina siendo ejecutado de un disparo a la cabeza por la apuesta del millón que logra ganar. Es el capitalismo más voraz que destruye la moralidad del hombre. Sin embargo, excavando en su argumento hay algo más soterrado, más invisible. Se trata de una denuncia histórica sobre la explotación neocolonial y las diferencias étnicas de dos pueblos que comparten el problema ancestral de la opresión: los judíos y los judíos etíopes (los Beta Israel).
Está muy presente en el vínculo étnico entre Howard Ratner y el Kevin Garnett ficticio. Uno es judío norteamericano; el otro es afroamericano que siente una conexión con los judíos etíopes. En las últimas décadas, como miembros de la comunidad judía, los Beta Israel han emigrado desde Etiopía hacia Israel como parte de operaciones de rescate para sacarlos de su situación socioeconómica, pero, a pesar de todo, allí son una minoría que se han enfrentado a la xenofobia y la discriminación por pequeños sectores de la sociedad. Este conflicto se proyecta en la película a través de la simbología del diamante de sangre que pasa de una mano a otra causa de la identidad cultural, aunque trasladada a la situación actual de los Estados Unidos. Howard le cede el ópalo a Garnett como un símbolo de liberación que rompe la condena de la segregación, el racismo y la exclusión. Y su sacrificio, ganando la apuesta millonaria del juego televisado, es la culpa transformada en redención que busca aminorar los atropellos cometidos contra los judíos etíopes que esperan unirse a la tribu y que todavía son explotados por las corporaciones mineras en la región de Wolo en Etiopía.
Adam Sandler como Howard. Imagen de A24 Productions. |
La película de los hermanos Safdie consigue hacerme pensar con ese discurso, pero no logro empatizar con las desgracias a contrarreloj de un protagonista impertinente que lleva toda la vida acumulando riquezas, lo cual, desafortunadamente, me parece un poco indulgente. Me importa poco lo que le sucede por arte de magia, como su don profético para ganar apuestas. Casi no hay fuerza en lo que me cuentan, aunque se repone cerca del inesperado clímax cuando todo el lío se resuelve a tiro limpio. Destaco los mecanismos visuales desplegados en cada plano y el montaje que preserva el ritmo interno del relato, así como los roles secundarios de Kevin Garnett (interpretándose a sí mismo) y la desconocida Julia Fox. Lo otro lo olvido rápido. No creo que sea la película monumental que muchos dicen que es. No me parece la gran cosa.
Título original: Uncut Gems
Año: 2019
Duración: 2 hr 11 min
País: Estados Unidos
Director: Ben Safdie, Joshua Safdie
Guion: Ronald Bronstein, Ben Safdie, Joshua Safdie
Música: Daniel Lopatin
Fotografía: Darius Khondji
Montaje: Benny Safdie, Ronald Bronstein
Reparto: Adam Sandler, Julia Fox, Kevin Garnett, Idina Menzel, Keith Stanfield,
Calificación: 6/10
Tráiler de la película
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