Crítica breve de la película Las separadoras de parejas (2018)

En un principio consigo reírme viendo 'Las separadoras de parejas', la película neozelandesa que dirige Madeleine Sami y Jackie van Beek. Una debuta como directora; la otra está en su segundo esfuerzo como realizadora. Es una comedia romántica que cuenta con ese humor cercano al estilo de Taika Waititi (no por nada es productor ejecutivo de la película) y situaciones algo alocadas y absurdas en la que los diálogos desempeñan un papel principal en lugar de la acción. Describe la historia de las mejores amigas Jen y Mel, quienes tienen el negocio lucrativo de romper matrimonios y cualquier tipo de ruptura, de parejas que se han cansado de esa cosa que llaman convivencia. Incluso tienen servicio a domicilio, lo cual veo bien. Pero desafortunadamente no tienen sucursales internacionales. Por el precio correcto, ellas se inventan una escena para que la separación sea lo más amistosa posible, aunque el trabajo se les complica cuando Mel se enamora de un jugador de fútbol de etnia maorí de 17 años, y Jen, enojada, comienza a manifestar los sentimientos intrínsecos hacia Mel, confesando que siempre estuvo enamorada de ella. Cuando eso pasa, la película lentamente se ve estropeada por una concatenación de clichés que apagan la diversión y me dejan en un estado de apatía hacia los personajes. Casi no siento la fuerza de sus conversaciones, o los encontronazos que tienen con los clientes, y los personajes secundarios no tienen mucho desarrollo, son simples subterfugios narrativos para compensar el conflicto trivial de las protagonistas. La rutina de la trama pone a las protagonistas en una situación de ruptura para estructurar una ironía que, en el fondo, habla de la inclusión, la diversidad y el significado del afecto de los estereotipos que están de moda. No es gran cosa. Es una comedia intrascendente.

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Calificación: 5/10



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