Crítica de 'Monos': Infierno en la jungla

En mi crítica de esta semana hago un análisis que en resumen abarca la explicación del final de 'Monos', la película del director colombiano Alejandro Landes.





Hasta hace poco desconocía películas colombianas que plantearan el conflicto armado que desde mediados del siglo XX viene manchando con sangre algunas regiones del país. Lo poco que sé de la disputa se lo debo a lectura de ensayos, artículos y un par documentales noticiosos que examinan la crisis política que se halla en el fondo de unas guerrillas que utilizan la violencia como la principal herramienta de operatividad, además de recurrir a veces a la actividad del secuestro, la tortura, la violación y cualquier cosa que lleve el sello de la brutalidad. Imagino que el entrenamiento incluye un kit de inmoralidad. Aunque algunas han entregado las armas y han firmado un acuerdo de paz, como en el caso de las negociaciones entre el gobierno de Colombia y de las FARC, todavía quedan insurgentes que se resisten a dejar el combate. Y me asalta el pavor y la impotencia al enterarme del grado de deshumanización causado por el combate de algunos de esos movimientos insurrectos que, irónicamente, se autoproclaman luchadores de la libertad y llevan la palabra “liberación” en sus siglas para adoctrinar a cientos de jóvenes, con el propósito de que se unan a sus filas y luchen por una causa supuestamente noble que esconde una atrocidad sin límites.

Mi interés por el tema de las guerrillas me llevó a ver la película colombiana ‘Monos, que dirige el director colombiano Alejandro Landes. Se trata de su segundo largometraje de ficción. Me resulta bellísima. Lleva los diálogos al mínimo para permitirme ver planos de unos paisajes contemplativos que se armonizan adecuadamente con una luz natural. El estilo visual no deja de recordarme en todo momento las similitudes estéticas que comparte con ‘Apocalipsis ahora’ de Coppola, al retratar las tinieblas del ser humano en el corazón de una selva colombiana. El naturalismo es acertado y muy poético. Los protagonistas son unos muchachos (algunos son niños) que descubren el infierno en la jungla cuando son entrenados por el autoritario sargento de una guerrilla anónima para renunciar a la pubertad y convertirse en máquinas de matar. El calvario psicológico de esos jóvenes me conmueve cuando su experiencia se asocia a la naturaleza y lentamente abandonan las concepciones morales para componer metáforas del desequilibrio sociopolítico provocado por las guerrillas, así como los choques de poder, el funcionamiento estructural de la organización y los corolarios deshumanizantes de la conflagración.


Los Monos y su jefe. Foto cortesía de Neon. 


La película comienza en una montaña remota en algún punto de una floresta latinoamericana. Está arropada por nubes y por piedras enormes que parecen una fortaleza del ejército. En la cima un grupo de comandos juveniles realizan ejercicios militares en manos de un jefe que les grita como si fueran animales. Cada uno se identifica con un nombre código que se asocia a algún rasgo físico o psicológico, comenzando por Patagrande (Moisés Arias), Lobo (Julián Giraldo), Lady (Karen Quintero), Sueca (Laura Castrillón), Pitufo (Deiby Rueda), Boom Boom (Esneider Castro), Perro (Paul Cubides) y Rambo (Sofía Buenaventura). Son los Monos, como les dice el líder enano del escuadrón, El Mensajero (Wilson Salazar). Su procedencia es desconocida, pero por lo que observo todos sufrieron para estar ahí. Además de las prácticas, tienen la labor de vigilar a una mujer europea conocida como “La doctora” (Julianne Nicholson), la cual ha sido secuestrada y es mantenida como prisionera para compensar las exigencias de carácter político de la facción, usualmente cuando el sobreencuadre captura su rostro frente a la cámara del soldado superior.

Rambo (Sofía Buenaventura). Imagen cortesía de Neón y Participant Media.


La trama se complica cuando el Mensajero, que está de visita para supervisarlos, se aleja del campamento para entregar el mensaje de la doctora a sus superiores y designa a Lobo como el encargado del clan, asignándoles de por medio la difícil tarea de cuidar a una vaca lechera llamada Shakira, que es muy importante para la organización. Shakira es de un color blanco que simboliza la pureza de los integrantes. Como son jóvenes y se ven libres de una autoridad adulta que los corrija, hacen cosas estúpidas, husmean a la doctora en su habitación, Lady y Lobo se enamoran entregándose a la pasión, celebran el cumpleaños de Rambo propiciándole una cadena de azotes, practican ceremonias tribales alrededor de una fogata y honran con disparos la relación de Lady y Lobo. Fuera de campo, uno de los disparos de la ametralladora de Perro alcanza a Shakira y termina matándola. Perro es castigado por el hecho. Ellos la descuartizan y se la comen para ocultar el incidente inventándose una mentira. El detonante, presumo, funciona para enunciar el desplome de los jóvenes como una agrupación colectivista, agudizado, a la vez, con el suicidio del lobo de la manada y las órdenes radicales del nuevo líder, Patagrande.

Los personajes subsisten en solitario mientras la ausencia de reglas y el aislamiento corrompe su sentido de moralidad, haciendo que rápidamente desaparezca su condición humana para dar paso a la faceta más salvaje de su comportamiento. Son adolescentes y niños soldados que pasan de la pubertad a la adultez por circunstancias bien escabrosas que los obliga a adaptarse a un entorno de barbaridad. Y construyen un consorcio caótico gobernado por la locura, la lucha de mando y la muerte. Naturalmente, en cualquier plano se manifiestan las inseguridades de cada uno cuando piensan en el asesinato, la sexualidad, el deseo y el sistema opresivo que los manipula. En lo profundo son chavales desesperados que sufren en silencio y anhelan una redención que les permita escapar del horror que los rodea.


Moisés Arias como Patagrande. Foto de Neon y Participant Media. 


Este significado se refleja, a mi parecer, cuando los personajes prueban el amargo sabor de la crueldad bajo el dominio errático e impulsivo de Patagrande, quien luego de asesinar a El Mensajero aplica un liderazgo extremista para asumir el control de la unidad y construir una banda independiente a base del robo, el terror y las ametralladoras. Todos comienzan a dudar de sus acciones, exceptuando a Perro y Boom Boom, que siguen Patagrande. Lady es la dependiente que necesita protección, por eso se escuda relacionándose con los jefes de la tribu. Sueca, anhela el cariño, y lo demuestra en la escena del bombardeo en el búnker donde besa a la doctora, pero su debilidad es la ingenuidad. Pitufo es el niño honesto que es condenado por decir la verdad y luego se arrepiente de estar ahí amarrado en un árbol por delatar a Patagrande. Rambo, siguiéndole los pasos a la doctora, intenta liberar a Pitufo para huir con él, pero es encontrada por Lady y huye sola despavorida, convirtiéndose en una de las primeras desertoras del régimen. Doctora, por su lado, ahoga a Sueca en el río utilizando las cadenas, recoge la ropa y escapa ignorando incluso el grito de ayuda de Pitufo.


Patagrande (Moises Arias), Lady (Karen Quintero) y Boom Boom (Esneider Castro). Imagen de Neón. 


Landes emplea esos mecanismos narrativos para desarrollar una alegoría de los orígenes de las guerrillas contemporáneas cuando estas se ven golpeadas, en efecto, por la desestabilización de las jerarquías de poder y por factores relacionados a la exclusión socioeconómica y la condición humana que solo aceleran la desintegración de la estructura. Lo mismo pasa con los protagonistas cuando se pierden en lo selvático, se separan y se adaptan a un ecosistema hostil para sobrevivir por su cuenta. Unos desean fugarse de la barbarie, y otros simplemente desean seguir peleando. Su mundo señala una sociedad dividida por la guerra, y, también, los efectos psicológicos que ejerce sobre los partícipes que se niegan a abandonar la vía de las armas. Aunque no se menciona la nacionalidad del problema ni la ascendencia étnica de los Monos, pienso que los aprovecha para referirse a la guerra civil en Colombia, pero desde la óptica de una tropa guerrillera que, como si fuese un adolescente confundido, se adecúa a un hábitat volátil para encontrar su identidad sin tener la más mínima idea de lo que es medir las consecuencias de sus actos. Al final, todos cambian por la guerra.


Rambo (Sofía Buenaventura) sobre el mar de nubes. Imagen de Neón y Participant Media. 


Para ser la primera película colombiana que veo sobre la colisión armada me llevo una sorpresa. Es una experiencia sensorial. Me produce un inmenso placer observar los panoramas impresos por el gran plano general y esa iluminación que captura los personajes a contraluz a merced del ocaso. Cualquier plano en la jungla me hipnotiza. La banda sonora de Mica Levi me transporta y me permite conocer los estados de ánimo de los personajes con timbales y sonidos sintéticos. Y las actuaciones del reparto, en su mayoría de actores no profesionales, me parecen apropiadas, de mucha demanda física, especialmente la de Julianne Nicholson como la doctora que sobrevive al salvajismo, y la de Moisés Arias como el líder megalómano que se vuelve loco. El ritmo es muy consistente. Nunca deja de parecerme provocadora cuando confronta las contraposiciones de las comunidades humanas.


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Ficha técnica
Título original: Monos
Año: 2019
Duración: 1 hr 42 min
País: Colombia
Director: Alejandro Landes
Guion: Alexis Dos Santos, Alejandro Landes
Música: Mica Levi
Fotografía: Jasper Wolf
Montaje: Yorgos Mavropsaridis, Ted Guard, Santiago Otheguy
Reparto: Moisés Arias, Julianne Nicholson, Sofia Buenaventura, Jorge Román,
Calificación: 7/10


Tráiler de la película


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