Crítica breve de la película El monstruo de St. Pauli (2019)

No quiero ni imaginarme lo que pasa por la cabeza del director alemán Fatih Akin para dirigir una película como 'El monstruo de St. Pauli', aunque supongo que la ha rodado con el único propósito de provocar a los espectadores más sensibles hasta hacerlos vomitar. Conmigo, desafortunadamente, no lo consigue. No cuenta nada novedoso, tampoco me perturba la brutalidad. Me resulta muy aburrida y percibo en todo momento una carencia de sustancia psicológica que se adhiere a la vida del repugnante protagonista. Está basada en la novela de Heinz Strunk, que relata un caso de la vida real. El protagonista es Fritz Honka, un hombre tan deformado como el jorobado de Notre Dame que tiene cuatro cualidades esenciales que moldean su personalidad: la xenofobia, el alcoholismo, la misoginia y la psicopatía descontrolada que se refleja cuando asesina prostitutas y oculta las partes de los cadáveres en su apartamento. O sea, la viva imagen de un demente en potencia. La trama explora la mente de este señor cuando anda buscando su siguiente víctima en los pubs nocturnos de los suburbios de Hamburgo en los años 70. Sospecho que el motivo principal por el que se dedica a la profesión de asesino en serie es, primero, por el pasado maldito proveniente de una existencia disfuncional y, segundo, la frustración causada por el rechazo constante que recibe de las mujeres hermosas que se burlan de su apariencia y de las feas que se niegan a tener sexo con él. El personaje me parece creíble por la manera en que lo interpreta Jonas Dassler, pero en seguida sus acciones se ven agotadas por una redundancia fatigosa. Solo le sirve a Akin para abordar un discurso de la decadencia moral y el odio causado por la condición socioeconómica de la gente de los bajos fondos. Su narrativa es un pretexto que nunca escapa de la vacuidad.

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Calificación: 4/10




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