En mi crítica de esta semana hago un análisis que abarca en resumen una explicación del final de 'El acusado y el espía', la nueva película de Roman Polanski.
Desde que tengo uso de raciocinio, siempre me he visto cautivado por el caso Dreyfus, uno de los procesos judiciales más polémicos de la historia francesa del siglo XIX. El caso comenzó a finales de 1894, cuando el capitán del ejército francés de origen judío, Alfred Dreyfus, fue acusado de espionaje y de alta traición por un tribunal militar, controlado en parte por unos militares nacionalistas de carácter antisemítico. El pobre hombre se declaraba inocente de todos los cargos, pero injustamente fue condenado a cadena perpetua en una cárcel aislada en la Isla del Diablo. Hasta ese momento, toda la clase política del colectivo francés se mostraba en contra del convicto. Al año siguiente, el coronel Georges Picquart descubrió algunas irregularidades al encontrar unas cartas dirigidas a la milicia alemana con el nombre de Esterházy, un oficial francés con fuertes rasgos antisemitas que, efectivamente, era el verdadero espía que compartía los secretos clasificados de los franceses. El hallazgo de las pruebas en manos de Picquart, que evidenciaba la inocencia del imputado, no solo dividió a Francia durante 12 años, sino también al panorama político internacional. Se convirtió en un todo un hito moderno sobre la xenofobia y la iniquidad estatal.
El caso de Dreyfus se ha llevado en varias ocasiones al cine, siendo la última El oficial y el espía, de Polanski, la cual tuve la oportunidad de ver y me ha conmovido bastante. Su película, ganadora del Premio del Jurado en el Festival de Cine de Venecia, se titula J’accuse en francés, tomando como referencia el artículo escrito por Émile Zola en 1898 que provocó una crisis sociopolítica sin precedentes en Francia. La protagoniza un puntual Jean Dujardin. Es un drama histórico que aborda el caso desde la óptica de Georges Picquart, el oficial honesto que intenta por todos los medios posibles esclarecer la verdad que se encuentra oscurecida por las falacias. Funciona casi como una narrativa de suspenso cuando el protagonista va construyendo las piezas del rompecabezas, adornada de paso por los mecanismos habituales del drama legal. Lo consigue con una auténtica reproducción del período, una buena música de Alexandre Desplat y con una historia que se aleja en cualquier instante del sentimentalismo.
Todo lo que veo me emociona, pero también me pone a pensar cuando observo una cuidadosa metáfora sobre la injusticia y la inmoralidad de un aparato jurídico, algo que de algún modo comparte ciertos paralelismos con los problemas legales que ha encarado al cineasta.
El caso de Dreyfus se ha llevado en varias ocasiones al cine, siendo la última El oficial y el espía, de Polanski, la cual tuve la oportunidad de ver y me ha conmovido bastante. Su película, ganadora del Premio del Jurado en el Festival de Cine de Venecia, se titula J’accuse en francés, tomando como referencia el artículo escrito por Émile Zola en 1898 que provocó una crisis sociopolítica sin precedentes en Francia. La protagoniza un puntual Jean Dujardin. Es un drama histórico que aborda el caso desde la óptica de Georges Picquart, el oficial honesto que intenta por todos los medios posibles esclarecer la verdad que se encuentra oscurecida por las falacias. Funciona casi como una narrativa de suspenso cuando el protagonista va construyendo las piezas del rompecabezas, adornada de paso por los mecanismos habituales del drama legal. Lo consigue con una auténtica reproducción del período, una buena música de Alexandre Desplat y con una historia que se aleja en cualquier instante del sentimentalismo.
Todo lo que veo me emociona, pero también me pone a pensar cuando observo una cuidadosa metáfora sobre la injusticia y la inmoralidad de un aparato jurídico, algo que de algún modo comparte ciertos paralelismos con los problemas legales que ha encarado al cineasta.
Louis Garrel como Alfred Dreyfus. Imagen cortesía de Gaumont. |
La película, firmada con un guion de Robert Harris (autor también de la novela del mismo título), inicia en el año 1895. Un gran plano general encuadra a unos soldados en un día nublado que simboliza la pesadumbre. Un ligero reencuadre los sigue hasta que llegan adonde están sus superiores. Montado en su caballo, el general desenvaina su sable y ordena a todas las facciones que presenten armas. Enseguida un oficial subalterno lee la sentencia hecha por el Consejo de Guerra del Gobierno militar de París, que es escuchada por los cientos de oficiales presentes en el campo. Por decisión unánime encuentran culpable al capitán Alfred Dreyfus (Louis Garrel) por traicionar al Estado, condenándolo a ser deportado a una prisión en un atolón remoto y a la degradación militar. Un plano medio corto muestra a Dreyfus, invadido por el rostro de la desilusión, aceptando su destino. La plebe pendenciera lo abuchea, diciendo cosas como “¡A la muerte! ¡traidor!”. Entre la muchedumbre aparece Georges Picquart (Jean Dujardin), que observa al penado “como un sastre judío, llorando por el oro que perdió”.
Jean Dujardin y Hervé Pierre. Fotograma de Gaumont. |
Después de esa escena, Picquart es ascendido al rango de coronel y jefe de la sección de contraespionaje, convirtiéndose en el soldado más joven en adquirir dicha posición. En una reunión campestre, similar al lienzo del ‘Desayuno en la hierba’ de Manet, conversa con unos colegas y recuerda la época en que era profesor de Dreyfus, reconociendo sus aptitudes sin caer en el pecado de la discriminación antisemita y diciéndole en su cara que no le agradan los judíos. Más tarde, en un breve recorrido por su nueva oficina sospecha que sucede algo extraño con las correspondencias que son investigadas por sus subordinados. Le hace preguntas a todos, como si se tratara de Sherlock Holmes investigando una cloaca gubernamental. Múltiples pistas amplifican sus dudas, particularmente la dicotomía entre una carta que supuestamente pertenece a Dreyfus y los fragmentos de un telegrama enviado por el agregado militar alemán a un tal Esterházy (Laurent Natrella). Al realizar una minuciosa comparación tipográfica, comprueba que la escritura es la misma que la del documento atribuido a Dreyfus, por lo que concluye que el imputado es inocente y que el espía es Esterházy.
Jean Dujardin como Georges Picquart. Foto de Gaumont. |
Picquart es un personaje que me resulta cautivador porque su honestidad y el sentido del deber amplían su motivación. Está desarrollado con ingenio. El bigote que adorna su cara y su personalidad fría y calculadora me recuerda al detective Hércules Poirot. Es un hombre reservado, de naturaleza meditabunda, motivado por el orden establecido por la justicia y la veracidad de los hechos. Mira todo con un ojo crítico. Y huele las mentiras de los subordinados a menos de un metro de distancia. Pero tampoco es que sea un santo. En sus ratos libres disfruta estar con su amante Pauline Monnier (Emmanuelle Seigner), una mujer casada con un burgués. La única explicación por la que ayuda a Dreyfus es para desentrañar la corrupción burocrática que prolifera en las altas esferas del poder procesal, cosa que evidencia con una multitud de contradicciones sembradas en el cuerpo militar por razones políticas e ideológicas. Su causa está sujeta a la ética. Como es incorruptible, no le tiene miedo a la suspensión de su carrera militar ni a las maquinaciones perversas de los arquitectos del escándalo que luego inician una caza de brujas en contra su figura para apartarlo de la investigación.
El relato se describe desde el punto de vista de Picquart. Hay raccords sutiles que destacan lo que piensa, especialmente en los planos subjetivos de las misivas cargadas contra Dreyfus. Los silencios amplían sus deducciones. La analepsis lo invita a rememorar el pasado del caso de Dreyfus cada vez que mira el mensaje enmarcado y se acuerda de los testimonios durante el juicio. A medida que la investigación avanza, se establece una conexión entre los rudimentos del caso Dreyfus y el presente de Picquart, cuando este analiza las pruebas que legitiman la tropelía.
Mathieu Amalric y Jean Dujardin. Imagen de Gaumont. |
Este mecanismo le permite a Polanski fabricar una alegoría sobre la moralidad de los individuos y la descomposición de las instituciones que administran el sistema legislativo. Presenta a Picquart, Dreyfus y sus partidarios (incluyendo a Zola) como los únicos sujetos honestos que se enfrentan a las injusticias y persiguen la verdad, en un país conservador donde por cuestiones xenófobas se prefiere sacrificar a un absuelto con tal de proteger los intereses nacionalistas. Los generales y los jueces, no obstante, son mostrados como burócratas inescrupulosos proclives a la trola, a los prejuicios y al antisemitismo. Son unos soeces condicionados por ideologías fascistas. Pero a mi parecer no todo termina ahí.
Jean Dujardin y Emmanuelle Seigner. Fotograma de Gaumont. |
Hay una segunda lectura de índole intertextual entre el caso Dreyfus y las secuelas del caso de abuso sexual de Polanski. Es posible que el realizador, que también tiene ascendencia judía, emplea la crónica del caso Dreyfus para subrayar que el daño de su imagen y la persecución que hay en su contra se debe, en efecto, a la campaña de odio y de calumnias propagada por la prensa amarilla al servicio de la corrección política y por la gleba que exige un linchamiento público para adornar los encabezados de la posverdad. Hechos que parecen repetirse en dos épocas distintas por el antisemitismo que actualmente predomina en la sociedad francesa.
Esta es la raíz, presumo, de una polémica de gente que malinterpreta el discurso de la película, viendo el episodio de Dreyfus como el vehículo perfecto de una parábola de la biografía de Polanski y las acciones procesales que ha enfrentado al huir de la ley, como si se escudara detrás de la efigie de Dreyfus con el único propósito de señalar su propio victimismo y la entereza manipulativa del veredicto que lo persigue. Quizá sea una víctima de las farsas mediáticas, pero lo cierto es que es que sería contradictorio establecer un símil con Dreyfus, sobre todo porque Polanski se declaró culpable por el delito de tener sexo ilegal con una menor y al poco tiempo se escapó. Es un prófugo de la justicia que espera la condena. Nunca fue inocente del todo.
Jean Dujardin como el coronel Picquart. Fotograma de Gaumont. |
Dejando de lado la controversia, creo que El oficial y el espía es la película más sólida dirigida por Polanski en más de una década. Es notable también el hecho de que es hasta la fecha la única representación cinematográfica del caso Dreyfus en el siglo XXI. Lo que narra me emociona, pero también me produce indignación al darme cuenta de que todavía le puede pasar a cualquiera. Su estilo visual es depurado, el ritmo prevalece durante dos horas de metraje y la actuación Dujardin es muy escueta cuando se separa de todo histrionismo para imprimirle credibilidad al protagonista. No creo que esté a la altura de sus grandes obras, pero el director de El pianista y El escritor fantasma logra sorprenderme con una trama que saca lo mejor del thriller detectivesco y el drama judicial.
Título original: J'accuse
Año: 2019
Duración: 2 hr 06 min
País: Francia
Director: Roman Polanski
Guion: Roman Polanski, Robert Harris
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Pawel Edelman
Montaje: Hervé de Luze
Reparto: Jean Dujardin, Louis Garrel, Emmanuelle Seigner, Grégory Gadebois,
Calificación: 7/10
Tráiler de la película
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