Esta semana hago un análisis que abarca en resumen la explicación del final de la película 'Bacurau', de los directores brasileños Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles.
Hace un par de años vi una película brasileña que logró cautivarme. Me atrevo a decir que su director, Kleber Mendonça Filho, es ya uno de los directores brasileños más significativos de los últimos años. Se titulaba Aquarius. Y no me equivocaba. Este señor, junto con Anna Muylaert, es uno de los renovadores del nuevo cine brasileño que es aclamado en cualquier festival de cine internacional. Solo tuve que apreciar la fenomenal actuación de esa gran actriz llamada Sonia Braga para corroborarlo. En la cinta Braga interpreta a una antigua crítica musical que vive jubilada en su apartamento y se niega a venderlo para entablar una contienda contra una empresa muy poderosa, cargando con el remordimiento y la culpa de un trágico pasado familiar. Como nunca antes había interactuado con el cine del cineasta, lo que vi en ese entonces me resultaba estremecedor por su elaboradísimo discurso de la descomposición empresarial del sector inmobiliario. Entiendo que Filho fue crítico de cine antes de ser realizador de cortometrajes y documentales, pero después de esa película lo único que me interesa es lo que me pueda contar con algún largometraje de ficción.
Aprovechando el confinamiento para olvidarme de la horrible pandemia, pude ver la más reciente película de Filho titulada Bacurau. Es su tercera película como director. La filma junto a Juliano Dornelles. No tengo la más mínima idea de lo que lo ha motivado a rodarla, pero me parece fascinante e insólito su relato de violencia en el pueblo de los olvidados. Aunque anticipo con facilidad la premisa de venganza para dividir a los buenos de los malos, me quedo enganchado durante dos horas con los personajes variopintos que presenta y la estética depurada que, sutilmente, instaura una simbiosis entre los géneros como el drama, el western, el slasher, el suspenso y la ciencia-ficción. Sus componentes narrativos ocultan fuertes alegorías políticas debajo de las acciones simples de los protagonistas, apelando a una desigualdad que ha recorrido generaciones hasta alcanzar la contemporaneidad de Brasil, donde los políticos corruptos utilizan la ayuda extranjera para eviscerar a los campesinos y aprovecharse de sus tierras. Señala el pasado para describir el presente. Eso explica, supongo, las múltiples referencias a los guerrilleros folclóricos representada con la cotidianidad de esos aldeanos que viven tranquilamente en una aldea remota en el norte del país.
Los residentes de Bacurau. Imagen cortesía de Vitrine Filmes. |
No percibo en ningún momento que el argumento se establezca desde la óptica de un solo protagonista, pero es evidente que parte de uno para mostrar un amplio collage de figuras. Lo observo cuando Teresa (Bárbara Colen), una mujer joven y de mirada serena, atraviesa una larga carretera acompañada de un amigo que conduce un camión de agua. En el trayecto se topan con una camioneta accidentada repleta de ataúdes, donde se visualiza a un hombre muerto tirado en el suelo y se evoca un simbolismo que anuncia la muerte. Halando una mochila rojiza, Teresa se dirige hacia Bacurau, su aldehuela natal, para asistir al funeral de su abuela Carmelita, una señora de 94 años que ha fallecido en circunstancias extrañas. Los aldeanos le dan una cálida bienvenida, exceptuando Domingas (Sonia Braga), la doctora que causa un alboroto en medio de la muchedumbre. Teresa carga el féretro junto otros familiares. La ceremonia inicia con un canto tradicional sobre fantasmas y temores. Y Teresa se queda hipnotizada al observar cómo del sarcófago sale agua, producto de ingerir una droga psicotrópica. Más adelante, todos sostienen y agitan un pañuelo blanco para señalar la pureza del alma que ha partido al otro mundo.
Con el tiempo veo la vida cotidiana de los lugareños del ficticio Bacurau y me doy cuenta de las características de cada uno, junto a su desequilibrada condición socioeconómica por los locales del poblado, además de las costumbres que describen sus personalidades. Hay un autobús escolar abandonado que refleja que no tienen una educación de calidad, en el consultorio médico Domingas alberga a unos pacientes que piensan que la resaca es una enfermedad severa, hay un prostíbulo instalado en una furgoneta, el DJ comunica con su micrófono las noticias del día, la escuela donde el profesor confirma frente a los pequeñines el hecho desconcertante de que Bacurau ni siquiera se halla en el mapa de Google, como si se tratara de un poblado fantasma propenso a las desgracias más inesperadas. En realidad son víctimas de la autoridad que quiere desplazarlos para apropiarse del territorio, de una administración que les ha quitado el acceso a los estipendios básicos para subsistir. A pesar de todo, todavía preservan la identidad cultural que los mantiene sujeto a sus tradiciones ancestrales.
Los aldeaniegos no sospechan que algo malo suceda ni se percatan de su aparente vulnerabilidad, pero una serie de golpes de efecto agudizan el problema de la trama fuera de campo. El primero es la llegada del alcalde deshonesto que espera ser electo y piensa comprar voluntades a costa de la ignorancia, ofreciendo libros y alimentos vencidos a cambio de que voten por él, cosa que la gente de Bacurau rechaza rotundamente cuando se esfuman para protestar, ya que son golpeados por la escasez de agua atenuado por la represa cerrada. El segundo es el incidente relacionado a un agricultor que anda en su triciclo por el páramo y se asombra al ver un platillo volador en el cielo. El tercero son los agujeros de los disparos en el camión de agua. Quizá el más importante es la aparición de unos forasteros que andan en motocicletas y acribillan brutalmente a una familia. Y Pacote (Thomas Aquino), que secretamente es un matón y fugitivo que se esconde el pueblecito con otro nombre, dilucida que hay un grupo bien grande de militares que viene para atacar el municipio, por lo que decide pedirle ayuda a Lunga (Silvero Pereira), otro perverso de Bacurau que ha estado en el infierno y que tiene el pasatiempo de decapitar personas con un machete.
Sonia Braga como Domingas. Imagen cortesía de Vitrine Filmes. |
Con esa trama, Filho se propone única y exclusivamente a retratar el enfrentamiento violento entre los habitantes de la villa que anhelan vengarse por el asesinato de sus seres queridos y los paramilitares psicopáticos financiados por el alcalde. En la primera mitad se resaltan las rutinas folclóricas, los rituales como el capoeira, el consumo de drogas alucinógenas y el modus vivendi de los miembros de Bacurau, cuya existencia se ve punteada por la ineptitud de un gobierno que los mantiene a perpetuidad bajo el aparato de la pobreza, la privación del agua, un sistema de salud inadecuado, la falta de enseñanza que los encierra en un círculo de desconocimiento y las raíces culturales que representan los rasgos autóctonos del vecindario.
Como son personas de escasos recursos en una comunidad rural completamente aislada, se limitan a sobrevivir con las pocas ayudas que reciben. Pero como no es lo mismo llamar al diablo que verlo llegar, en la segunda mitad toda la tranquilidad de ellos se transforma en brutalidad cuando los terroristas, armados hasta los dientes de drones en forma de platillos voladores y armas largas, asesinan a niños y ancianos de la localidad como si fuera un juego de amoralidad, despertando así la ira dormida de los moradores que desean exterminar de una vez por todas la opresión sistemática proveniente de los oligarcas.
Udo Kier y Sonia Braga. Imagen cortesía de Vitrine Filmes. |
Aunque a mi juicio el conflicto que Filho establece con esos sujetos puede parecer previsible y en cierto modo inexcusable, nunca deja de ser sugestivo por la manera tan esclarecedora con la que me permite examinar, a través de metáforas cuidadosas, un alegato sobre el ejercicio del poder político que destruye la dignidad del hombre de clase trabajadora en las zonas rurales. Los rústicos de Bacurau representan a los bajos estratos sociales, y los mercenarios de Michael (Udo Kier) simbolizan a los contratistas privados de la oligarquía, los extranjeros, los de arriba, que en compañía de la presidencia tienen la intención de borrarlos del mapa para robarle los terrenos y lucrarse del dolor ajeno, verdad que escapa a la luz en la escena climática donde los provincianos, luego de matar a los foráneos, se vengan del síndico clientelista montándolo encima de un burro, desnudo y con una máscara que evidencia sus falacias.
Udo Kier. Imagen cortesía de Vitrine Filmes. |
Filho muestra una sociedad donde la corrupción y la amoralidad es la norma, y las reglas las impone el más necesitado. En otras palabras, conforman una colectividad irrelevante para los burócratas del oficialismo, en el peor de los casos “invisible”, que protestan respondiendo con el mismo salvajismo para exigir sus derechos, casi como una versión actualizada de los cangaceiros (las alusiones históricas son clarísimas en la secuencia del museo). Es una radiografía soterrada del clima sociopolítico de la actualidad de Brasil.
Muchos afirman que esta película, galardonada en el pasado festival de cine de Cannes con el Premio del Jurado, es en su totalidad un weird western por la marcada narrativa que despliega con su estilismo visual, pero si bien hay elementos que lo evidencian, creo que por la cantidad de géneros que se fusionan es más adecuado decir que es una especie de fábula distópica inclasificable. Está atiborrada de personajes memorables, como Braga haciendo de doctora neurótica, Pereira como el desquiciado bandido y Kier como el soldado ensortijado por un ambivalente código de ética. También de símbolos que adornan cada rincón del encuadre comunicando cuestiones relacionadas al sufrimiento, la decadencia y la esperanza. No sé si se trate de la mejor película del director, pero me la paso genial viendo el resultado de su material de denuncia. La experiencia de verla me parece tan lisérgica como sorpresiva.
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Título original: Bacurau
Año: 2019
Duración: 2 hr 12 min
País: Brasil
Director: Kleber Mendonça Filho, Juliano Dornelles
Guion: Kleber Mendonça Filho, Juliano Dornelles
Música: Mateus Alves, Tomaz Alves de Souza
Fotografía: Pedro Sotero
Montaje: Eduardo Serrano
Reparto: Bárbara Colen, Thomas Aquino, Udo Kier, Sonia Braga,
Calificación: 7/10
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