Crítica de 'Ema': retrato de una bailarina pirómana

En mi crítica de esta semana hago un análisis que en resumen abarca la explicación del final de 'Ema', la nueva película chilena del director Pablo Larraín.




El cine del director chileno Pablo Larraín se compone de episodios situados en puntos específicos de la historia chilena del siglo XX. Una parte de sus películas tiene como telón de fondo los acontecimientos históricos engendrados por la dictadura, frecuentemente presentado con escenarios claustrofóbicos y grisáceos, en el que los individuos que luchan con los efectos de la inestable condición del período. Lo percibo claramente en películas como Fuga, Tony Manero, Post Mortem, No y Neruda.  El sentido de urgencia de El club también podría situarse en esa misma línea, aunque el discurso apunte para otro lado. Incluso tuvo la osadía de traicionar su dialéctica para buscar otros horizontes narrativos en Jackie, la única película norteamericana que ha dirigido y que, a mi parecer, es su obra magna. Pero por alguna razón siempre evadía la contemporaneidad de su país. Como todo cineasta que se arriesgue, presumo, era algo lógico que el director tomara otras vías en su filmografía para contextualizar los problemas que están presentes en las nuevas generaciones de la sociedad chilena.

‘Ema’, la nueva película del realizador, dialoga con el presente de Chile y se propone a examinar precisamente los conflictos intrínsecos de la maternidad, la adopción y el núcleo familiar a través de una mujer que usa el baile como acto de rebeldía para exigir la libertad que la sociedad le ha arrebatado. No por nada es la primera película chilena de Larraín protagonizada por una mujer. La protagonizan Mariana Di Girolamo y Gael García Bernal (actor recurrente de Larraín). Su giro discursivo supone también una revolución formal. Reemplaza lo viejo por lo nuevo. La muchacha que exhibe es libre, enérgica, apasionada, no se cosifica y se sacrifica para que la luz de su estrella brille apropiadamente, ocupando un espacio que la separa inmediatamente de las trampas de la moralidad y de los estereotipos convencionales. El drama puede ser agridulce, sensual y provocativo sin perder en ningún momento su rastro de sutileza. Y su estilismo me hipnotiza con los colores, los bailes, la música, los incendios y una piromanía que me inquieta y se queda conmigo una vez que ruedan los créditos.


Mariana di Girolamo y Gael García Bernal. Imagen de Fabula.


La protagonista es Ema (Mariana Di Girolamo), una joven bailarina que lidia con el dolor producido por el niño colombiano adoptado que se vio obligada a abandonar como resultado de su situación socioeconómica, del comportamiento violento del chiquillo y del matrimonio desequilibrado que tiene con Gastón (Gael García Bernal), el profesor de danza y coreógrafo que dirige el grupo para el que ella baila. Proviene de una familia disfuncional. Como si fuese una femme fatale tiene el pelo teñido de rubio y viste con ropa masculina casi como una tomboy. Su carácter es fuerte, sereno, es sexualmente abierta, un poco impulsiva. Vive en la ciudad de Valparaíso en Chile. Para tratar de olvidar su desgracia, se refugia en la danza. También es instructora de baile en una escuela primaria y con frecuencia asiste a las coreografías de danza que prepara su esposo. La realidad es que va a su empleo en el instituto por el hecho de que ahí estudia el pequeño Polo (Cristián Suárez), el hijo que abandonó y que anhela volver a ver. Cuando se entera de que el muchachito ya no va a ese liceo, renuncia. Ella y Gastón discuten con la asistente social que busca una familia que adopte al crío, porque en el fondo desean recuperar la custodia del menor.


Mariana di Girolamo como Ema. Foto cortesía de Fábula.


La vida de Ema se complica cuando tiene un encuentro con una abogada, Raquel (Paola Giannini), con la que intenta negociar su divorcio. Aunque toda la conversación es una mentira calculada por Ema porque tiene segundas intenciones. Como no tiene dinero para pagar, pretende hacerlo con su cuerpo, seduciéndola a ella y a su a marido Aníbal (Santiago Cabrera), un bombero de la ciudad. Lo hace por separado, sin que ninguno de los dos lo sepa. Paralelamente sigue en la danza y sosteniendo encontronazos conyugales con Gastón, quien la reprocha varias veces el haber renunciado a Polo. El motivo por el que trama esa manipulación es porque Polo es adoptado por Raquel y Aníbal. Y Ema está motivada a desestabilizar la unión de Raquel y Aníbal para anular el proceso de adopción antes de que se formalice legalmente y su hijo adoptivo pueda ser devuelto a sus brazos, aunque también lo ve como una buena oportunidad para quedar embarazada.


Mariana di Girolamo como Ema. Imagen cortesía de Fábula.


Ema es un personaje femenino de amplios matices. Está desarrollada con sutilidad. Me parece muy creíble por la manera tan sólida en que la interpreta la desconocida Mariana Di Girolamo. Es una actuación de gestos y de pericia física. Concibe una chica millennial que le toca asumir los distintos roles a los que se enfrenta cualquier mujer. Le ha tocado ser la hija subversiva, la madre frustrada, la esposa tolerante, la amante desesperada, la danzadora madura. Factores que por así decirlo, han endurecido su personalidad. Su liderazgo le permite capitanear el club de mujeres que la ayudan a rebelarse en contra del sistema cuando deambula por las calles nocturnas cargando el lanzallamas para protestar y calmar su rabia. La crisis personal que atraviesa la mantiene sujeta a la culpa y a la desilusión por abandonar al niño adoptivo. En un principio ella no exterioriza su vulnerabilidad ni tampoco su espectro de sentimientos, sino que transmite su calvario intrínseco con la mirada y el silencio. Pero a medida que avanza el argumento, su conducta volátil los manifiesta por medio de la danza y el simbolismo del fuego.


Mariana Di Girolamo como Ema. Fotograma de Fábula. 

Naturalmente, hay elementos formales que son empleados por Larraín para amplificar las emociones de Ema y la especificidad del relato. Particularmente solo tres de esos dispositivos me llaman la atención.

El primero de ellos es la danza urbana, que se utiliza no solo como un sinónimo de expresión cultural, sino también como un instrumento de emancipación emocional; una catarsis que se muestra casi siempre en las escenas en que Ema bailotea junto a su conjunto a ritmo de reggaetón y música electrónica con el fin de eviscerar las discusiones que agudizan su frustración. Cuando Ema se va transformando, los movimientos de los bailes pasan de ser delicados a ser más agresivos.

El segundo es la psicología del color, muy visible en iluminación de las luces de neón que adornan las escenas nocturnas y en el vestuario deportivo de Ema, que se emplea para subrayar los estados de ánimo. La colorización grisácea de los exteriores diurnos evocan la tristeza. El color rojo refleja la ira, la pasión, el exceso y la infinita necesidad de autonomía. El color verde en cambio simboliza la fertilidad, la crueldad, la búsqueda del placer y la esperanza que no se pierde. Y también está el color azul, que abunda para registrar la paz interior y la madurez de Ema en las secuencias finales que anuncia la llegada del matriarcado.

El último es la simbología del fuego que se aplica, digamos, para encerrar los significados relacionados a la vida, el deseo y la energía. Tiene la capacidad de crear y de destruir. Es un signo de vitalidad que puede iluminar con sus llamas a los lugares más oscuros. Ema destruye para exigir, pero también procrea para satisfacer su sueño materno. Larraín lo ejecuta sobre Ema para figurar el anhelo de la protagonista por apagar las circunstancias trágicas que magullan su intimidad, palpable en las escenas en que recurre al lanzallamas para incendiar cualquier objeto que se encuentre en las calles (semáforos, carros, columpios, etc.) y la negatividad que le impide avanzar, así como en la secuencia de danza donde su tropa bailotea a contraluz mientras la rodean en forma de círculo (una matriz) frente a la imagen representativa del Sol (su ilusión de ser madre). Su fase de ignición necesita que una manguera de agua apague su fogata perpetua.




Con esos mecanismos narrativos, Larraín construye una multitud de temas como la sexualidad femenina, el significado de la maternidad, la revaloración de la familia en la época de la diversidad, la impotencia causada por la infertilidad (mostrada en Gastón) y las fullerías del consorcio como la infidelidad y la poligamia. Las capas de lectura se yuxtaponen sólidamente con las acciones que motivan a Ema resolver las contrariedades que se interponen en su camino, aunque el hilo conductor de la trama aparenta ser la adopción fallida, la práctica que consiste en retornar el chico que se adopta antes de la legalización del trámite de acogimiento, reflejado en seguida por el trauma que siente Ema al no poder recuperar al hijo que previamente adoptó junto al infértil Gastón y que se vieron obligados a devolver.

Mariana di Girolamo y Gael García Bernal. Imagen cortesía de Mubi.


No creo que Ema sea la mejor película de Larraín, pero el manejo estilizado de la puesta en escena representa una vuelta de tuerca en su estética. Logra cautivarme con la travesía borrascosa de esa rubia apaleada por la desdicha que encuentra su refugio en el amor, la danza y la ferocidad para enfrentarse al dominio patriarcal. Tiene actuaciones maravillosas de Mariana Di Girolamo y Gael García Bernal, un estilo visual muy hipnótico de Sergio Armstrong, estupendos números musicales y una melancólica banda sonora de Nicolas Jaar que seduce mis oídos solo con un sonido experimental. El uso de la elipsis es fenomenal. El clímax me pone a pensar, en una secuencia que señala la ecuanimidad del vínculo familiar más heterodoxo. Es un retrato de liberación femenina acorde con los tiempos actuales. En ningún instante deja de ser contagioso.

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Ficha técnica
Título original: Ema
Año: 2019
Duración: 1 hr 47 min
País: Chile
Director: Pablo Larraín
Guion: Guillermo Calderón, Alejandro Moreno, Pablo Larraín
Música: Nicolas Jaar
Fotografía: Sergio Armstrong
Montaje: Sebastián Sepúlveda
Reparto: Mariana Di Girolamo, Gael García Bernal, Santiago Cabrera, Giannina Fruttero,
Calificación: 7/10




Tráiler de la película


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