Crítica breve de la película El tiempo que queda (2009)


Sinopsis: La historia de una familia árabe en Israel desde 1948 hasta la actualidad.

Ficha técnica
Título original: The Time That Remains (Le Temps qu'il reste)
Año: 2009
Duración: 1 hr 49 min
País: Francia
Director: Elia Suleiman
Guion: Elia Suleiman
Música: Matthieu Sibony
Fotografía Marc-André Batigne
Reparto: Saleh Bakri, Yasmine Haj, Leila Muammar, Elia Suleiman,
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película


Hay algo que me cautiva de 'El tiempo que queda', del director palestino Elia Suleiman. Es una película que a través de su estética, presumo, consigue una simbiosis muy peculiar entre el revisionismo histórico y la realidad social y política de los palestinos condenados a una discriminación intergeneracional que, aparentemente, solo se agudiza con el paso de los años. Nada cambia, todo se muta. Suleiman lo deja muy claro al retratar, con una mirada semiautobiográfica, los episodios de una familia palestina (su propia familia) que sufre los efectos prolongados de la beligerancia y la xenofobia institucional. La trama se ambienta a partir de 1948, durante la guerra árabe-israelí, donde el joven rebelde y solidario Fuad Suleiman intenta enfrentarse a los israelíes por su cuenta, pero es capturado y obligado a exiliarse en Nazaret. Años más tarde, Fuad vive con su hijo Elia y su esposa en un clima de tensión política, rodeándose de personajes variopintos en un barrio árabe, pensando en todo momento en la libertad de los suyos. La cualidad episódica de ese relato le sirve al director para examinar los acontecimientos políticos trascendentales de la historia palestina, empleando una serie de ornamentos formales como el color, el sobreencuadre, el campo-contracampo, la elipsis, la subjetividad y los sonidos, para añadirle cierta sutileza al encuadre, mayormente con el gran plano general que acentúa el aislamiento de los protagonistas. Con esos elementos dialoga con cuestiones como la soledad, la desilusión y la esperanza de la minoría palestina que permanece en su tierra esperando un mejor mañana. Y en ninguna escena pierde el humor lacónico y el toque absurdo, casi onírico, de una narrativa en la que escasean los diálogos. Me resulta peculiar el rol de Suleiman interpretándose a sí mismo y utilizando el silencio como un arma de protesta. La música también es estupenda. Es una película incisiva y muy conmovedora sobre el conflicto entre Israel y Palestina.

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