'Yo soy el amor', la tercera película del director italiano Luca Guadagnino, de alguna manera consigue enamorar mi sentido de la vista con su portentoso estilo visual, pero ni siquiera eso puede impedir que me fatigue con el cuento de emancipación de una mujer cansada de la vida aburguesada. La protagonista es Emma, una mujer elegante y muy reservada que vive en Milán en una mansión gigantesca junto con su esposo Tancredi y sus tres hijos. La familia es dueña de un imperio de la industria textil. Entre cenas, espejos, flores, cortinas y cócteles de gente rica, Emma oculta el descontento con los miembros de la élite, pensando que habita una prisión que le ha arrebatado su sensibilidad. Pero cuando conoce a Antonio, el cocinero y amigo de su hijo, intenta poner fin a la falta de afecto estableciendo con él una relación pasional y peligrosa. Para contar la fábula de esa mujer desilusionada, la estética de Guadagnino emplea mecanismos formales que ayudan a escudriñar la psicología del personaje, como el primer plano, la profundidad de campo y los insertos, acompañados casi siempre de unos travellings que asumen la posición y los movimientos de los protagonistas. Se destaca el diseño de vestuario y el uso meticuloso de los espacios cerrados en los interiores de la lujosa residencia. También utiliza el color para agudizar los sentimientos y los pensamientos intrínsecos. La narrativa compone un texto sobre la independencia femenina, los claroscuros de una familia disfuncional y el duelo que no se supera. Pero el problema, presumo, es que carece de la suficiente pujanza emocional, volviendo el relato de Emma en una simple moraleja de adulterio, culpa y pasión. Es un poco tibia desarrollando las acciones, aunque me resulta muy creíble la actuación de Tilda Swinton cuando comunica las emociones con la gestualidad y la mirada.
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Calificación: 6/10
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