Aunque en un principio me veo cautivado por la bella animación de
Buñuel en el laberinto de las tortugas, pronto percibo una indulgencia cronometrada y una inercia narrativa que remueve mi interés por la historia que, a modo de homenaje poético y surrealista, refleja algunas de las inquietudes de Buñuel frente a los olvidados de la comarca de Las Hurdes cuando rodaba
Las Hurdes, tierra sin pan. Adaptada del cómic de Fermín Solís, la película del director español Salvador Simó es un cuento de amistad, desilusión y realismo social, acompañado de paso de un metacine de carácter socioantropológico. La trama comienza en los años 30, luego del estreno de
La edad de oro, donde Luis Buñuel, atrapado por un bloqueo creativo, intenta filmar un documental sobre la realidad social que arropa la empobrecida región Las Hurdes, gracias a la financiación de su amigo, el escultor y anarquista Ramón Acín. Al empezar el rodaje, me siento muy animado cuando veo que Simó emplea, primero, el sobreencuadre con las imágenes históricas del documental en blanco y negro para abrazar la manera en que la miseria y la incertidumbre de los campesinos redimensionan la percepción de Buñuel y, segundo, la analepsis que lo mantiene sujeto a los fantasmas del pasado burgués. Sin embargo, luego me fatigo con la reiteración de los encontronazos personales entre los amigos, de los traumas del realizador que se manifiestan como pesadillas y simbolismos atosigantes, sin ninguna posibilidad de ampliar los horizontes narrativos ni las acciones superficiales de los personajes. Al menos la música empática me resulta agradable, al igual que el diseño de los personajes y los coloridos escenarios. Se agradece el intento de biografía para reconstruir una problemática social de un fragmento de la historia española, pero creo que es una película un poco insulsa sobre uno de los grandes maestros del cine.
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Calificación: 5/10
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