Crítica breve de la película Chicas sin freno (2009)

Lo único que me regocija al ver Chicas sin freno es la anticipada llegada de los créditos. Cuando los créditos comienzan a rodar desde abajo hacia arriba, se dibuja una sonrisa en mi rostro que me hace olvidar el tremendo disparate que supone el debut como directora de Drew Barrymore. Es un drama deportivo sin remedio, sorprendentemente aburrido, con una narrativa plana que se disipa tan rápido como las huellas de un patín sobre el asfalto. Trata la historia de Bliss Cavendar, una adolescente que vive bajo las garras autoritarias de una madre exigente que la obliga a participar en un concurso de belleza para que encuentre su propia pasión. Bliss comparte con su familia en un pueblo pequeño de Texas y trabaja en un restaurante de comida rápida donde comparte quehaceres con su mejor amiga. Pero un día decide emanciparse cuando se apasiona por el Roller Derby, una competición de patinaje para chicas que es eminentemente agresiva. Yo me quedo a ver las carreras para ver cómo funciona el asunto de ese deporte y, a la vez, para observar a la protagonista patinando con toda la rudeza del mundo junto a otras chicas para resolver los problemas de su vida. Encuentro interesante los temas que aborda sobre los dilemas de la adolescencia, el dominio matriarcal y la libertad femenina, pero al rato me dejan de importar cuando la narrativa blanda y los personajes de plástico arrastran todo el relato al zafacón de la repetición banal, en el que las escenas de Bliss se vuelven tan reiterativas y previsibles como las vueltas que dan en la pista. La actuación de Ellen Page me parece regular como la muchacha que enfrenta conflictos baladíes para independizarse, al igual que la de Marcia Gay Harden como la madre dominante. Es una película que nunca llega a ser entretenida.

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Calificación: 4/10

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