Como conozco los mecanismos del thriller psicológico de misterio como si fuera la palma de mi mano, encuentro algo convencional la ejecución de 'Transsiberian: expreso de medianoche', a pesar de que la premisa tiene un arranque prometedor que me pone a cuestionar, casi como un detective, las acciones de unos personajes que son víctimas de las mentiras, del miedo y de los impulsos irracionales. La película, dirigida por Brad Anderson, imprime un suspense hitchcockiano que se despliega modélicamente en los interiores de un tren que se dirige a las frígidas regiones de Rusia para presentar a unos turistas norteamericanos, Roy y Jessie, en el momento en que se relacionan con Carlos y Abby. Todo transcurre con normalidad mientras viajan en el ferrocarril por varias provincias rusas y se regocijan junto a unos pasajeros pintorescos, pero luego llega el nudo cuando Jessie comienza a sospechar que Carlos y Abby ocultan algo y su marido, Roy, se pierde misteriosamente en una de las estaciones. Mi problema es que la trama carece de sustancia cuando emplea los subterfugios genéricos para propagar actos sombríos que se vuelven previsibles con las artimañas de drogas, asesinatos y corrupción policial. Me deja tan frío como una bola de nieve cuando esconden la verdad del asesinato para prolongar el asunto innecesariamente, cuando llega el inspector Grinko a investigar a los criminales que habitan el ferrocarril, cuando los buenos terminan siendo los malos para que los asesinatos tengan justificación. Las actuaciones me parecen aceptables, pero solo me veo perturbado por la presencia de Ben Kingsley como el siniestro oficial de narcóticos, verdaderamente me causa pavor con la mirada y el acento ruso. El gélido panorama es acertado transfiriendo la cuota visual del relato. El resto no tiene pujanza ni intriga. Cuando comienza la climática confrontación, ya es demasiado tarde para evitar el descarrilamiento narrativo.
Calificación: 6/10
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