Reconozco de inmediato la estética atrayente de 'Vagabundo de Tokio', el film de yakuza del director japonés Seijun Suzuki, pero por alguna razón no consigo emocionarme con su cuento criminal del yakuza del traje azul. Además de su estilización visual le falta, digamos, una pizca de pujanza emocional. La trama presenta a Tetsu, un ejecutor reformado que es muy leal a su jefe Kurata, con el cual se refugia en un edificio donde administran un negocio de entretenimiento, dejando de lado la antigua vida delictiva, vinculándose con una bella cantante, deambulando arrepentido por las calles nocturnas de Tokio sin un rumbo aparente y hasta rechazando ofertas de reclutamiento del jefe de una pandilla rival. Pero su desilusión se transforma nuevamente en peligro cuando su patrón lo obliga a exiliarse por las amenazas del adversario que busca controlar todo. Con ese argumento, Suzuki emplea sus ornamentos estilísticos en la puesta en escena para dimensionar lo que piensa el protagonista de ese mundo violento en el que se halla atrapado, valiéndose del uso enfermizo de los colores como referencia psicológica, una música de jazz con un leitmotiv contagioso, el vestuario occidentalizado, unos escenarios de arte pop, capturando el luminoso entorno nocturno del Japón de los 60 y estableciendo un híbrido genérico entre el cine gansteril y el western. No gano nada con que se vea bonita cuando detecto una carencia de cohesión en la fábula del pistolero yakuza que desinfla la narrativa tan rápido como la bala de una Colt, con unos personajes planos que nunca llegan a ser interesantes ni con sus acciones ni con sus diálogos. El resto me parece fatigoso ver al protagonista siendo perseguido una y otra vez por los enemigos que salen de todas partes. Solo destaco el rol de Tetsuya Watari como el enigmático Tetsu. Es una película algo trivial sobre la lealtad, el poder y la traición.
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Calificación: 6/10
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