No consigo emocionarme ni en lo más mínimo viendo 'Judy y Punch', la comedia negra australiana que representa el debut de la guionista y directora Mirrah Foulkes. Tiene cierta autenticidad recreando la época, pero la narrativa es tan insulsa, anodina y previsible que lastra el comentario que imprime sobre la injusticia, la sororidad y la violencia doméstica en el entorno heteropatriarcal, representado a modo de parábola a través de las marionetas de cachiporra de tradición inglesa, Punch y Judy. Desde la primera secuencia me doy cuenta de que los dos títeres anuncian la desgracia cotidiana. Cuenta la historia de los marionetistas Judy y Punch, quienes tienen un popular espectáculo de marionetas en el pueblo de Seaside. Judy es una mujer tolerante y alegre, encargada de limpiar el desorden de su esposo; Punch es un hombre talentoso como marionetista e ilusionista, aunque tiene problemas de alcoholismo y es un irresponsable. Un día la existencia de la pareja se pone cuesta abajo cuando sucede una tragedia y Judy, siendo la víctima del daño irreversible, decide vengarse de su marido. Esa trama tan acartonada me la han repetido en tantas ocasiones que no me sorprende para nada ninguna de las acciones de esos personajes que, en efecto, parecen marionetas de plástico en un teatro ambulante que es utilizado por Foulkes para esclarecer temas actuales como el abuso, la opresión patriarcal y la independencia femenina desde la óptica de la feminidad. No le interesa darle profundidad a los personajes. Lo comunica con un simbolismo poco sutil. Las actuaciones de Damon Herriman y Mia Wasikowska me parecen creíbles para lo que describe la fábula, pero cuento con los dedos sus escenas memorables y apenas llego a una. Los personajes que interpretan carecen de fuerza expresiva. Al final, cuando la película termina, siento que he perdido esa cosa tan preciada que llaman tiempo.
Calificación: 4/10
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