Me produce una dejadez enorme todo lo que veo en Tommaso, la película de Abel Ferrara estrenada en el pasado festival de Cannes que protagoniza su usual colaborador, Willem Dafoe. Es un drama de Ferrara con una moderada actuación de Dafoe, rodado con un evidente estilo de documental, pero que en el largo plazo se ve arrastrado por una narrativa tan vacía como las calles de Roma a la medianoche, con un ritmo defectuoso que agota toda mi cuota de impavidez durante dos horas fatigosas en la que no pasa absolutamente nada relevante más allá de la autoindulgencia y los delirios intrínsecos de un artista insufrible. Cuenta la historia de Tommaso, un actor, director y guionista estadounidense que atraviesa una crisis creativa mientras deambula por las calles italianas absorbiendo las ideas de la gente con la que interactúa durante sus largas caminatas con el fin, supongo, de poder completar su trabajo. El argumento me interesa momentáneamente, pero pronto me harto de ver al pobre autor cuidando a su inocente hija, discutiendo con su pareja, caminando por las calles solitarias, asistiendo a reuniones de Alcohólicos Anónimos para rememorar su pasado como adicto, acostándose con un centenar de mujeres imaginarias, bloqueado por las páginas de su guion. Como en muchas otras de sus películas, Ferrara, que evoca un autorretrato de su carrera, utiliza al insípido protagonista para señalar metáforas recónditas sobre los claroscuros de la mente del artista que se crucifica, aparentemente, para complacer a un público insignificante. Su estética emplea diversos mecanismos (cámara en mano, plano subjetivo, campo-contracampo, primer plano, voz en off, desencuadre, sonido diegético, etc.) para amplificar, mediante un realismo austero, la subjetividad y el estado de desrealización de un cineasta que se ve absorbido y encarcelado por unas experiencias personales que resquebrajan los límites entre la realidad y la ficción cuando lo invade la inseguridad y la desilusión. No sé si eso sea algo novedoso, pero lo que observo no me cautiva en lo más mínimo. Es una película rutinaria, carente de pulso, un producto anodino del director neoyorquino.
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Calificación: 4/10
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