No creo de ninguna manera que El viento nos llevará sea una de las obras maestras de Kiarostami, pero no dudo ni por un segundo que se trata de una película espléndida, poética, con una naturalismo que enamora mis sensibilidades en todo momento cuando retrata, con mucha sutileza, las costumbres rurales de un pequeño pueblo iraní. Con una mirada casi documental, captura con mucho entusiasmo las preocupaciones del director sobre la vida, la muerte y el tradicionalismo rural. Los diálogos de su guion, inspirados en algunos poemas de Forugh Farrojzad, evocan poesía y pura filosofía humanista. En la trama, Behzad Dorani junto con otros compañeros, son unos periodistas que se hacen pasar por un ingenieros de producción para visitar una remota aldea kurda en la que intentan documentar los rituales ancestrales relacionados al duelo de unos pueblerinos que anticipan la muerte de una anciana centenaria. Con un ritmo parsimonioso, el viaje catártico de Behzad consigue conmoverme cuando lo observo conversando con los lugareños acerca de sus tradiciones, haciéndose amigo del bondadoso niño Farzad, paseando por las calles de un poblado inhóspito habitado por gente honesta y trabajadora, fotografiando la condición social de la mujer, conduciendo en su camioneta sobre las bucólicas montañas de la región, buscando señal para comunicarse en la cima de un cementerio muy simbólico, siendo testigo ocular de las duras jornadas de trabajo de unos campesinos condenados a preservar su dignidad a cambio del sacrificio, el olvido y el dolor. La estética de Kiarostami encuadra sus experiencias mayormente con el gran plano general, el campo-contracampo, la subjetividad, algunos planos medios, las miradas que se fugan del cuadro, los planos fijos de larga duración, unos reencuadres exquisitos y el habitual uso del sonido diegético de gente que habla fuera de campo y que nunca se ve. Recurre constantemente al color verde para enunciar la esperanza y el renacer de los habitantes. Su aparato narrativo emplea asimismo la elipsis simbólica para abordar las acciones del protagonista de una manera sutil, colocando a ciertos personajes en un espacio inmaterial para representar el estado de espiritualidad y dejadez socioeconómica en que se encuentran, a pesar de que siguen adelante ante la adversidad (metaforizado por el hueso). Como usualmente se aprecia en su cine, hay un comentario sociopolítico muy subterráneo. Y todo me parece muy placentero. Es una película estupenda del director de El sabor de las cerezas.
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Año: 1999
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