Crítica de 'Mank': crónica de un ciudadano de Hollywood

En su primera película en blanco y negro, David Fincher filma su carta de amor a la época dorada del cine de Hollywood a través de la figura del guionista Herman J. Mankiewicz. Escribo un análisis con una explicación sobre su final.


Mank


Herman J. Mankiewicz tuvo un impacto significativo en la historia del cine de Hollywood, pero desgraciadamente los libros solo lo recuerdan como un guionista infravalorado, a pesar de que hay todo un material sobre su vida. Durante sus inicios, fue uno de los guionistas de cabecera de la industria de Hollywood desde finales de los años 20 hasta principios de los años 40, llegando a escribir guiones de películas de los grandes estudios. Era un guionista ingenioso. A menudo se le pedía que revisara los guiones de otros guionistas, por lo tanto muchas veces no recibía acreditación por sus trabajos y permanecía en una especie de anonimato. Sus guiones presentaban un estilo de escritura afilada y satírica que creaban escenas cargadas de diálogos hábiles y un humor sardónico. También era productor y crítico de teatro. Pero su reputación no era la más adecuada. Cuentan que su alcoholismo y su adicción a los juegos de apuesta alcanzaban niveles legendarios. Era propenso a los escándalos y las discusiones políticas. Y era habitual verlo de vacaciones por numerosas clínicas de desintoxicación. En 1942, recibió el premio de la Academia al Mejor Guion Original por Ciudadano Kane, logro que compartió con Orson Welles. Mucho se ha hablado de esa colaboración, hasta el punto en que se especula que la autoría del guion fue totalmente una idea suya, partiendo de las anotaciones que le suministró el propio Welles.

La nueva película de David Fincher, Mank, es un drama biográfico que precisamente examina la efigie Mankiewicz y recoge la controversia que rodea la autoría del guion de Ciudadano Kane, así como también refleja la manera en que el dominio de Hollywood manipula y abusa de la creatividad de los guionistas para servir asuntos políticos. Es la primera que filma en blanco y negro. Y cuenta con un guión escrito por su padre, Jack Fincher. Originalmente estaba pautada para estrenarse a finales de los 90, pero el proyecto se vio estancado porque el estudio no estaba de acuerdo con sus preferencias. Su estreno se produjo en la plataforma de streaming de Netflix, donde la vi con cierto entusiasmo pensando en que se trataría de una de las mejores del año. A decir verdad, visualmente evoca la estética de una película clásica de Hollywood de los años 30 y 40, además de tener una moderada actuación de Gary Oldman, pero creo que es una decepción rotunda y algo irregular de un director tan meticuloso. Agradezco infinitamente que se vea tan estilizada y deslumbrante, pero pese a todo me parece que la falta de fuerza y de emotividad se hace evidente a lo largo de un metraje de dos horas cuando narra la odisea artificiosa del alcoholizado y errático guionista hollywoodense.

Lily Collins y Gary Oldman. Imagen de Netflix.


El preámbulo se ambienta en 1940 y muestra a Herman J. Mankiewicz (Gary Oldman) cuando recibe una llamada telefónica de Orson Welles (Tom Burke) mientras se halla en un rancho de huéspedes en Victorville, postrado en una cama con una pierna enyesada tras un accidente automovilístico. En medio de la conversación, Welles, quien tiene total libertad creativa para su primera película en la RKO y lo ha contratado para escribir el guion de la película, le comenta algunos consejos para motivarlo a que escriba lo más rápido que pueda a fin de iniciar el rodaje. A su lado se encuentra una criada alemana, Fräulein Frieda (Monika Gossmann), y su fiel secretaria, Rita Alexander (Lily Collins), quien lo atiende en la medida de lo posible escribiendo el guion que este le dicta en unas notas y rápidamente se entera de que el protagonista comparte ciertas similitudes con el magnate de los medios, William Randolph Hearst (Charles Dance). En ese refugio utiliza el aislamiento, los recuerdos y el alcohol como fuente de inspiración mientras tiene las visitas frecuentes del productor John Houseman (Sam Troughton) para supervisar el borrador y las llamadas telefónicas de Welles.


Amanda Seyfried y Gary Oldman. Fotograma de Netflix.


Con un montaje liviano de Kirk Baxter, la estructura narrativa de la película construye el estudio del personaje a través de dos líneas de tiempo que convergen paralelamente entre el pasado y el presente para mostrar las causas y los efectos que justifican las acciones y la conducta de este cuando escribe las páginas del guión. La cronología parte de un minimalismo que se reduce a lo no lineal. La primera se ubica en el transcurso de unas cuantas semanas cuando Mank le dicta la nomenclatura del guion a Rita y se recupera del infortunio, es visitado asiduamente por un Houseman que piensa que el guion puede resultar complicado para el público por la densidad y la no linealidad, los paralelismos que nota Rita sobre los personajes de su guión y la gente que conoce, su hermano Joseph L. Mankiewicz (Tom Pelphrey) le advierte por teléfono de las consecuencias de escribir un guión sobre la vida de Hearst, las constantes presiones de Houseman y Welles para que reduzca el tiempo de finalización del documento, la visita de su amiga Marion Davies (Amanda Seyfried) para pedirle que deshaga lo que ha escrito en el guion, el alcoholismo descarriado que lo instala al borde de una sobredosis que le produce placer efímero.

La segunda ofrece un panorama de la época dorada de Hollywood durante los años 30 cuando Herman se codea con el círculo de Hearst, un club selecto de la élite de Hollywood conformada por gente poderosa como Louis B. Mayer (Arliss Howard), Irving G. Thalberg (Ferdinand Kingsley), Marion Davies y William Randolph Hearst. Pero antes de que eso suceda, se presenta el origen de su llegada. Las escenas retrospectivas incluyen un paseo por los estudios de la Paramount en 1930 en el que Herman y unos guionistas discuten una película con David O. Selznick (Toby Leonard Moore) y Josef von Sternberg, la visita de un resacado Mank a un plató en San Simeón donde conoce por primera vez a Davies y a Hearst, los paseos de Herman y Joseph cuando empiezan a trabajar como guionistas para Mayer en la MGM, la fiesta de cumpleaños de Mayer en el Hearst Castle donde los peces gordos de Hollywood conversan sobre la Alemania Nazi de Hitler y las políticas de Upton Sinclair, la activa propaganda de difamación de los ejecutivos de los estudios para desestabilizar la campaña progresista de Sinclair como gobernador de California, la celebración nocturna de la MGM el día de las elecciones en el club nocturno Trocadero donde Mank se percata de las tendencias políticas que de algún modo detesta, el suicidio de su amigo Shelly Metcalf luego de ser forzado a proyectar películas de propaganda en contra de Sinclair (al cual apoyaba), el funeral de Thalberg.


Amanda Seyfried como Marion Davies. Foto de Netflix.


Fincher, además de interesarse por esos períodos específicos de la historia de Hollywood y por la forma de hacer cine en aquel entonces, recurre a la persona de Herman Mankiewicz con el único propósito, supongo, de elaborar un revisionismo histórico sobre la silueta del guionista a través de temas como el poder, el vilipendio y la hipocresía. No solo presenta a Mank como un guionista alcohólico que disfruta ganarse la vida escribiendo guiones desde el ostracismo, sino más bien como un individuo cínico y rebelde que reconoce la otra cara de la industria cuando descubre, discretamente, que la manipulación, el control y la desestimación son herramientas utilizadas por los magnates más poderosos de la industria para desechar la moral de los adversarios que se oponen a los intereses más oscuros en la esfera social, política y económica estadounidense. Su protagonista muestra un gran desprecio por la autoridad y los abusos del sistema hollywoodense que lo excluye cuando este recuerda el pasado y manifiesta su crítica para desahogarse por medio del guión que escribe tendido en la cama. Es, juiciosamente, un hombre que representa a los de abajo. 


Gary Oldman, Arliss Howard y Tom Pelphrey. Imagen de Netflix.


Fincher lo amplifica, con mayor alcance, en la escena climática de la cena en la que un Herman ebrio irrumpe, sin ser invitado, en una festividad de disfraces en el Castillo Hearst en San Simeón, donde lanza un discurso que ofende directamente a Mayer, a Hearst, a Davies y a todos los invitados en la mesa, quizá por la forma tan desfavorable en que manejaron los resultados de las elecciones y por la corrupción disfrazada de hedonismo. Cuando Mank expresa su descontento con una diatriba repleta de metáforas sobre Don Quijote y hasta se refiere a Davies como una marioneta, consigue que un enfurecido Hearst lo expulse para siempre de la prestigiosa sociedad debido a su borrachera perpetua y sus peroratas políticas. El juego de miradas que hay en esa escena desata una tensión fincheriana implacable. Sin duda, es la mejor de toda su película. Y es el catalizador que maneja para sintetizar, cerca del final, la disputa entre Mank y Welles que desembocan en su aceptación del crédito sobre el guion de ‘Ciudadano Kane’, en la que el guionista resacado sale a la luz para dignificar su carrera, exigiendo el crédito como una señal de triunfo frente a una figura maquiavélica. 


Gary Oldman como Mank. Imagen de Netflix.

Aunque no se parece físicamente, la interpretación de Oldman, como mucho, me parece plausible y un poco dúctil cuando interpreta al guionista embriagado que combate la preponderancia de Hollywood con la retórica. Creo que ha tenido mejores actuaciones que esta. Su gestualidad me convence mínimamente cuando hace de borracho, camina por los estudios de Hollywood y dialoga con sus colegas con un cinismo calculado. Casi no hay pujanza cuando transmite la naturaleza errante y autodestructiva de Mank, pero sin lugar a dudas se deja ver. Da igual que se halle tirado en la cama con una pierna lesionada. Aunque según los rumores, Fincher, como es asiduo, lo obligó a rodar más de 100 tomas en la escena de la cena. Ni siquiera me quiero imaginar las otras. Se nota cansado en algunas escenas, diametralmente alejado del tono, la expresividad y la emoción que usualmente alcanza con sus papeles. Por suerte, está acompañado por roles secundarios cautivadores de Seyfried como la rubia de oro del imperio Hearst y de Arliss Howard como el despistado y arrogante señor Mayer.

 

Arliss Howard y Charles Dance. Fotograma de Netflix.


A mi parecer lo más destacado es esa estética de Fincher que logra que la película se vea y se escuche como uno de los clásicos del cine de Hollywood de los años 40. En su puesta en escena predomina un formalismo que, apoyado de una fotografía monocromática de Erik Messerschmidt, suaviza la imagen aprovechando un práctico uso de blanco y negro, la iluminación artificial, los travellings frontales, el gran plano general que captura los inmensos espacios exteriores e interiores de los lugares exóticos de los estudios de Hollywood. Sitúa, durante la escenas retrospectivas, fundidos a negro que sutilmente señalan el paso del tiempo, pequeños gránulos que ensucian la resolución, los cambios de carretes, las famosas quemaduras de cigarrillo de celuloide en una esquina de la pantalla y unos intertítulos que rememoran en todo momento, a modo de apertura, los encabezados de escena de un guion. También obtiene el efecto sonoro deseado con una apropiada banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross, quienes emplean música de la época y una mezcla de sonido monoaural similar al de las películas clásicas, en la que la música, los diálogos y los ruidos se ejecutan en una sola pista de audio. Y adorna cada rincón del encuadre con atrezos, vestuarios y una dirección de arte esplendorosa que se preocupa hasta por el más mínimo detalle de los decorados. La manera en que reproduce el período es, para mis ojos, auténtica y verdaderamente impresionante. 


Gary Oldman como Herman Mankiewicz. Imagen de Netflix.

Desafortunadamente, ni siquiera eso puede impedir que como película contenga algo revelador o remotamente sorpresivo con la historia del guionista borracho que se enfrenta al poderío de Hollywood. La mayoría de las escenas lucen un poco redundantes cuando se limitan a los paseos de Mank por los interiores de los estudios o de su casa en Victorville cuando escribe el guión para Welles. En el fondo, relata la simple historia de cómo Mank se obsesiona con Davies y Hearst mientras su resentimiento por la industria que lo traiciona lo motiva a escribir un guión como objeto de venganza, amontonando las crónicas que conoce de ellos para desenmascarar sus vicios y sus miserias. Tan sencillo como eso. Algunos de los pasajes de Mank son tan irrelevantes como insustanciales. Y los encuentros que tiene con Houseman, Joseph, Lederer y Welles se vuelven hasta innecesarios, momento en que la polémica del guion de Ciudadano Kane pasa a un segundo plano y yo, invadido por el aburrimiento y el desinterés, pienso que el mercadeo de la película me ha engañado. Es uno de los filmes más tibios de Fincher.


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Ficha técnica
Título original: Mank
Año: 2020
Duración: 2 hr 12 min
País: Estados Unidos
Director: David Fincher
Guión: Jack Fincher
Música: Trent Reznor, Atticus Ross
Fotografía: Erik Messerschmidt 
Reparto: Gary Oldman, Amanda Seyfried, Arliss Howard, Charles Dance, Tom Burke
Calificación: 6/10


Tráiler de la película


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