El cineasta de la Escuela de Berlín colabora nuevamente con Paula Beer y Franz Rogowski para presentar un melodrama que traslada el mito de Ondina a la modernidad alemana.
Yo no conocía a fondo la leyenda de Ondina hasta que mi curiosidad por los mitos me llevó a leer un poco sobre ella. Es una figura folclórica de una vieja leyenda alsaciana. Su origen se remonta a la época del renacimiento, en los tiempos en que Paracelso asignaba el término al elemento del agua, pero no fue sino hasta el romanticismo en que algunos escritores alemanes empezaron a embellecer sus obras literarias transformándolas en ninfas de agua, sumergidas en una desdicha irreparable. Según la leyenda, Ondina es una mujer subacuática que suele habitar los manantiales de los bosques esperando enamorarse de un hombre para obtener un alma humana que le conceda la mortalidad, aunque cuando lo consigue recibe una maldición que la castiga condenándola a perder a su amante por una infidelidad. El mito, como tal, pocas veces se ha llevado al cine, a pesar de que se encuentran muchos rastros derivados y similitudes compartidas con las historias de sirenas. Sin embargo, recientemente pude ver una película alemana que, a modo de metáfora, traslada el mito a la contemporaneidad con un resultado tan audaz como emotivo.
Ondina. Un amor para siempre, la nueva película del director alemán Christian Petzold, toma prestada a la heroína fabulesca para presentar algo novedoso que me pone a pensar y me impresiona moderadamente. El guion lo escribe Petzold. Y está protagonizada por los nuevos usuales del director, Paula Beer y Franz Rogowski, dos jóvenes promesas del cine europeo contemporáneo. Se estrenó este año en el Festival Internacional de Cine de Berlín, donde su estrella, Beer, consiguió el Oso de Plata a la mejor actriz. No es que se trate necesariamente de una especie de secuela espiritual de Tránsito, esa ucronía estupenda y dualística de Petzold sobre el amor atemporal y la inmigración generacional estrenada hace dos años. Pero es a través de ellos que Petzold, apoyado de una estética meticulosa y de metáforas tan volubles como el agua, aborda el mito de una ninfa urbana llamada como las ondinas románticas, con la finalidad, supongo, de dialogar sobre cuestiones relacionadas al pasado sociopolítico de Alemania por medio del vínculo amoroso de una pareja.
La historia de Undine (Paula Beer), como se llama nuestra dama, comienza cuando está sentada en un café situado en Berlín, con el rostro desilusionado, mientras discute con su novio, Johannes (Jacob Matschenz). La conversación termina en la disolución de la relación. Su prometido la abandona para irse con otra. Decepcionada por el hecho de que Johannes rompió su promesa de amarla para siempre, corre hacia su trabajo como historiadora y guía turística en el Departamento de Urbanismo del Ayuntamiento, en el cual suele impartir conferencias sobre el desarrollo histórico y urbano de Berlín frente a unas maquetas de la ciudad que exhiben los edificios construidos antes de los años 90 en color blanco y los posteriores en color marrón. Los prototipos también contienen una dicotomía entre el Berlín Occidental y el Berlín Oriental. Unos breves planos subjetivos dan la sensación de que alguien la observa desde lejos. Durante el recorrido, en un discreto pero efectivo plano-contraplano, un acercamiento rápido a un primerísimo primer plano refleja su estado de decepción cuando una turista le señala el sitio en la maqueta donde recién ocurrió su ruptura amorosa. Ella trata de olvidar, pero no puede.
La vida del personaje da un giro inesperado cuando se encuentra con Christoph (Franz Rogowski) en los interiores del bar en el que entra a buscar a Johannes. Christoph es un buzo industrial que labora bajo el agua en una presa. Justo en el momento en que ella observa a la figura de un buzo en una pecera, Christoph se introduce cordialmente para felicitarla por la exposición. Se miran discretamente. A ella se le cae el celular al piso. Christoph lo recoge y se lo entrega. Como ella no dice nada, él se va tímidamente, pero tropieza accidentalmente con vitrina. La vibración generada por el golpe causa que la pecera se resquebraje. Ella se percata de que la pecera amenaza con romperse frente a Christoph y rápidamente lo salva. Parte del local queda inundado, aunque ambos terminan en el piso empapados y rodeados de peces. Los dos se miran apasionadamente. Y él la ayuda a remover los pequeños pedazos de vidrio incrustados en su abdomen. La atracción es recíproca. La escena simboliza, sutilmente, la catarsis emocional de Undine y el nuevo amor que golpea su vida tan duro como las olas de una playa.
A partir de esa escena específica, la estética de Petzold utiliza herramientas que le permiten ampliar el amorío entre Undine y Christoph, usualmente valiéndose de un riguroso control de la elipsis y de los colores, además de un simbolismo que saca de los fondos al mito de Ondina. Lo exterioriza, primero, cuando Christoph trabaja con su traje de buzo realizando tareas de reparaciones debajo del agua y tiene un encuentro cercano con un pez siluro que lo mira fijamente (clara alegoría de que el pez es Undine). Luego extiende la elipsis en cada una de las escenas en la que se reúnen para subrayar significados que predicen cosas como la adversidad, la muerte y la felicidad efímera, como en la que Undine bucea agarrada de un siluro casi muere ahogada (preludio de que será iluminada por las profundidades del agua), el tren pintado de rojo que augura la pasión y el peligro que se avecina, el color negro mortuorio en el vestuario de Undine que comunica el agonía, los trenes que colisionan para metaforizar el lazo conyugal, el juguete del buzo que se rompe al caer al suelo para enunciar el infortunio de Christoph, el intento de Undine para reparar con pegamento la pierna rota del muñeco (estampando la privación que está dispuesta a pagar para salvar a su amado), la copa de vino tinto derramada sobre la pared que interrumpe el instante de pasión entre Undine y Christoph. También el primer plano, el plano subjetivo que robustece las miradas desde lejos y la música extradiegética compuesta mayormente con un leitmotiv del adagio de Bach.
A mí en un principio me parece muy apresurada la manera en que Petzold emplea los mecanismos habituales del melodrama para establecer el idilio entre Undine y Christoph, pero aun así me cautiva verlos cuando se abrazan cariñosamente en la estación del tren, disfrutan desnudos de la calidez de sus cuerpos arropados en un océano de sábanas, bucean a merced de la oscuridad para hallar en la laguna el cofre perdido del amor naciente, conversan sobre el diseño arquitectónico de Berlín. Todo es placentero, mesurado, fabulesco.
La narrativa alcanza un punto de giro en la escena en que Undine y Christoph, encuadrados con un meticuloso travelling, caminan abrazados por las calles y cruzan por al lado con Johannes y su pareja, a quien Undine observa disimuladamente. Eso da por iniciada la hecatombe. Como Johannes es un manipulador, intenta reconciliarse con Undine, pero esta lo rechaza al darse cuenta de sus verdaderas intenciones. Fuera de campo, Christoph conversa por teléfono con Undine y manifiesta los celos que paulatinamente debilitan la unión. Al día siguiente, Undine se entera de que Christoph queda en coma tras sufrir un accidente debajo del agua en el casi pierde la pierna. Furiosa y desilusionada, Undine se venga del antiguo amante ahogándolo en una piscina como si estuviera invadida por le espíritu de una ondina, culpándolo por ser el responsable de su angustia. Derrotada por la desasosiego, Undine recurre al suicidio como acto de penitencia, condenada a morir en las profundidades del lago. Y su simbólico sacrificio marítimo le devuelve la vida a Christoph.
En la superficie uno pensaría que se trata solamente de un romance entre dos personas y de las vicisitudes que atraviesan para fortificar su conexión, pero la estructura de la película contiene dos capas de lectura que se superponen una encima de la otra y añaden cierta complejidad a la sencillez del relato. La primera modela una revisión invertida de una de las tantas versiones del mito de la tragedia de Ondina para señalar el dualismo inseparable que hay entre el amor y la muerte. Esto es más que visible cuando la protagonista fallece pensando que su cónyuge ha fallecido, aunque una ligera adición de realismo mágico pondera que, en efecto, sus acciones le devuelven la inmortalidad. La segunda, elabora un comentario social y político muy subterráneo sobre la historia de los dos bloques de Alemania (Alemania del Este y Alemania del Oeste). Undine representa la primera y Christoph la segunda. La sobreimpresión de la arquitectura berlinesa sobre sus rostros corroboran la parábola. Para Petzold, ellos dos son Berlín. La intertextualidad es evidente. Y su atadura evidencia las contrariedades que atravesaron las dos facciones para lograr un estado reunificado, olvidando el trágico pasado y siguiendo unidos hasta una eternidad incierta, expresado quizá con mayor rigor en la climática y onírica secuencia en la que Christoph sigue con su vida, espera ser padre e, invadido por la desilusión de no tener a Undine a su lado, piensa suicidarse en el río, pero en un gesto noble, Undine, transformada ya en una sirena fantasmagórica que vive en el río, lo rescata para que este sea feliz por el resto de sus días. Un primer plano encuadra detenidamente la forma en la que se toman de las manos antes de la despedida, bajo un colorización azul que acentúa el equilibrio.
No esperaba llevarme una sorpresa, pero esta película me hace pasar un rato muy agradable con la fábula moderna de la ondina de agua dulce apaleada por la malaventuranza. A decir verdad funciona plácidamente por esa química maravillosa que hay entre Beer y Rogowski y por ese planteamiento figurativo sobre los dilemas del amor. Cuando ellos están juntos, se dibuja una sonrisa en mi cara que me sumerge en sus problemas. Su emparejamiento a las órdenes de Petzold parece algo sacado de un cuento de hadas. Desconozco si algún día volverán a colaborar juntos, pero espero que sí. Mi regocijo se incrementa hasta que se funde a negro. Es un film poético, onírico y muy conmovedor de ese cineasta de cabecera de la Escuela de Berlín.
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Ficha técnica
Título original: Undine
Año: 2020
Duración: 1 hr 29 min
País: Alemania
Director: Christian Petzold
Guión: Christian Petzold
Música:
Fotografía: Hans Fromm
Reparto: Paula Beer, Franz Rogowski, Maryam Zaree, Jacob Matschenz,
Calificación: 7/10
Título original: Undine
Año: 2020
Duración: 1 hr 29 min
País: Alemania
Director: Christian Petzold
Guión: Christian Petzold
Música:
Fotografía: Hans Fromm
Reparto: Paula Beer, Franz Rogowski, Maryam Zaree, Jacob Matschenz,
Calificación: 7/10
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