En muchas ocasiones, a lo largo de mi trayectoria cinéfila, desaproveché la oportunidad de ver La edad de oro, de Luis Buñuel, pero recientemente he tenido la dicha de saldar la deuda al tener en mis manos una copia en excelentes condiciones de la edición restaurada. Es la segunda película y el primer largometraje de Buñuel como director, así como la tercera película sonora en la historia del cine francés. Como película experimental de corte surrealista me ha encantado, aunque no necesariamente concuerdo en que se trate de una obra maestra. Cuentan que Buñuel, que al momento de terminarla formaba parte ya del movimiento surrealista de París, recibió duras críticas de diversos sectores conservadores, hasta el punto en que los productores se vieron obligados a retirar la distribución. Estuvo prohibida durante casi 50 años porque el material que presenta, para la época, era moralmente inconcebible. Y entiendo por qué. Escrita con un guión de Buñuel y Salvador Dalí, utiliza una historia de amor entre un hombre y una mujer que no se pueden unir para ilustrar, mediante un collage de episodios surrealistas muy satíricos, una crítica demoledora a la vacuidad de la burguesía, la putrefacción institucional de los sistemas religiosos católicos y las periferias de las normas sociales establecidas, en una sociedad decadente que, aparentemente, se refugia en la locura para escapar de las trampas de la vida moderna. Todo luce absurdo, onírico, eminentemente poético y surrealista, construido con un ritmo muy placentero que se preserva durante una hora mágica. Hay secuencias que me hacen reír y también me colocan en un estado meditabundo con las viñetas surrealistas que esconden diversas capas de significados, como la del documental de los escorpiones que anuncia la ruptura amorosa de la pareja, los maltratados bandidos que tropiezan con la miseria, los obispos que mueren cantando el Dies Irae hasta convertirse en esqueletos, los amantes que hacen el amor tirados en el fango frente a una muchedumbre burguesa que hipócritamente reprocha la sexualidad, las fantasías sexuales del hombre capturado por las autoridades que sueña con masturbar a su novia tras ver el cartel de unas piernas femeninas en forma de vagina, una vaca lechera acostada en una cama, la fiesta en la mansión de unos aristócratas abúlicos con moscas en el rostro, unos campesinos montados en una carreta que pasan por la sala bebiendo vino, un niño pequeño asesinado a quemarropa por un guardabosques, los cónyuges que reaniman su pasión frente a estatuas de mármol en medio de un alboroto que amenaza con separarlos a cambio de felaciones, adulterio, sangre, vejez y vesania. Se trata de la simple historia de dos amantes que se rebelan ante la imposibilidad de amarse por una sociedad que cercena sus conductas morales. Las actuaciones de Gaston Modot y Lya Lys me parecen muy atrayentes cuando recurren a su gestualidad y al histrionismo para comunicar la frustración, los deseos y los estímulos repulsivos producidos por la represión moral y social. Son encuadrados por una estética en la que Buñuel emplea, ocasionalmente, la atemporalidad espacial del relato con falsos raccords, la elipsis para sustituir los sentimientos sexuales reprimidos que se manifiestan como violencia, la sobreimpresión que asocia la necesidad de amar con la defecación, el sobreencuadre que señala la imposibilidad de libertad, los intertítulos mudos que describen fuera de campo las acciones más depravadas, los grandes planos generales que encuadran las multitudes, la voz en off que evoca los pensamientos ocultos de los amantes; el sonido diegético que sintetiza los ruidos y los diálogos. Tiene asimismo una banda sonora muy melodiosa de Armand Bernard. Pocas cosas se salen de lugar. Me parece una película formalista, de vanguardia, con una plasticidad rigurosa, una obra muy provocativa de ese eterno director de Un perro andaluz.
Título original: The Golden Age (L'Âge d'or)
0 comments:
Publicar un comentario