Luego de ver Sin techo ni ley, de Agnès Varda, regresa a mi mente algo que siempre he pensado: detrás de cada vagabundo hay toda una historia por contar. Es algo que percibo de inmediato con la historia de una vagabunda que anda a la deriva en una región vinícola durante el invierno francés, desplazándose como el viento de un lugar a otro, libre de responsabilidades, alejada de las normas sociales opresivas y acercándose a una libertad efímera. En la apertura esa hippie errante, llamada Mona, es encontrada muerta en una zanja por unos hombres, aparentemente por causa del frío. No se sabe nada de ella. Pero como si se tratara de un documental, sus últimos meses de vida son contados a través de varios testimonios de gente que se encontró con ella en la calles. La cámara se transforma en investigador. Las escenas retrospectivas me permiten conocer el alma rebelde de Mona cuando se topa con transeúntes oportunistas, mujeres que se solidarizan con ella dándole techo y comida, campesinos que le ofrecen trabajo, extranjeros bondadosos, drogadictos, antisociales, la condición humana que la hace cuestionar si su viaje de emancipación vale la pena. Como protagonista es una mujer terca, independiente, con un carácter fuerte, de aspecto descuidado, vestida con una ropa sucia, viviendo en la miseria mientras transita por los bosques y las carreteras solitarias. La estructura es episódica, no lineal, como recuerdos fragmentados. Ni siquiera hay trama. Varda prefiere encapsular los momentos de esa vida por medio de los recuerdos de terceros. Y su estética es eficaz. Encuadra las acciones de Mona con planos generales que la diluyen para señalar su soledad, travellings sutiles que capturan la belleza campestre, el ritmo parsimonioso, el color verde sobre su atuendo que simboliza su renacer, el rojo que enuncia la imposibilidad de escapar y el peligro de quedarse. Los diálogos evocan filosofía. También son notables los personajes que rompen la cuarta pared para referirse a ella. Con el comportamiento nihilista de esa protagonista sometida al azar, Varda, apoyada de un estilo austero y realista, elabora un tratado feminista muy profundo sobre la libertad de la mujer y la manera en que esta es percibida por ciertos círculos sociales. Nada de eso fuera posible, supongo, sin esa actuación estupenda de Sandrine Bonnaire que transmite de forma muy orgánica el miedo, la infelicidad y la incertidumbre. Ella es el espíritu de esta poética película de la directora de Cleo de 5 a 7.
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Título original: Sans toit ni loi
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