Aunque tiene un arranque interesante que me atrapa enseguida,
El soborno, de John Cromwell, es una película de cine negro que, antes de que pase una hora, me quita todo el interés con su trama mecánica, los clichés y el repertorio de personajes dúctiles del cine policial. Se trata de un remake de la película criminal muda del mismo título de Milestone. La produce Howard Hughes. El argumento narra la historia de Nick Scanlon, un mafioso que utiliza el soborno como un recurso lucrativo para comprar a los políticos y las fuerzas del orden. Sin embargo, sus días quedan contados cuando ordena el asesinato de un peón para que no hable de los negocios turbios que tiene con empresarios y políticos corruptos. El incidente lo pone en la mira de Tom McQuigg, un veterano detective de la policía estatal que, junto al policía honesto Bob Johnson y el reportero Dave Ames, investiga el caso en ese distrito para ponerle fin al imperio del crimen que oscurece las calles de la ciudad y corrompe a los fiscales y los políticos. El problema que tengo con esa narrativa es la abundancia de subtramas innecesarias y de personajes genéricos que solo sirven para motorizar la trama con un desarrollo que, cuanto mucho, es escaso. Su estructura carece de un ritmo que sea placentero durante hora y media, rápidamente pierde cohesión en la segunda mitad. Y todo se reduce a una cacería predecible entre los policías y los ladrones en la que abundan los tiroteos, las conversaciones, la corrupción, los asesinatos, las mujeres fatales de los clubes nocturnos, sin nada de fuerza o de algo que sea remotamente sorpresivo en las escenas de acción. Las actuaciones son algo triviales y, desafortunadamente, percibo una sequía de carisma en la presencia de Robert Mitchum como el policía incorruptible y en la de Lizabeth Scott como la cantante fatalista, pero reconozco que Robert Ryan me resulta convincente como ese gánster impulsivo y megalómano que abusa del poder para hacer lo que desea, al igual que William Talman como el policía íntegro en el llamado del deber. A juzgar por el grupo de directores sin acreditar, me da la impresión de que hubo muchos problemas para satisfacer a Hughes en el plató. Se nota claramente que es un film accidentado, realizado a desganas. Es una película de cine negro muy plana sobre la corrupción política y la ética policial.
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Calificación: 5/10
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