Mi fascinación por las historias de bandoleros del viejo oeste de Australia, me ha obligado a ver
La verdadera historia de Ned Kelly, película del director australiano Justin Kurzel que actualiza la leyenda de Ned Kelly, el famoso bushranger australiano que se convirtió en una especie de héroe folclórico por su desafío a las autoridades coloniales. Está basada en la novela del mismo título de Peter Carey. Mis expectativas estaban por lo alto. Pero ahora me arrepiento de haberla visto. Así como lo demuestra en su versión de
Macbeth, Kurzel ejecuta la película con un notable estilo visual, pero su narrativa me resulta demoledoramente aburrida retratando los costados oscuros de la carrera delictiva de Kelly, con unos personajes tan vacíos como una pistola descargada. Se ambienta a finales del siglo XIX en Australia y narra, con un prolongado racconto y la voz en off que describe los sucesos como en un diario de confesión, la vida del bandido Ned Kelly en dos períodos fundamentales. En una primera etapa se le muestra como un niño valiente y compasivo que vive en la extrema pobreza con su madre y sus tres hermanitos pequeños mientras conoce al sargento O'Neill y es entrenado por el forajido Harry Power. En la segunda, adquiere una dimensión oscura y paranoica cuando un adulto Ned Kelly regresa a su casa, forma una pandilla de pistoleros travestís y comete crímenes como un bandido que desciende hacia el abismo de la locura. Cuando pasa media hora me deja de importar las acciones del protagonista y su herencia criminal, la crueldad con la que asesina, los tiroteos en los bosques, la dura existencia de la familia azotada por la pobreza y el hambre, los coloquios en burdeles de prostitutas, los líos gordos que tiene con los agentes de la ley. Pierde ritmo a la velocidad de un disparo, y el desarrollo de los personajes se mantiene en la superficie. Ni siquiera me causa algún tipo de sorpresa el fantasmagórico enfrentamiento con la policía en Glenrowan en el que Kelly los combate a tiro limpio vistiendo una armadura. El color rojo sobre su vestuario registra el peligro, la violencia y anticipa el ahorcamiento en los pasillos de la cárcel. Se sustenta por una actuación decente de George MacKay como el forajido de la armadura oxidada. Pero eso no impide que el resultado sea mecánico y, en el peor de los casos, muy redundante.
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Calificación: 4/10
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