El debut de la directora británica Emerald Fennell es un cuento anodino de venganza feminista que condena la agresión y el sexismo. Mi análisis cubre en resumen una explicación de su final.
Es con esa premisa que esta película marca el debut de la directora inglesa Emerald Fennell. Por la aclamación que ha recibido desde su estreno en el festival de cine de Sundance y hasta por el show mediático que ha desatado recientemente por la cultura de la cancelación, que exigía la renuncia de un comentarista de una popular revista estadounidense, la veo pensando en que se trata de una cinta reveladora. Pero a la media hora, cuando me asalta una abulia en forma da dardo tranquilizante, me doy cuenta de que estaba equivocado. Es cierto que tiene una actuación provocativa de Carey Mulligan, así como un comentario social relevante para estos tiempos, pero a mi parecer es una comedia negra de suspenso algo pretenciosa que carece de pujanza con su cuento de venganza feminista. Su narrativa blanda es tan resbaladiza como el pintalabios de mujer en el cristal de un baño cuando presenta, mayormente a través de la elipsis y del fuera de campo, la trayectoria delictiva de esa sociópata que utiliza su feminidad como acto de venganza contra el género masculino.
La protagonista es Cassie Thomas (Carey Mulligan), una mujer de 30 años que vive con sus padres y trabaja de día atendiendo a clientes en una cafetería. Su personalidad es fría, perspicaz, reservada, que suelta cinismo con cada palabra que sale de su boca. Se muestra segura de sí misma y es afable solo con sus seres cercanos. Sin embargo, tiene una doble vida que manifiesta de noche, como una especie de vigilante rubia, donde se la pasa visitando los clubes nocturnos y finge estar embriagada con el propósito de denunciar y corregir la conductas inapropiadas de los hombres una vez que se la llevan a la casa para intentar seducirla por la fuerza. Su modus operandi se basa en asustar o, en el peor de los casos, castrar con una tijera a los hombres que se aprovechen de su intoxicación aparente para tener sexo con ella. Pero es precavida para que no sigan sus rastros. Usualmente esconde su identidad usando nombres falsos y se viste con atuendos exóticos. Tampoco es una asesina como lo aparenta, aunque registra el nombre de cada una de sus víctimas en un diario. Los nombres en rojo son los heridos de gravedad y los azules son los que se salvan del susto. Uno de los que perdona es Neil (Christopher Mintz-Plasse), un cocainómano aspirante a escritor al que deja ir por defender la feminidad, y, el otro es Ryan Cooper (Bo Burnham), un doctor y antiguo colega de la escuela de medicina por el que se siente atraída enormemente y la ayuda a olvidar momentáneamente, al verlo como alguien que trata a las mujeres de forma distinta.
Cassie es un personaje que, supongo, exterioriza el cuadro clínico de un trastorno esquizotípico de la personalidad, a pesar de que maneja su cotidianidad con cierta discreción. Esto es visible cuando desarrolla una desconfianza significativa hacia los hombres, una predisposición a los actos violentos, las emociones ambiguas, la soledad que le impide tener amigos, la apariencia inofensiva que oculta sus verdaderas intenciones, el cinismo con el que se expresa, el vestuario estrafalario, las excentricidades que la alejan de los estándares femeninos establecidos, el pensamiento constante de su amiga ausente. El núcleo de su perturbación se originó en el pasado cuando era una estudiante de medicina y fue testigo de cómo su mejor amiga de toda la vida, Nina Fisher, fue violada estando ebria por otro compañero de clase, Al Monroe (Chris Lowell), el cual salió impune por el sistema legal de la facultad. Su amiga, a quien cuidaba en medio del infortunio, luego se suicidó a causa de los traumas ocasionados. El vínculo entre ambas era tan enorme que esa tragedia la marcó para siempre. Esa es la razón por la cual abandonó la universidad para trabajar en una cafetería, además de su apatía y de su fobia a los hombres. Su única motivación es vengarse del indecoroso, pero también de cualquiera haya sido responsable de la violación y muerte de Nina. Para ella, casi todos los hombres son culpables.
Aun con el carácter nihilista y alexitímico que la protagonista modela en la superficie, la trama me quita el interés cuando la veo repetidamente durante varios episodios haciendo de vigilante por las noches para aniquilar a los hombres en las discotecas, teniendo una relación con el médico comprensible e inseguro para darse cuenta de que puede sanar sus heridas afectivas, reuniéndose con gente frívola que solo sirve para que su plan de venganza tenga algún tipo de coherencia, viendo el video filtrado de su amiga transgredida mientras llora lágrimas de rabia e indignación. Como todo sucede desde su punto de vista, todo el entramado narrativo funciona mezclando los dispositivos habituales del thriller de venganza, del drama psicológico y de la comedia romántica, construidos de una manera mecánica y acomodaticia para rellenar su descripción como antiheroína. Tan sencillo como eso. Y me temo que no encuentro nada que me impacte en su camino de violencia y conversaciones banales, sobre todo cuando no tiene ningún problema para salirse con la suya. Sus acciones me resultan anodinas y previsibles.
Con las acciones de la protagonista, Fennell, establece un discurso militantemente feminista en el que la mujer, cansada de los estereotipos sociales asociados a su género, logra el empoderamiento femenino por la vía de la represalia y de la manipulación con el único fin de pagar con la misma moneda y sacar a la luz la impunidad que en ocasiones rodea a la masculinidad tóxica, el sexismo, la agresión sexual y la violencia de género, implícitas en el conjunto de prácticas ejecutadas por el patriarcado normalizado en pro del establecimiento de órdenes sociales en los que las mujeres son oprimidas o discriminadas por su condición. También presenta en las periferias las fallas del sistema judicial y la ineptitud de la policía que no hacen nada para responder al llamado de las víctimas traumatizadas. Su tesis se basa en redimensionar, livianamente, la manera en que la cosificación de la mujer es percibida en la sociedad masculina, aunque a decir verdad eso ya me lo han contado cientos de veces y su conclusión pierde el efecto deseado tan rápido como un café expreso.
Para que el argumento alcance cierta sustancia Fennell, exterioriza a casi todos los personajes varoniles como unos desgraciados que se creen superiores, sexistas sin escrúpulos, misóginos en potencia, agresores orgullosos, aunque para evitar caer en el maniqueísmo coloca en una balanza al personaje de Ryan para comunicar, discretamente, que solo el hombre dócil, tonto e inofensivo es el único que tiene oportunidad de ser perdonado, ya que es como el cónyuge ideal de la mujer fuerte. Y su heroína fatalista, Cassie, es la que se encarga de seleccionar, como la jueza de la misandria, el veredicto moral sobre los hábitos de algunos de ellos, exponiendo sus crueldades y sacrificándose como una mártir para desenmascarar al villano abusivo y pánfilo.
Esto se refleja, primero, con mayor intensidad al inicio de la secuencia climática en la despedida de soltero de Al Monroe, donde Cassie se acerca a la casa de la fiesta para ejecutar la tan esperada venganza, vestida con un uniforme blanco de enfermera y una peluca como si estuviese poseída por el espíritu de Harley Quinn, pretendiendo ser una stripper por encargo a la que todos ven como un objeto sexual. Luego de drogar a los invitados y de esposar a Al en la cama para iniciar su desagravio, desvela su identidad e intenta tatuar el nombre de Nina en el estómago del novio asustado; sin embargo él se libera y, en un giro poco sorpresivo, la sofoca hasta matarla con una almohada, configurando así un breve subtexto del dominio masculino depredador que se resquebraja de inmediato, segundo, por la táctica anticipada de Cassie al enviar durante el epílogo un mensaje programado que envía la verdad a las autoridades y en medio de la boda apresan al homicida, sellando así su sacrificio en nombre de la justicia y el pecado de los mortales, de todas las mujeres que han pasado por lo mismo y, dicho sea de paso, dejando que sus cenizas sean llevadas por el viento hacia el paraíso de las mujeres santificadas en el que espera reunirse con su querida Nina, mientras se escucha de fondo la canción Angel in the Morning, de Juice Newton, para amplificar la metáfora.
Desafortunadamente nada de eso puede impedir que bostece unas cuantas veces durante el metraje o que mire mi reloj compulsivamente para saber cuándo termina la fantasía de venganza de la misionera misándrica al servicio del feminismo. A la cosa le falta ritmo, la tensión es prácticamente nula, y, exceptuando el cómico regreso de McLovin, los personajes secundarios son tan huecos que los olvido tan pronto como ruedan los créditos. Solo destaco, por encima de ese estilo visual pop y artificioso, la actuación de Carey Mulligan que me parece creíble en algunas escenas con la mirada amenazadora y la gestualidad sofisticada que transforma las manías de Cassie. Creo que es una de sus mejores actuaciones, aunque su personaje no tenga la culpa de atravesar los caminos estériles de la narrativa de venganza que hace que su potencial se vea desperdiciado. Es otra de esas películas dúctiles manufacturadas por la iglesia del feminismo posmoderno, de la cual sospecho que la directora es una fiel seguidora.
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Ficha técnica
Título original: Promising Young Woman
Año: 2020
Duración: 1 hr 53 min
País: Estados Unidos
Director: Emerald Fennell
Guión: Emerald Fennell
Música: Anthony B. Willis
Fotografía: Benjamin Kracun
Reparto: Carey Mulligan, Bo Burnham, Alison Brie, Connie Britton, Adam Brody,
Calificación: 5/10
Título original: Promising Young Woman
Año: 2020
Duración: 1 hr 53 min
País: Estados Unidos
Director: Emerald Fennell
Guión: Emerald Fennell
Música: Anthony B. Willis
Fotografía: Benjamin Kracun
Reparto: Carey Mulligan, Bo Burnham, Alison Brie, Connie Britton, Adam Brody,
Calificación: 5/10
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