El cuarto largometraje del director Lee Isaac Chung presenta con mucha sobriedad las dificultades de una familia de inmigrantes surcoreanos en busca del sueño americano. Mi análisis sobre este cubre en resumen una explicación del final.
La minari, conocida en algunas regiones de Corea del Sur como berro coreano, es una planta comestible que crece en forma silvestre con mucha facilidad en zonas húmedas donde abunda el agua dulce, comúnmente en ríos, pantanos y hasta en los estanques. Sus hojas son aromáticas y tienen una vaina que cubre el tallo. Es uno de los ingredientes más populares de la gastronomía coreana, así como de varios países asiáticos. Su sabor es un poco amargo. Y cuentan que luego de agotar su ciclo de vida, se renueva y florece tan fuerte como los rayos del sol en primavera. En el cine no sé cuántas veces me he topado con ella en alguna película surcoreana. Pero recientemente he visto Minari, un drama que emplea a su favor los diversos significados poéticos que puede tener dicha planta para contar, de una manera sutil y contemplativa, la historia de una familia de inmigrantes surcoreanos que anhela conquistar esa cosa llamada sueño americano en una región rural durante la década de los 80, a pesar de que una multitud de dificultades amenaza con despertarlos.
Partiendo de esa premisa, el director estadounidense de origen surcoreano, Lee Isaac Chung, edifica una película intimista y muy emotiva que me mantiene cautivado en todo momento con su cuento sobre la familia, la inmigración y las tradiciones culturales como sinónimo de prosperidad. Tuvo su estreno mundial en el Festival de Cine de Sundance del ominoso 2020, donde ganó el Gran Premio del Jurado y el Premio del Público. También ha sido aclamada en todas partes. A mí por el contrario no me parece una de las mejores del año pasado, como dicen algunos, porque no escapa de lo ordinario. Su argumento se construye con los mecanismos clásicos del drama familiar. Pero sin duda se aleja de la idealización habitual. Y es muy honesta relatando los episodios. Me causa una buena impresión por su autenticidad y sus paisajes bucólicos con aroma a campo en los que observo la dinámica familiar y las costumbres de una familia coreana verdaderamente peculiar, así como por las actuaciones orgánicas de un reparto encabezado por Han Ye-ri y, muy especialmente, por Steven Yeun, quien entrega hasta la fecha una de sus mejores actuaciones en su joven carrera como actor.
Ambientada en plena era de Reagan, me narra la crónica de los Yi, una familia coreano-estadounidense que se acaba de mudar de California a una parcela de tierra recién comprada en una zona rural de Arkansas con la finalidad de escapar de la miseria que experimentaban en Corea. El núcleo está compuesto por el padre y la madre, Jacob (Steven Yeun) y Monica Yi (Han Ye-ri), y también por los hijos pequeños, David (Alan Kim) y Anne (Noel Kate Cho). Viven en un remolque relativamente espacioso, en el epicentro de un vasto campo del que Jacob espera cultivar vegetales para venderlos a los comerciantes del sector agrícola de Dallas y, de ese modo, encontrar el bienestar que tanto promocionan los comerciales estadounidenses de televisión por cable. En su cotidianidad hay instantes felices, pero también los días agridulces en los que nunca faltan las discusiones de pareja, las responsabilidades paternales, la educación de los hijos, las visitas a la iglesia cristiana para ampliar su fe y la ayuda extra para la siembra, cosa que consigue Jacob al contratar a Paul (Will Patton), un indigente local que es fanático religioso y que lo ayuda a cavar un pozo para buscar agua. A su armonía casera también se suma Soon-ja (Youn Yuh-jung), la madre de Mónica y abuela que intenta adaptarse a la vida en los Estados Unidos y vincularse con los niños.
Como extranjeros, la adaptabilidad y el camino a la felicidad de los protagonistas es puesto a prueba con muchas situaciones problemáticas que poco a poco desestabilizan el vínculo que poseen, aunque en medio de la inseguridad y del sufrimiento nunca pierden la esperanza ni la dignidad como inmigrantes coreanos, manteniéndose unidos incluso en los sucesos más difíciles. Cada uno tiene una característica encantadora. Jacob es el padre trabajador, sincero y optimista que ejerce la autoridad para cuidar de su familia, siempre preocupado por lograr sus metas como granjero y por criar a sus hijos con las oportunidades que le brinda el país norteamericano, a veces afectado emocionalmente por la frustración y los duros golpes económicos que lo obligan a tomar los caminos menos éticos para conseguir lo que quiere y satisfacer las necesidades de su familia. Monica es una mujer gentil, indecisa y algo dependiente que deposita toda la confianza en la labor de su esposo y que, como madre, solo anhela educar y proteger a sus hijos. David es un niño despierto y muy travieso que tiene curiosidad por conocer a los demás y aprender cosas interesantes al lado de la abuela. Anne es una jovencita tímida y reservada que atraviesa la mayoría de edad al atestiguar la crisis de sus padres. Soon-ja es la abuela malhablada pero increíblemente afable y comprensiva que funciona de equilibrio emocional al cuidar a los niños y aconsejar a los padres. A pesar de las contrariedades, todos ellos se fortalecen a medida que luchan contra la hipocresía de los pobladores.
Con un guión que extrae fragmentos de las propias experiencia de Chung como inmigrante coreano, la narrativa de la película coloca a los personajes en escenas que reflejan las preocupaciones inmigratorias de una familia coreana en suelo estadounidense. Se exterioriza con unos cuantos golpes de efecto que agrietan la estancia y, a la vez, el carácter dramático del conflicto cetral. Esto es visible en cierta medida en la que Jacob y Monica esconden la desilusión y ocupan sin nada de vergüenza el empleo de aparear polluelos en un criadero en el que todos los empleados son asiáticos, la de la discusión de Jacob y Monica que anuncia la ruptura amorosa frente a sus hijos, la del pozo seco que obliga a Jacob a pagar el agua de una llave del condado, la del intento fallido de Jacob para vender los productos de un comprador de Dallas, la de David cuando se lesiona el pie y es socorrido por la abuela, la del derrame cerebral de la abuela cuando es encontrada inconsciente en el piso por David y Anne.
Sin embargo, no todo lo que ostenta es desencanto y pesadumbre, porque, por otro lado, también hay escenas placenteras que se ejecutan con un buen sentido del humor y una ternura que ilumina a los personajes momentáneamente, como las reuniones familiares en la sala, las conversaciones que tiene la abuela con los niños cuando les enseña a sembrar semillas de minari junto al arroyo, los pintorescos diálogos del extraño Paul cuando carga una cruz sobre sus hombros todos los domingos, el regocijo de los padres al enterarse de la recuperación del inconveniente cardíaco de su hijo, las caminatas que sostienen Jacob y David por las praderas de las lecciones morales. En medio de la desdicha es justo que también se tropiecen con la bonanza.
A mi parecer el relato modesto de esos personajes no solo le sirve a Chung para componer un tratado escueto sobre el significado universal de los vínculos familiares, sino además, un estudio muy honesto sobre la condición socioeconómica de los inmigrantes asiáticos en las comunidades rurales estadounidenses que son pisoteados por la falta de oportunidad, independientemente de la realidad social a la que pertenezcan. Con el dibujo de la familia Yi, desenmascara algunas las mentiras del American Dream sin pretensiones ni estereotipos comunes de Asia, alejándose de idealismos innecesarios, de una forma humana y con los pies en la tierra, presentándola como gente que preserva sus raíces coreanas (nunca se especifica cuál de las dos Corea) y que, por las malas experiencias, es obligada a subsistir por sí misma porque casi todas las personas que conocen, con algunas excepciones notables, carecen de solidaridad, amparándose en la idea de que su independencia y la verdadera fortuna solo se alcanza a base de perseverancia, trabajo duro y confraternidad familiar.
Para ilustrar esa metáfora, Chung recurre a una serie de dispositivos estéticos que adornan la puesta en escena sutilmente durante gran parte del metraje. Están cautelosamente colocados en la composición del encuadre. Uno de ellos es el color rojo, presente en la gorra que porta Jacob sobre su cabeza y en el carro que conduce, el cual funciona para comunicar el valor y la energía con la que asume su rol patriarcal para resguardar a su familia de la incertidumbre segura. Otros, como los símbolos religiosos, están presentes en los interiores de la iglesia, los crucifijos colgados en las paredes y hasta en la cruz pesada que levanta Paul, en una discreta pero efectiva metáfora sobre el poder de la creencia como acto de salvación. Asimismo adopta un enfoque naturalista empleando el gran plano general que captura la belleza del campo, y, además, la soledad de la familia. En la secuencia del incendio en el granero, provocado accidentalmente por la anciana, utiliza el simbolismo del fuego para acentuar la destrucción del infortunio que los abruma desde el pasado y la eventual regeneración como familia. Tiempo después, la catarsis se presenta espléndidamente en la secuencia climática, en la que Jacob y David se dirigen al arroyo para cosechar las minari de un color verde esperanzador que, irónicamente, crecen en abundancia en el lugar menos esperado, devolviéndoles la estabilidad y reflejando, de cierto modo, el cambio que espera bendecirlos como inmigrantes gracias al esfuerzo de la abuela que metaforiza la vieja tradición.
La película de Chung, cuyo ritmo avanza como el caudal de un río, me resulta muy agradable mostrando el retrato de esa familia de inmigrados que se ajusta a la desigualdad programada y descubre la verdadera tenacidad estando unida ante las duras peripecias de la existencia cotidiana. Abraza a sus personajes con inteligencia, parquedad y sencillez, distanciándose del sentimentalismo para favorecer la naturalidad. Creo no me sintiera así si no fuera por las estupendas actuaciones de todo el reparto. Cuando ellos están en pantalla, bajo esa música empática de Emile Mosseri, salgo conmovido y con los ojos aguados, principalmente con la interpretación formidable de Yeun como ese padre atormentado que desea que su familia salga adelante, y, también la de Han como la madre impaciente y taciturna que se roba mi corazón cuando se expresa en primer plano. No dudo que obtengan nominaciones al Oscar en las categorías actorales. Esta es una demostración de su talento.
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Ficha técnica
Título original: Minari
Año: 2020
Duración: 1 hr 55 min
País: Estados Unidos
Director: Lee Isaac Chung
Guión: Lee Isaac Chung
Música: Emile Mosseri
Fotografía: Lachlan Milne
Reparto: Steven Yeun, Han Ye-ri, Youn Yuh-jung, Alan S. Kim,
Calificación: 7/10
Título original: Minari
Año: 2020
Duración: 1 hr 55 min
País: Estados Unidos
Director: Lee Isaac Chung
Guión: Lee Isaac Chung
Música: Emile Mosseri
Fotografía: Lachlan Milne
Reparto: Steven Yeun, Han Ye-ri, Youn Yuh-jung, Alan S. Kim,
Calificación: 7/10
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